lunes, 8 de diciembre de 2025

EL CHECHU

 

«Buenos días, titán, la verdad es que me sorprendes y abrumas con tu florilegio, pero qué voy a decir yo de dónde y cómo publiques lo que has escrito, como si eso fuera cosa mía. Yo creo, sinceramente, que te pasas, no obstante me halaga que un calvo vaciamadrid reciclado en extremeño de corazón diga semejantes barbaridades. Haga usted lo que guste, que así nunca falla. ¡Ay!» 

 M.B.

Chechu es de Cuatroca que viene a ser el Ríos Rosas de los escritores fanzineros o «fanzinerosos» porque aquí, el Bellaco, es del «Aleti». Cuatroca es la mejor manera de llamar a Cuatro Caminos porque el apócope tiene más fonética y más k. En el rollo fanzine se escribe con ka porque es la pintada para quienes el muro se les queda corto y desarrollan la narrativa del ingenio para descojone de los colegas que suelen ser ellos mismos con distinto costo. Decía que Jesús García Pérez «Chechu» es de Cuatroca como manera de independizarse de la historia de la literatura que suele tener nombre y apellidos. Camilo José Cela o César González Ruano eran de Ríos Rosas que aparte de una parada de Metro era un político conservador como son todos los políticos cuando entran en la conserva del congreso, esa lata de mejillones en escaño. Chechu, ya se ha dicho, es de Cuatroca que eran las afueras de madriles cuando a Madrid le quedaban huecos. Ahora Guadalajara y Segovia son paradas de cercanías y hasta Barcelona parece ya la Malasaña de la línea 1 del AVE. Ayuso que todo lo abarca, no sabe ya donde meter tanta libertad inmobiliaria. Isabel Díaz es una novia con separación de males y mascarillas que lo llena todo de terrazas, bótox y rabietas con voz de eñe. Y Chechu se fue, claro. Parece que le estoy oyendo: «yo me piro de aquí que esto se contagia, ¡seguro!». Jesús suena a comunión con foto marinera y manos juntas de pardillo que imploran un olvido que no llega porque la foto tiene marco de vergüenza del que se ríen tus hijos. Por eso Chechu se puso el chaleco cheli de la che para confirmarse el nombre con la hostia firme que la fonética confiere a Martín Bellaco (aunque también firme como Joe D´Allessandro, Profesor Látex, El Ete y el Oto, como si fuera un Pessoa «underground»). Los de Cuatroca, ese Bilbao sin ínfulas, se llaman como les sale de los cojones y, además, los fanzines se escriben con tinta de polla porque anuncian porno. Ahora ya no se puede decir penecoño ni pichachocho porque te quitan la custodia. Ahora todo es cacaculo/pedopis para que el psicólogo no llame a consultas a la embajada del escarnio -palabra que, como «enjundia», viste mucho Chechu-. Martín Bellaco escribe de lo que quiere con su lenguaje bizarro, con su tinta sonora y estilo de cómic. El fanzine es el cómic punk, la parrafada en letra apretada que suple el garabato Crumb con un collage alfabético chistoso donde siempre cabe un culo. Es la metralleta de la máquina de escribir. El fanzine castizo se llena de Courier aunque se escriba a ordenata porque se tecleaba con la manía de la hostia que acazurre cualquier Times New Roman que se te ponga por delante. Martín Bellaco suena a pistolero de un Oeste urbano. El Oeste rural me lo sé de memoria y por aquí no le he visto nunca, aunque ya se le espere siempre. Desfalcó Telecinco con un furgón de finiquito y se fue al salvaje Este de Almería que es donde se filmó el Oeste de Leone y las 800 balas de De la Iglesia. Por mucho que vaya de forastero autóctono, Martín Bellaco tiene pose de Cuatroca cada vez que se mete el pulgar en el bolsillo, con esa chulería que refrenda su voz de Constantino Romero. Cuando a la ene le sigue una be salta el relámpago del trueno, se completa la tormenta fonética que Chechu domina porque ha leído más cómic que nadie y tiene sangre de crash-pum-argh y eso se nota. Escribe con las reflexiones exteriores de la portera de Foucault porque se ha pasado la infancia tirándole petardos a los gatos y eso, aparte de piernas, te da oído. Tiene la prosa de un Umbral macarra, que de tanto escuchar le ha sacado partido al cachondeo de la erre, al roneo del gato y el cartón del Chester que perfuma su timbre. A ese tono le contrasta un azul marinero de su mirada catequista. Chechu mira con el asco del perdón, con el ojo de un verdugo que te ejecuta con metáforas y la carcajada cargada de aes cuando pasa el porro. Si firma como La Familia Telerín se le notan los bellacos adjetivos. Perillán, pillastre, lozano... Esas palabras de un BUP de letras puras que mezcla el Arcipreste de Hita con El Vengador Tóxico en un mismo tiro de farlopa. Maneja los resortes del lenguaje con ímpetu de muletilla. Escribe la sociología del cachondeo como un sabio ácrata a quien le da vergüenza saber más que la media y tiene que quitarse importancia a base de chanzas y memoria colectiva, que concreta en Torrebruno o un gol de señor. Sabe lo que sabemos y lo maneja para que el lector no se le vaya ni se le note el pegamento. Mira por las cunetas de las barras, sacude el serrín de las gambas y el palillo, las servilletas y las tragaperras hasta encontrar sus musas y escribe un Mondo Brutto trufado de caspa y droga. Describe lo que se le cae del guion a Berlanga como si fuera un Jess Franco de serie B que le basta con pensar para montarse la película. Chechu juega al sinónimo o al insomnio, porque si no juega no se divierte y mis poemas le parecen un coñazo. Normal. Escribir es sorprender a las cosas, claro; pero a él le gusta, además, bajarle los pantalones y señalarle la minga, que es una palabra bellaca aunque no sé si la utiliza. Sabe un cojón de muchas cosas y tiene ternura en el gesto. Lo uno lleva a lo otro. Yo me enamoré de él y él lo sabe, por eso me trata condescendiente como hacen las tías con los tíos y los de Cuatroca a los de pueblo. Lo que no sabe es que yo estudié lo de la Biblioteca en Santa Engracia, que caía por su barrio. Me daban la turra en un edificio que olía a Transición y donde no bajaban las persianas porque no iba la correa. Allí perdí los tres años más coñazos de mi vida, rodeado de doscientas tetas con culo de botella que comían riskettos a las ocho de la mañana, no se me olvida. ¡Joder, si no había ni cafetería! ¿Los traían de casa? (escribo esto en estilo Bellaco porque si no, no me sale el homenaje). Yo entonces, como no te conocía, me bajaba en Ríos Rosas con mi Juan Ramón de la mano y un romanticismo de fin de semana que ya va para treinta años. Ahora, me bajo en Cuatro Caminos con tu Cipriano Mera, fumándome El último trócolo con la sonrisa puesta y feliz de haberte conocido.

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