Las tardes llegan con
emociones que se apagan: la cama que se enfría y otro septiembre que
se va. Cambias de sitio la mirada. Vienen aluviones de tardes como
nubes de mañanas, como granizos de ventanas que no se abren. Vienen
con su memoria a cuestas, con su venganza de silencios a partirte la
cara del insomnio. El futuro, claro, está ahí, al alcance del
todavía. Pero la memoria tiene el estómago lleno de ahoras y así
no hay quien duerma, porque somos nuestro antes. Ya no necesito
imposibles. He aprendido a cansarme, a forjar alientos porque también
la torpeza aprende. Ya no pierdo mi cuándo. Ya solo exijo pureza a
mi silencio porque cada boca tiene el suyo y el olvido hay que
ganarlo.
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