“Sé que en mi cabeza flota toda clase de mierdas raras, pero
no quiero analizarlas: quiero ponerlas a trabajar”.
Terry Gilliam.
Lo peor del siempre es el otravez. Ese mosquito lento que
tedia la mirada. Por aquel embudo, el bulto de las emociones fue deformando su
crisálida para estrellar el alquitrán. Los cristales sobre la luna, chillan
como urracas. Los cuervos no saben inglés y croan, otravez, sobre el verano.
Chapotean como niños, como esos niños de antes, con costras en las rodillas que
se quitaban con la curiosidad de la sangre. Aquel niño dejó paso a un bulto de
colores. A las costras del tacto. A las palabras preparadas para el grito de mi
poema contra mí. Siempre es despacio. Lo eterno es un instante. Los momentos
son abrazos con que llenar el pan de la alegría. Despacio tiene sangre de
tierra, micelios de tensión, gérmenes de llama. La vida inevitable de las plantas
llena de asombro el universo. Crecen, señalan el misterio. Acusan al lenguaje
con su rumor de agua, y el fracaso abierto para la flor.
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