martes, 2 de febrero de 2021

EL PERRO

Si la soledad se alivia con voluntad de olvido, a qué sorpresa nos remitimos. Dependemos de un engaño para vivir, mejorar la mentira con otro día siguiente. Y anhelamos cambiar el escenario del abrigo o una lluvia que se trasforme en beso sin despedida. El matiz, ese único que reconforta, da a la biología automática un pequeño corazón, una palabra que quiso comprendernos. Necesitamos que alguien nos busque para no enloquecer en el laberinto. Llevamos tanto tiempo a tientas que nos agazapamos en plurales para escondernos del nombre que soy. Cada mañana busco la mano que me sostiene entre los dos mundos. El halo que me muestra las diez de la mañana y las dos de la tarde con su intervalo de domingo. A veces pesa demasiado. Y se intenta olvidar, pero la memoria es un perro que ladra por que es un perro. A veces troceo el siempre en a veces para tragar mejor el cansancio. Hago planes con los ecos. Toco las notas del cinismo con su melodía de cocido. Y un día la risa se derrumba sobre los dedos que se caen como el cuello de un cisne. Tropiezan con los perros, con el trombo de la soledad, con el barroco del asma. Y en el aseo del orín más denso, añoro la belleza de su nuca, mientras trato de mientras al eterno a veces.

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