lunes, 23 de enero de 2023

EL CARIÑO

Cuando la gente andaba por YouTube, me compré un DVD. Comenzó bloqueándose por cuestiones de formato, creo. Le metía porno en mp4, películas piratas en Dvix y a veces se paraba con sonidos extraños. Como admitía pinchos, comencé a insuflarle uesebés con películas de Godard, Tarkovsky y algún documental de flamenco recomendado por Montero Glez. A veces, alternaba con alguna película original que sacaba de la Biblio o algún western de colección dominical. Las paradas del reproductor se fueron haciendo más frecuentes, a las que se añadieron sonidos en bucle. “Cojonudo, se ha vuelto a parar”. Y como si me estuviera gastando una broma, la película volvía a rodar cuando me incorporaba para solucionar el entuerto. “Supongo que esto es lo que llaman Inteligencia Artificial”, pensé. Comencé a limpiar con cuidado los deuvedés antes de introducirlos y darle al “Open”. “Eject” y la bandeja volvía a entrar en el dispositivo sin que hiciera el más mínimo sonido de lectura. “Nada, ni un mal gesto”, me dije. Pensé en devolverlo “quizá esté en garantía”. Pero luego entendí que el pequeño comercio no tiene la culpa de la fabricación China y retracté la idea. Si todos devolviéramos nuestros productos tendrían que despedir a Manolo, para luego pensar que “le pagan una mierda y le tratan fatal” y que quizá le harían un favor si le echaran. Cuando me dispuse a retirar el cacharro se puso a funcionar y me recordó a aquellos perros que se ponen cariñosos con sus amos cuando saben que les van a sacrificar. “Yo no puedo hacerle esto” y metí En cuerpo y alma, que me respetó hasta el final. Aquel aparato comenzó a desafiar cualquier lógica. “Quizá este frío”. Mi casa siempre anduvo en las lindes de la infravivienda. Comencé a poner la estufa de gas cerca y la ronquera con que manifestaba el encendido dejó paso a un “Error disc” aleatorio. Ante la enésima operación de “Open/Eject”, desaparecía. Colegí que quizá con encenderlo tres horas antes de visionar sería suficiente y así fue la segunda y sexta vez. La primera se paró a los veinte minutos y la tercera y cuarta vez tuve que sacar el disco y limpiarlo con ahínco. La quinta también fue necesaria conectar de nuevo la estufa. La séptima tuve que dejarlo por imposible y en la octava volvió a funcionar a la primera. “Maravilloso”, pensé. Cómo se desprende uno de una tecnología ácrata. A veces, se paraba cuando la trama llegaba a su culmen, cuando el asesino iba a ser descubierto, cuando el polvo se iba desnudando. Entonces, comenzaba a pixelarse, arrancaba el ruido y terminaba por fundir en negro. “Increíble”. Aquel deuvedé parecía una madre sádica que disfruta mandando a los niños a acostar, cuando su moralidad se pone preventiva. Cómo se tira una madre a la basura. Le fui cogiendo cariño a aquel aparatejo. Me sonreía cuando ante una escena definitiva, comenzaba un ruido como si fuera una advertencia que cuajaba o no, según la tensión que me acuciaba y comenzamos a jugar a la psicología. A los cinco años, las pausas y los cortes dejaron de molestarme y el visionado comenzó hacerse más fluido. Entonces ella, empezó a jugar con la señal del mando a distancia. Dejó de responder a mis impulsos. Cambié la pila varias veces sin resultado. Presionaba el botón “Play” y la película arrancaba a los diez segundos. Otras tardaba varios minutos. A veces, era inmediato, según su capricho desobediente. Acabó por seducirme como una novia que no nos quiere y nos maltrata. Así llevamos quince años. Mis amigos dicen que me pase al Netflix, las plataformas... Qué sabrán ellos del cariño. Ayer, cuando la lavadora se puso a perder agua y La 2 comenzó a lanzar imágenes estroboscópicas, pensé en las virtudes del amor.

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