miércoles, 11 de mayo de 2022

EL LADRILLO

La palabra cultura es un servicio en sí misma. Auxilia al idioma para otorgarle prestancia. Cuando queremos darle enjundia al presupuesto y llenar las arcas de la promotora se pronuncia el abracadabra. Se nota que venimos de la cuneta de un analfabetismo recalcitrante porque nos obstinamos en que Genaro estudie, y construimos bibliotecas, palacios de congresos y museos de arte contemporáneo en cualquier provinzuela para mayor regodeo de Florentino que ya no cuela más aeropuertos a Fabra (que con la lotería tiene bastante). La enciclopedia de salón y el Círculo de Lectores ahora es un ordenador con wifi paraqueestudieelchiquillo. Detrás, como un telón con fondo europeo, está El Mito de la Cultura que Gustavo Bueno apuntaló en un ensayo. La segunda parte la escribió Llàtzer Moix con Queríamos un Calatrava. El dinero sabe que el ladrillo se vende si se le llama museo. La cultura como servicio, entonces, adquiere significado. Ya nadie lee a don Machado, que hacía decir a Juan de Mairena que lo importante no es leer si no qué se lee. El Roto sentenciaba “si no los lees parecen libros”. La cultura pasa por ser un ladrillo. Es la lechuga entre las coles que nos cuelan en la cesta del coste. El truco es tan viejo como el mono y hay más ejemplos. Ahora Repsol se pone Thundberg, y nos patrocina El tiempo. Llaman a la nuclear energía verde y nos meten la renovable porque aún no hemos visto El planeta de los humanos de Jeff Gibbs. La cultura es la energía con la que se hacen las fortunas. Da igual Amazon que Planeta, Bezzos que A3MediaLara. Somos el límite de un posesivo que necesita la mentira necesaria para vivotear. La cultura como servicio público significa: burdo interés privado. El mecanismo de la falsedad depende del eufemismo. Ya lo decía Orwell en 1984 que toda perversión arranca del lenguaje (ayer la prensa llamaba al hambre: "Inseguridad nutricional aguda"). También hemos llegado a la igualdad a través del consumo. Ahora abarrota más el campo la Putellas que Ansu Fati. Y claro, el Señor Presidente ya está pensando en construir una biblioteca para mujeres con libros de Carmen Mola. Belén Esteban arrasa en firmas por Sant Jordi. Sálvame es el colmo del intelecto (y eso que han echado a Paz Padilla). En La Convivencialidad, Ivan Illich sabía que con Gutemberg comenzaba el negocio y acababa la sabiduría. Claro que la cultura como servicio no es lo mismo que el servicio de la cultura. El servicio de la cultura es su opuesto. Es la pregunta que más me hacen en la biblioteca: “¿dónde está el baño?” (otros piden un libro para no pensar o para dormirse). La cisterna explica el concepto de servicio cultural. Somos la diarrea mental del alfabeto y el retortijón de un ladrillo de Agroman.

1 comentario:

arualsaeb dijo...

Muy acertado y realista.