martes, 23 de mayo de 2023

EL JARDÍN

Presumir debería ser antónimo de presunción. Presumir de algo y darlo por sabido son opuestos. Presumimos que el derecho parte de la realidad, pero es solo una presunción, un juego más con que nos divierte el lenguaje. Presuponemos emociones, cariño, conocimiento y un etcétera equivocado. Presumidas presunciones cargadas de silencios que clarifican la realidad: ese espacio omitido. La presunción de inocencia suena a disparo, a eufemismo que agacha la cabeza como una tortuga. La realidad demuestra su culpa, su vida exagerada, su pecho descubierto. Aquí está el meollo, el nudo imposible, el ruido que necesita embudo. Desde nuestro límite, desde el posesivo de la conciencia abrimos el horizonte que nos permite la mirada, y presuponemos. Juzgamos, queremos, olvidamos -presunción del tiempo que consume-, como si dormir sin soñar no existiera, como si la muerte fuera algo desconocido y el capricho no pudiera conformarnos. Partimos desde la equivocación y buscamos la certeza. Somos la presunción presumida de un error que falla. En el jardín de las paradojas los perros montan la pierna de un abogado que presume de rodilla. La justicia, ya sabemos, es un acto fortuito. Presume de presunción de igualdad. La igualdad es injusta porque ignora la yerma tibia, la obligación del esperma y el tamaño del caniche. El jardín de las rodillas se esconde en el verdor de un texto convulso. Jardín presuntuoso, que presume de autoría, y presupone entendimiento. Desde este juego de lentes cabe cualquier recurso, señoría.

No hay comentarios: