sábado, 2 de julio de 2022

EL COLUMPIO

La mirada anda apoyada en el balcón como si nada, cuando se escombra un chorro de lija. Detrás, como el debajo de las piedras levantadas, aparecen palabras que se esconden rápido, gestos que dejamos olvidados y la memoria que guardamos por si hiciera falta. Detrás del picor, vibra un móvil y se esconden las lagartijas. Volvemos a notar que las cosas nos miran. Se cerraron las alcobas de la aguja. Vuelven los avisos a los buzones y el mapa de los despertadores. ¿Quién maneja los despertadores? Qué mano arranca los calendarios del ritmo. “Prohibido el paso”. Vivimos en el algo ocurre, en el segundo mudo del no. Gracias a la sombra, esa sombra, vuelven a abrirse las puertas de la carne. En alerta, alesconditeinglés... Recojo las cosas, cierro el libro. He vuelto a perder en el juego del movimiento. Hay que detenerse, sostener la mirada debajo del párpado, mantener la memoria del ocaso debajo de las piedras por si hiciera falta. El océano del sol se inunda de calma. La tranquilidad se enfría como un metal tocado, como el aliento de la almohada. Algo se detiene en el segundo pensativo que apaga la tele. Una brisa evoca los matices de la caricia. La mano siente distinto si enlazamos los dedos, si se coge entera como si fuera un niño o se engancha del meñique como un primate. Cada caricia emociona diferente. El matiz hace el cambio que ya sabemos estático. Y vuelvo a ordeñar las tardes. Desgrano con ojos de orégano a las gentes. Aparecen los muertos y se borran los vivos por una tarde aburrida. La vida se anzuela a los lugares, como si la memoria fuera un obituario de calles y fechas con apellido. A veces salgo a pasear con la metáfora para que me cuente las cosas que no vemos. Sentimos la emoción enjaulada de las mascotas, la angustia de no saber lo que sabemos cuando miramos su mirada. Hay un qué detrás de las formas, una molécula y una gota preparadas para el universo. Hay sonidos blancos por las cuencas del alma y motas de polvo que dibujan su vuelo. Un columpio se mueve.

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