viernes, 29 de enero de 2021

EL CLAVICORDIO

Según crecen mis interiores, según se acoplan mis habitaciones con saqueos y ocupaciones como un Diógenes de vacío, voy alejando mi mundo con cercanías. Voy notando la lejanía de quien pierde la salud sin remedio. Voy encontrando la tranquilidad de las flores en mis cosas, como si leer fuera mi muerto y mis versos una fragancia que no puedo entregar a nadie, pudriéndose en un barbecho de narices enterradas. Pero mis cosas, como las cosas de cualquier posesivo, tienen la incandescencia del misterio. Tienen esa nota de caos para científicos donde los solitarios escondemos la mentira. Según me alejo, con mis párpados de esfinge, siento el ritmo del universo, en cada paso y en cada piedra. No sé. Las cosas, con su sonido ajado, se van. Se van, pero vuelven con sus ropas en la mano y su latín botánico. Con su perfil de modelo artístico, van entrando en la orilla de la oscuridad, en la humedad de los papeles olvidados, para salir de los cajones como una sorpresa de la que hay que alegrarse. No sé. Este no sé me dice algo que no entiendo, pero que siento como un luthier de claridad. Una intuición de conquista, de fundir la metáfora en clavicordios, sin saber qué es un clavicordio, pero necesitar la uve y la carne del yo que desprende su sonido. El silencio -tantos años de silencio- me trae ahora el nerviosismo de la espera en un teléfono, de la caja voladora donde guarda la sorpresa su decepción de máscara, ya para siempre, del nolodiremos. No sé. No sé es buen final, para un principio.

 

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