viernes, 16 de julio de 2021

EL LAZO

Hoy, he sorprendido a mi zapatilla con el cordón de sus eles deslazados. He visto las mangas de su abrigo sin cuerpo, lánguidas como heces abandonadas, como una cama deshecha. Aquellos espaguetis de tela oscura brotaban como venas de oscuridad, como si mi pie hubiera echado raíces de pronto y quisieran atarme al suelo de la noche. De pronto fui un jamón sentado con una tomiza abierta y sentí mis entrañas cortadas a cuchillo por no sé qué voraces bocas. La noche se abría hacía una sorpresa tranquila como su brillo de estrellas. Giré el pie para comprobar la escena y colgaron los brazos del cordón. La zapatilla era el cadáver abierto de un delfín que reposaba en la arena. Un sandwich con bordados de lana oscura y olor a queso. Aquella niña de lacias coletas parecía un coche de novia con las cintas dormidas, como si la boda hubiera convertido los adornos en escaleras. Y vi que el poema se pisaba los cordones, que caía al pozo de un vehículo en marcha como si la noche fuera una novia que nos engaña con nosotros mismos, como si el misterio de dormir fuese la suela tranquila que no vemos, pero camina. La serpiente de mi pie enseñó el truco, se hizo blanda, como un hombre abatido, como la idea resignada de un pañuelo arrugado. Aquel cordón decía muchas cosas. Solo supe mirarlo. Lo cogí como quien coge un pajarillo, con la delicadeza de una muerte pequeña, con la mano con que tocamos la carita de un recién nacido. Hice el nudo. Tenía tacto de peonza, de piedras tiradas en la memoria que un día recoges cuando te atas la zapatilla, como el lazo cursi del sujetador que me regalaron un día. Las cuerdas se mueren cuando se desatan, como el ovillo que deshace su laberinto, como la alfombra que encuentra su salón. Mi pie es una maceta de flores que cuelgan. La zapatilla es la támbara del mono, el truco del camino, la cuerda floja de la subida al Tourmalet. El lazo, que necesitamos para que la vida no se escape, a veces flojea. Andamos sobre el fonambulismo de un poema, que se desata.

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