viernes, 26 de mayo de 2023

LA SOMBRA

La sombra de las cuerdas por Annabelle Ameline, Benoît Bodlet y Chechu García Berlanga.

Dominique Abel se fijó en el burro del Polígono, pero hay mucho argentino por Triana. Si no te roban la moto te la venden y hasta del mito del robo hacen un documental o le ponen una placa a la calle más ladrona. Vale, pero aquí hay algo de frigura, de toque “amplio” y “con acento” que dice el guitarrista. Llamarse Miguel Vega de la Cruz no tiene gracia. Es el dato que daba Jesús Quintero para hacerse el periodista y ahora te lo revela la Wikipedia esa de los payos. Miguel se llama cualquiera, por eso hay que motejarle Niño y decirlo junto para que suene gitano mientras viene el francés a pagar la moto del docu. Quintero sabía que el mito hay que fabricarlo, por eso se ponía pañuelos de lunares y engolaba los silencios para prenderle humo a la noche. Él le fabricó uno a Paco aunque no le hiciera falta. El de Algeciras tuvo en el “Niño Miguel” a un compañero. NiñoMigué tenía cara de Camarón. Los dos flotaban en el velero del sueño, surcaban el opio que abre las semillas del tiempo, pero el de Huerva sentía más adentro, como si en cada falangeta tuviera un mastilito. Como un Panero del toque, declamaba falsetas que no entendió nadie, con armonías de gamba y tragaperras. Huerva tiene un poco de Almería en sus tascas y calores. Descampados de cardos rotos y cenizas de fogatas que chiscan los chavales para salir corriendo. Sol de refinería y sudor con metástasis. A veces huele a cocido. Huerva tiene roña y ternura de lagarto. Tiene ojos de abuelo con esclerótica de vaca, como la mirada del NiñoMigué, quien toca con tres cuerdas la belleza de los armarios. Esa belleza atávica que gira y salta para llorar con pena súbita, penita, ay. Si Goya con un trazo hace una pierna, NM te convierte una nota en un concierto. NiñoMigué tiene acrónimo de colegio aunque no Necesite Mejorar nada, porque lo único se basta. El guitarrista abraza la guitarra, se mete dentro hasta parecer que es ella quien le toca, como si fuera un títere. Esquizofrenia y heroína para arropar a un tímido con vergüenza de vivirse. Hay una urgencia en su toque, como si un chorro de ocaso concretase las íes, como si el sonido se proyectase al capricho de un Cinexin púrpura y los genios del hang fuesen cuerdas de un Oriente inefable. Ruspoli fliparía al escuchar cómo le suenan las cuerdas a tambor de cofradía, para fluir hacia un sumidero de ratas que se ponen de acuerdo. A veces toca negro y suena a trompeta Orleans. Las nebulosas del universo entran como un tiro en cada nota que ensucia. Ramón le greguería algún misterio, porque vienen de la misma madrugada. Algunas miserias cuajan bien porque no hay más remedio. Niñomigué tocaba la guitarra con seis años. Hablaba por el fuelle tenso de las cuerdas. Sabemos que hay mucho de impostura en el gitano, pero a veces nace una exageración sincera y hay que girarse. Ahora los gitanos tiktocan, que no es ni parecido. A ver qué pasa con Israel Fernández.

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