También
miró debajo de la cama. El ojo izquierdo, con lentitud de frío,
lloraba. Llegó el martes y explicaron su magia. Alguien rebañó el
cuenco con la cuchara, con la lengua total de la pereza. La saliva
fue ensanchando como un algodón de azúcar y apenas se oían
palabras. El sofá creció como los tiradores de los muebles. Pomos y
goznes se multiplicaron y alguien reparó en una miga sobre el
cristal de la mesa. Dentro del armario había ropa. La nevera estaba
llena y sobre la balda superior un ajado limón
gesticulaba tiempo. La miga había desaparecido.
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