viernes, 7 de julio de 2023

EL NIDO

Llevo muchos años observándote. Mirar es guardar el miedo, que la cobardía puede tejer una bufanda y dedicar una sonrisa a cualquier nuca. Te observo a menudo aunque no lo sepas, aunque lo sabes. Miro tu culo de pin-up, tus piernas de niña, tus brazos de soltera y tu guinda de celulitis. Me gusta mirarte y observar mi adolescencia. Conecto con el misterio del tiempo que todavía nos acompaña. Tu talón es un cuello de tortuga, tu cadera un cuello que se resbala, tu rostro una delicadeza que se esconde del mundo. Tu espalda tiene el mapa de un secreto que cierra el botoncito de una verruga. Todo en ti guarda la proporción de la ternura, esa distancia que intuye la armonía entre el silencio y la caricia. Las prendas se acoplan a tu cuerpo como los niños a tu abrazo; o la atención que procuras a cualquiera con una tímida pregunta amable. Me gusta escuchar cómo cierras los armarios y cómo pones un vaso en pie. Aleteos de café que vuelan desde tu axila hacia la alegría de “mi María preciosa”. Me gusta oler la locura con que te depilas, el sonido doméstico del cortacésped si toca piscina. Son muchos lustros. Somos muy diferentes. Y aquí me tienes, mirándote en apunte, con los ojos de aquel niño de once años.

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