lunes, 8 de diciembre de 2025

EL CHECHU

 

«Buenos días, titán, la verdad es que me sorprendes y abrumas con tu florilegio, pero qué voy a decir yo de dónde y cómo publiques lo que has escrito, como si eso fuera cosa mía. Yo creo, sinceramente, que te pasas, no obstante me halaga que un calvo vaciamadrid reciclado en extremeño de corazón diga semejantes barbaridades. Haga usted lo que guste, que así nunca falla. ¡Ay!» 

 M.B.

Chechu es de Cuatroca que viene a ser el Ríos Rosas de los escritores fanzineros o «fanzinerosos» porque aquí, el Bellaco, es del «Aleti». Cuatroca es la mejor manera de llamar a Cuatro Caminos porque el apócope tiene más fonética y más k. En el rollo fanzine se escribe con ka porque es la pintada para quienes el muro se les queda corto y desarrollan la narrativa del ingenio para descojone de los colegas que suelen ser ellos mismos con distinto costo. Decía que Jesús García Pérez «Chechu» es de Cuatroca como manera de independizarse de la historia de la literatura que suele tener nombre y apellidos. Camilo José Cela o César González Ruano eran de Ríos Rosas que aparte de una parada de Metro era un político conservador como son todos los políticos cuando entran en la conserva del congreso, esa lata de mejillones en escaño. Chechu, ya se ha dicho, es de Cuatroca que eran las afueras de madriles cuando a Madrid le quedaban huecos. Ahora Guadalajara y Segovia son paradas de cercanías y hasta Barcelona parece ya la Malasaña de la línea 1 del AVE. Ayuso que todo lo abarca, no sabe ya donde meter tanta libertad inmobiliaria. Isabel Díaz es una novia con separación de males y mascarillas que lo llena todo de terrazas, bótox y rabietas con voz de eñe. Y Chechu se fue, claro. Parece que le estoy oyendo: «yo me piro de aquí que esto se contagia, ¡seguro!». Jesús suena a comunión con foto marinera y manos juntas de pardillo que imploran un olvido que no llega porque la foto tiene marco de vergüenza del que se ríen tus hijos. Por eso Chechu se puso el chaleco cheli de la che para confirmarse el nombre con la hostia firme que la fonética confiere a Martín Bellaco (aunque también firme como Joe D´Allessandro, Profesor Látex, El Ete y el Oto, como si fuera un Pessoa «underground»). Los de Cuatroca, ese Bilbao sin ínfulas, se llaman como les sale de los cojones y, además, los fanzines se escriben con tinta de polla porque anuncian porno. Ahora ya no se puede decir penecoño ni pichachocho porque te quitan la custodia. Ahora todo es cacaculo/pedopis para que el psicólogo no llame a consultas a la embajada del escarnio -palabra que, como «enjundia», viste mucho Chechu-. Martín Bellaco escribe de lo que quiere con su lenguaje bizarro, con su tinta sonora y estilo de cómic. El fanzine es el cómic punk, la parrafada en letra apretada que suple el garabato Crumb con un collage alfabético chistoso donde siempre cabe un culo. Es la metralleta de la máquina de escribir. El fanzine castizo se llena de Courier aunque se escriba a ordenata porque se tecleaba con la manía de la hostia que acazurre cualquier Times New Roman que se te ponga por delante. Martín Bellaco suena a pistolero de un Oeste urbano. El Oeste rural me lo sé de memoria y por aquí no le he visto nunca, aunque ya se le espere siempre. Desfalcó Telecinco con un furgón de finiquito y se fue al salvaje Este de Almería que es donde se filmó el Oeste de Leone y las 800 balas de De la Iglesia. Por mucho que vaya de forastero autóctono, Martín Bellaco tiene pose de Cuatroca cada vez que se mete el pulgar en el bolsillo, con esa chulería que refrenda su voz de Constantino Romero. Cuando a la ene le sigue una be salta el relámpago del trueno, se completa la tormenta fonética que Chechu domina porque ha leído más cómic que nadie y tiene sangre de crash-pum-argh y eso se nota. Escribe con las reflexiones exteriores de la portera de Foucault porque se ha pasado la infancia tirándole petardos a los gatos y eso, aparte de piernas, te da oído. Tiene la prosa de un Umbral macarra, que de tanto escuchar le ha sacado partido al cachondeo de la erre, al roneo del gato y el cartón del Chester que perfuma su timbre. A ese tono le contrasta un azul marinero de su mirada catequista. Chechu mira con el asco del perdón, con el ojo de un verdugo que te ejecuta con metáforas y la carcajada cargada de aes cuando pasa el porro. Si firma como La Familia Telerín se le notan los bellacos adjetivos. Perillán, pillastre, lozano... Esas palabras de un BUP de letras puras que mezcla el Arcipreste de Hita con El Vengador Tóxico en un mismo tiro de farlopa. Maneja los resortes del lenguaje con ímpetu de muletilla. Escribe la sociología del cachondeo como un sabio ácrata a quien le da vergüenza saber más que la media y tiene que quitarse importancia a base de chanzas y memoria colectiva, que concreta en Torrebruno o un gol de señor. Sabe lo que sabemos y lo maneja para que el lector no se le vaya ni se le note el pegamento. Mira por las cunetas de las barras, sacude el serrín de las gambas y el palillo, las servilletas y las tragaperras hasta encontrar sus musas y escribe un Mondo Brutto trufado de caspa y droga. Describe lo que se le cae del guion a Berlanga como si fuera un Jess Franco de serie B que le basta con pensar para montarse la película. Chechu juega al sinónimo o al insomnio, porque si no juega no se divierte y mis poemas le parecen un coñazo. Normal. Escribir es sorprender a las cosas, claro; pero a él le gusta, además, bajarle los pantalones y señalarle la minga, que es una palabra bellaca aunque no sé si la utiliza. Sabe un cojón de muchas cosas y tiene ternura en el gesto. Lo uno lleva a lo otro. Yo me enamoré de él y él lo sabe, por eso me trata condescendiente como hacen las tías con los tíos y los de Cuatroca a los de pueblo. Lo que no sabe es que yo estudié lo de la Biblioteca en Santa Engracia, que caía por su barrio. Me daban la turra en un edificio que olía a Transición y donde no bajaban las persianas porque no iba la correa. Allí perdí los tres años más coñazos de mi vida, rodeado de doscientas tetas con culo de botella que comían riskettos a las ocho de la mañana, no se me olvida. ¡Joder, si no había ni cafetería! ¿Los traían de casa? (escribo esto en estilo Bellaco porque si no, no me sale el homenaje). Yo entonces, como no te conocía, me bajaba en Ríos Rosas con mi Juan Ramón de la mano y un romanticismo de fin de semana que ya va para treinta años. Ahora, me bajo en Cuatro Caminos con tu Cipriano Mera, fumándome El último trócolo con la sonrisa puesta y feliz de haberte conocido.

domingo, 7 de diciembre de 2025

LA CIÁTICA II


Que alguien le diga a Darwin que se lo olvidó la ciática. Que lo de la evolución de las especies es un camelo. Que lo de estornudar y cerrar los ojos está bien, pero que desmayarse es lo mejor que ha inventado la biología. O te mueres o te coge la manita una enfermera con la sonda ya puesta. Mira que he leído mierdas, pero de esto nada. Bueno sí, recuerdo alguna queja de Chumy, pero que yo pasaba porque lo pensé exagerado como cuando el reúma, que también tengo. Dentro del dolor no hay nada. Un agujero que se alimenta de sí mismo sin más tiempo que el remanso como un Sálvame que espera a los anuncios. Cuando el silencio impone su pausa, cuando el intermedio agita su bandera blanca y recuperamos la capacidad de pensar entendemos que el sonido tiene su propia biología, su propio bosque, su sinestesia. Al igual que los objetos solo hay que sorprenderlos, esperar a que salgan de su escondite como cuando nos sentamos en el campo y vemos salir tras de una hoja una hormiga o acaba por volar un milano. Con el sonido también ocurre. Solo hay que esperar a que el dolor de la vida nos abandone un poco y seguir el cable del tiempo hasta el enchufe de la emoción. El reloj con su secundero en diapasón logra confundirse con mis latidos, un ritmo para bailar en la oscuridad como una Björk inmóvil, con su erotismo de carnaval a lo Saudek. El goteo tiene su erótica, su deslizar, su piel de agua si olvidamos que una cafetera ríe a lo lejos. En la oscuridad el ruido cobra volumen. La vibración del móvil enciende la imaginación. Es un sonido que solo existe para ti, porque la realidad depende de nuestros sentidos, de cómo alucinemos al percibir lo que no existe. Sabemos, sin embargo, que el garbanzo está duro por cómo canta la olla, que el agua está caliente por cómo suena el plato de ducha. Hay imagen en el ruido. Sé que llueve, sé que lloras. Sé que cagas por la cisterna. Cuando la madera cruje se encienden las madalenas. Proust sale de su llama para reconstruir la historia de mi casa. Ahora, cuando cruje la madera (qué buen título para unas memorias), me trae un pozo de silencio, un silencio con volumen, un contraste. Estaba en el silencio sin darme cuenta hasta que llega el crujido y lo percibo. Estaba en la salud sin saberlo hasta que llegó la ciática. Un silencio consciente me sube por la pierna como un crujido que desayuna memoria. Mi madre me traía un cuerno de chocolate si no lloraba con el pinchazo. Las madres se amadrantan con la piedad. El hombre quiere como héroe y la mujer como madre. La mujer quiere arropar el chocolate, sentir la crema de su pecho, callar al silencio con silencio. Nadie puede doler por ti, como si el orgasmo fuese una equivocación compartida (con un poco de suerte) con la que engañar al resto de los latidos. Porque se imagina, el amor es eterno. Por eso el anarquista se abraza a la bomba de la utopía, a ese crujido de madera que nos evoca el chocolate de mamá. El dolor gana siempre: tienes todo un cuerpo preparado. El placer hay que trabajárselo. El humor, la gracia, hay que predisponerla. Hay que orientar al chocolate. El ruido, decía, es un ojo de ciego, un olor con memoria que sabe pintar. El oído mira mejor porque le sobra realidad. La mirada se distrae con los pezones. Por eso Vivaldi comprime el calendario Pirelli y la primavera cabe en una vagina que eructa lubricada. La ciática tiene dolor esdrújulo. Cuando el dolor se estira, la soledad toca el timbre de la escucha donde aparece una palabra de puntillas. Llega con su fonética en ristre como un antídoto caducado. Vemos el mundo con la ceguera del alfabeto y abrimos la metáfora para ver un poco. Algo es seguro: moriré de biblioteca, se ensancha el horizonte y se estrecha la L5.

viernes, 14 de noviembre de 2025

LA CIÁTICA

A Mónica

La ciática, con su estilete de sollozos me devuelve a la infancia. Cuando el dolor nos regresa al muletilla de la cicatriz, a la barbilla empiterada de caídas, regresamos a la vida aunque nos gustaría volver al hombre cotidiano que solo pensaba en que funcionara el agua caliente. Cuando me creía que lo peor era La Bofetada o el récord de toses de mis bronquitis, me embosca este chillido nocturno que martillea mi gemelo cuando van a dar las doce, como si la calabaza de la cenicienta fuera un melón explosivo que me llena de metralla el gemelo con su larva en encierro. Este dolor viene de las lumbares dice la IA. La fisioterapeuta se ríe porque a ella lo de la IA le suena a rebuzno y ya tiene bastante con la depresión que le delata una risa lexatina. Ella, que ordena con sus manos de pulpo las cosas del cuerpo, ha perdido la tristeza en laberintos de Diazepam. Sus manos son un niño paliativo, un racimo de falanges con movimientos de medusa, la suavidad del estudio hecho terapia. Los ríos manriqueños van a dar a mi pierna -sí, he vuelto a leer a Umbral- que es el dolor. Yo no sé si este sobeteo cura o no, pero agradezco que la humanidad ofrezca manos de alquiler que atusen mis gritos de melón. La mano, cualquier mano, mientras no dispare, es bienvenida. A veces, cuando la larva se mueve mucho, hasta del tiro se acuerda uno, y más si no son borborigmos de unos dedos de ketamina. La ciática tiene sonido de aguja, de dolor anatómico y maldad ginecológica como casi toda palabra acabada en ica. La informática, ya sabes, vino a mefistofelizar la llamada, a meter el siglo XXI en La cabina de López Vázquez con su medio ambiente y todo. La biología, los hongos y su etcétera de domingos muscarios, están ya aparcados en el depósito municipal. La grúa tiene la tilde ciática que confiere el dolor de la multa, tan subsanable y fatal. El dolor posee, sin embargo, una sombra feliz y adictiva, casi dopaminérgica, como si fuera un tiro de farlopa negra que se esnifara por los dedos de la noche que es cuando más violento se pone el feto. Sollozo, lloro a medias. Me consuelo, como buen español, con el mal de muchos que me superan en desgracia. Y lo peor es que funciona. Para consolarme, hago patria del parangón que es nuestra idiosincrasia. Somos, puestos a comparar, como notas a pie de página. La ciática, murciélago del grito, sordera de la agonía, arremolina las sábanas para decantar los muelles de la convivencia que, farallón del tiempo, sostiene una lima vertical. La sonrisa queda para las reuniones en familia y el trato de mostrador que te da la funcionaria con su tono de freetour. La mueca de la ciática viene a visitarme cada noche desde hace un mes. Para paliar sus noctámbulas visitas la química estatal de la España póstuma me ha recetado Diclofenaco, Tizanidina, y pregabalina. Se empeña en darle a mi pierna un poco de estreñimiento para ver si así me relaja las puñaladas. Ahora tendría dos problemas y tantos más de no saber las virtudes tetrahidrocannabinoicas que me permiten dormitar el desacato farmacológico. «Hay que procurarse un botiquín», que decía Escohotado. Y en esas estamos, claro. De todo se aprende, hasta del dolor de pantorrilla. Y sacó la metáfora del cambio postural para darle una vuelta a mis ideas, a mis afectos, a mi respiración cuando escucha los segundos que faltan para la siguiente puñalada. A veces el andamio de la pregunta se sostiene, otras se tambalea como un bifaz hermoso. La vida es una hermosura ciática que espera su segundo para enseñarnos la pantorrilla. Somos la vedette que necesita un dolor o un botiquín para escotarse, para mostrar nuestra mejor ficción mientras se nos arruga el alma por debajo. Una indecente ceremonia que tensiona. Por eso, cuando uno ya tenía claro que el capitalismo era la muerte, que el petróleo tizna de negro nuestros corazones, que respirar y palpitar dinero era una lujuria climática, pienso en esos dedos de alquiler y me retracto un poco, a lo liberal. Me desdigo como un votante de Podemos que entra en el Zara, como un Iscariote terapéutico, como un Judas que solloza de noche las virtudes de la angustia.

viernes, 24 de octubre de 2025

EL FETO

Nexus 2025

Hay un caño en la noche. Cómo se puede explicar la brisa. El recorrido que refresca los relojes, como una ola de ancestro, como el mar que se concentra para explicar el tiempo en un gesto que está por ahí, encima de tu cara; será casual. Una mano, una palabra, un pezón que se esconde en cualquier pupila. Esa grieta dilatada por donde entra la claridad oscura, con su serena nana. Na-ná, na-ná. Y la música se enciende entre la sangre como si la melodía fuera, ¡ay! un día de cole. O esa flauta de Hammelin como una ele que te guía. Está claro. Todo está claro hasta que llegan las palabras, que se abisman por fonemas, que resbalan sílabas como lágrimas saladas, como salitre de ceniza en bocanadas de carmín. Es la afaxia del cosmos cuando le miras. Atavismos como un labio descolgado, como la ternura de un cuello visto desde atrás o encontrarse un chupete por el suelo. «Sígueme», «adiós», «esa es la tuya». Chechu, yo antes escribía con el ímpetu de la pe atravesada y mírame ahora. Ahora un fluido granate me repta como un gusano curioso. Se para en lo distinto. Funde lo visto. Se intestinan los bolígrafos, la tinta capilariza la celulosa como si fuera un micelio extraño. Se afetan los conceptos. Y cualquier verso parece un fractal de Las ciudades invisibles. Cómo he llegado hasta aquí, Miguel. Preguntar ya no responde. Preguntar es otro soplo, más brisa, que levanta las faldas a la mueca. Parece que necesita silencio esta música que nos guía. Atención y nada más. Atención para estos ojos, para estas pupilas que borbotean. Nata de cariño por los márgenes, por las soledades (cada cual con su espejo) como una baba de catinona. Ya veremos, puede ser y que más da. Más misterio para la brisa, más frente para el instante que pudo no haber sido, y sin embargo... Ramón, Rocío, Ramón («llevo tu tatuaje en mis dedos»). Pupilas como pétalos. Te irás / cómo llegaste; te irás / cómo llegaste; te irás como llegaste. La trascendencia relaja un susurro de hasta mañana como un pestillo mojado (ese asco pequeño como la tripa de un reptil). Y siempre tu memoria, y siempre el tanteo de quien eras. Y siempre tu mano -el revés binario de tu vida- como la alegría trufada de misterio. Salitre sin telón como los cantantes que tienen algo. «Ahora me cuesta más componer» dijiste. ¡Claronotejode! A quien le hace falta esa migaja cuando se siente a chorro, cuando Antonio Lobato toca las notas de José Andrés mientras se corta chopped. El souflé se remansa con la brisa, como un un oxígeno de un fuego inverso. Extraño mi extrañeza. Me siento conocido por mí, por todos mis compañeros y por mí en un ellos, donde jugamos a ser. 

jueves, 23 de octubre de 2025

LA NOVEDAD

 

La aforística de Jonás Sánchez Pedrero condensa a base de sugerencias un mundo que se expande desde lo concreto. A veces, la chispa prende desde una reflexión personal; otras, tras un leve matiz de una frase hecha. La fonética o el bagaje que aporta el propio lector son materiales que utiliza para construir su propuesta. A través de ella reflexiona acerca del amor, el humor, el individuo frente a sí mismo y frente al sistema, en toda su abarcadora complejidad. Si con Pezón (2018) nos proponía un juego evocador "más allá del tacto”, con Torrelodones lo hilarante se impone como una crítica tranquila frente a la pacatería social.

sábado, 4 de octubre de 2025

LA LUZ

Tiene una lija el tiempo que desgarra los conceptos. Como la goma cuando quiere borrar la palabra y acaba por romper el papel. Hasta la pureza de lo áspero se llena de celulosa y todo se mezcla en una zeta que se confunde en un siete o un ahorcado que parece la margarita de un niño. Qué distintos los afectos según quien. Para Abel Azcona la familia es un arpón que no acierta, una almadraba de sollozos y una flema de sangre metida en un marco. La flecha se pinta con un trazo a la contra. El mismo dedo que acaricia, dispara. Si recuerdas tu oreja de gato, puedes escuchar la belleza de la paradoja. Tumbarte al sol para lamerte el absurdo. Excitar los cojones a la metáfora hasta confundir semen y sangre como hace la ketamina. John Cage no consuela. El azar puede intercalar una hache o no. Quién sabe. El micelio es otra música que no oye, otro misterio que avanza como una viñeta de Riki Blanco, con la poética expansiva de la brisa. Si se coge no sirve, si se toca no vale, como el sueño. A esto llegaron Calderón y esta gente, creo. Da igual, siento la celulosa en las buenas personas y en las virutas de papel de los cobardes. Tienen un mismo blanco, unas migas de cal escondidas tras los párpados del ya. La costumbre, con su ácido tranquilo nos llena de tinta y nos saca otro folio como si fuera un profe. Nos atusa el saludo, la tarta de queso y el Instagram. Todo cabe en una foto con la tristeza tutelada del «sonríe». Cuando las cerraduras se mueren de aburrimiento y nadie palpa los muros qué nos queda. Qué distinta es la belleza del vello al microscopio. La escala también tiene su dosis. También el veneno está en la frecuencia y la velocidad. Está en lo inerte, en el cúmulo del aire según sople la efe. La armonía tiene su propio amor, su propio valor como lo cuántico. Y así hasta llegar a la emoción, al intransferible papel de la celulosa de otro. Dicen los físicos su etcétera de ondas. Su gato se tumba en una caja y puede estar de pie y esas cosas. Sus biologías de incertidumbre, su Heisenberg. Ceros y unos en una metástasis de orden. Un Mandelbrot remolón y binario que suena a cáncer terminal. Después del para qué volvemos a la tortilla francesa y la tos del niño. Pasamos de la luna al cigarro, del síquiero al putacabrón. En esa crisálida vuela el tiempo, la zona de luz de Pablo Guerrero.

viernes, 3 de octubre de 2025

LA RETROSPECTIVA

La revista Cannabis Magazine publica en su número 257 del mes de octubre un artículo sobre la magnífica revista Ulises.



 

jueves, 2 de octubre de 2025

EL CONEJO

«Mete palacio del Cardenal Cienfuegos en Google. ¿Viste? Pues ahí».

Llegar a Asturias a través de Babia es buen presagio. Paso Villafeliz pensando en sus villafelicianos, en sus babianos de refrán. Atrás dejé la toponimia de Cazurra. Cómo escaquearte del gentilicio si además te sonroja la mejilla el pastizal, el charco de la tragaperras y un cortado donde se moja Telecinco. La España vacía es otro camelo. Es póstuma. Su mundo es un Llano en llamas, un rúlfico jirón que amordace al abuelo. El leño ha menguado a pellet. La mula y los sabañones no lucen nada, y la memoria ya no hace historia, no cuaja en libro. Ya no hay chimeneas peremnes ni confidencias de llama que hacían de marzo un recuerdo de lana. Ya nadie se come el torrezno, nadie hace las migas con su rúbrica de paladar frito. «Babia, aquí debe ser donde se fabrica la saliva», pienso.

 


 Al poco entro en Asturias por el puerto de Somiedo. Segunda, tercera, segunda, tercera y así cuarenta y cinco minutos de río. Parece que estoy llegando a la casa de los padres de mi pueblo. Como si el Ambroz fuera el hijo flojo de estos sauces, de estos hayedos a los que ya les florece la muerte. No sé qué intuición me dice algo. Quizá sea un rumor de radones o algo de bronquios. Algo me toca el parentesco. Por eso sé que la vieja me vigila pensando que no aparque en la puerta del trastero que no se abre desde la comunión de la niña. «El año antes de la cóvi, fue». No quiere que le calienten al Pacorro las cuatro ideas que le quedan en la escopeta y hasta teme que le robe algún tomate. 

Un hormiguero de furgonetas anuncia que acabo de llegar y aparco en un afueras, detrás de un Kleenex meado. «Esta noche seré el calvo de la curva», cavilo mientras camino doscientos metros de independencia hasta llegar a Motaland: la rave rockera que el puto Chino se monta para presentar sus discos. Quienes seguimos su música sabíamos que se las monta bien, pero había que comprobarlo. Pradera parking, acampada y zona bolo. 


Al entrar una vidriera de muertos nos arranca a la psiquedelia. Reconozco a Janis Joplin, Emy Winehouse y Jim Morrison, pero hay dos más. «Uno creo que es Jimmy Hendrix y el de la gorra no sé», dicen a mi espalda. Un currazo para dar la bienvenida.

 


 Rezuman los abrazos del tiempo acumulado, de las añadas de Mota tejiendo carretera, empatía y bumeranes de favor que ahora golpean. Es el saludo de «se hace porque molaría hacerlo». Qué rápido se conecta con el descaro, con el sígueme si quieres porque el conejo acaba de pasar. Lleva un sombrero de vaquero con las alas recogidas hacia arriba en modo alerta. Es El Chino. Viste de chaleco con el que va y viene con su guitarra a la espalda. Es su forma de mover el avíspero de Alicia, de inquietar la alegría de la ceremonia. «¡Ese Chino!». «¡Vaya guay! ¡Viniste!». Y me recibe con una sonrisa que abraza. «Si quieres set...». «Tengo». Y nos reímos en un apretón de manos. «Esto debería cambiar de color, coño». Las luces LED que destacan la vidriera cambian con ritmo navideño. En la pradera vuelan los bolos, caen las risas y la ceniza mientras la tarde azulece con profundidad de océano. Bombillas de playa intiman las palabras que esperan a la noche. Hay una vaquera con minifalda que ve un ciervo en las rocas de la montaña y dos unicornios que bailan su éxtasis con un cartel donde pone “Pomelo”. La marihuana enciende la plancha. Hamburguesas y pizzas para un hambre de batalla. De beber, cerveza de Mota a precios de coña. 

 


La carpa acuna un escenario. La lona parece demasiado alta y la mesa del DJ, tan en el suelo, acentúa las distancias. Todo parece a lo grande en esta macropsia de Alicia. Merchandising muy currado como se espera de los Mota Blues. Cami-setas y un Volcano para que a la peña no le falte. Bizcochito para clientes y amigos con cara de gorra. Saludos con pupilas de gato. La poca peña que reconozco me ofrece «lo que te haga falta, oíste?»: Chinín, Nalé, Alvaritu... Y comienza la jugada de la química. Esperar a que suba la galleta y desear que no se junte con el bizcocho y el vapor de Don Vulcano. La hamburguesa «completa por favor». 

Me digo «llama antes que se te olvide» y hablo con la burocracia del viaje solitario. Cuelgo y me da la risa. Creo que la galleta ha hecho cumbre en el primer acorde de los Mota. La gente comienza a llenar la carpa y el volumen comienza a hacerse humano por la escala del porro. «¿Caña o cañón?». «Siempre cañón», me sobro. Cojonuda. Noto como la cerveza recorre mi esófago con la vitalidad de la frescura. Acuérdate, me digo, pero se me olvida a la cuarta. Comienza el bolo con su liturgia de silbidos y «eseChinooooo...», que responde con la seriedad de quien se sabe maestro de ceremonias. El Chino viste como siente. Las botas que le conocí con brillo de escaparate, ahora están curtidas por el pateo de muchos escenarios. El Chino se reconoce en quien sabe que será. 

 


“Si un lápiz es un cachu madera / si una guitarra es un cachu madera / si un patín es un cachu madera... ¿Por qué le caemos tan mal a la madera?” Y comienza el pogo que a mi psilocibina le sienta como si hubieran reventado el canalón de una pelea. El tiempo comienza a desdoblarse aunque pueda unirlo con el palo de una mirada al suelo como quien remueve la taza de uncaféquericoestaríacalentitoahora. Vuelvo al anillo de Frodo. La realidad se hace más real. ¿Dónde vivimos entonces? Tiempo y mente a dos ritmos distintos. Déjalo que fluya y todo fluye. Las palabras salen como un instinto que se va. Y la música y el color ya no tienen más límite que la emoción. Dostoievsky caricatura los rostros de Juan Gris. Consigo una risa tántrica. Me complace saber que no me abandona la chorrada y me apiado de mí mismo. Entro en el océano de la noche, salgo, boqueo y comienzo a auscultar el tiempo que no pasa pese a los siglos que dura este monólogo. Llegan las sombras otra vez, y me descojono, que fluyan, pero averquieneselguapoquepideunahamburguesaahora.

Algo baja, sí. Ahora puedo hablar y entro y salgo del anillo con naturalidad y algo de melancolía. Estaría bien tirarse al suelo. Solo mirar. Volver a la cerradura del ojo sin que la palabra enturbie el río de las pestañas. Coger el brillo plateado de los peces en un vuelo de colores. Colores, colores, el puto Chino está en una nube de colores por mucho que cierres los ojos. La cara de aquella chica es de cartón y su novio un chungo que habla deprisa y no la quiere... Bolazo, parafernalia, humo y alegría. «O sea, que Motaland...». Siempre me sale el cronista y vuelve a meterteeneltiempoqueseteolvida. Y entro. Y sigo. El Chino cabalga sobre el rocinante de un colega envistiendo con su guitarra a los gigantes de la noche. Vuelve a escena. Agradece a Leti que no le suelte y que sople sus molinos. Ella se esconde, es tímida como la belleza y el cristal de un colibrí. 

 


Vuelven las palabras. La química regresa al cementerio, al sumidero de la realidad y es hora de acostarse. «Solo espero no morir como el calvo de la curva». Tres eternidades después llego al puto coche que me espera entre un nido de babosas como guantes de niño caídos en un charco. Duermo como un cesto de gatos, en el líquido amniótico y psilocibe de la noche cumplida. Tres horas después toso, no encuentro la postura me duele todo y hace frío. Será mejor despedirse y marcharse. 


Allí sigue el doblete fumando, bebiendo frases que no acaban y buscándose los mecheros. Despedidas rápidas y un café con frixuelo. Así que Motaland era esto..., me digo. Y mucho más, dicen desde la lejanía. Al mirar, me pareció ver la oreja de un conejo. 

 


NOTA DE PRENSA OFICIAL:

Motaland, la prueba de que otro modelo de festival es posible.
El pasado fin de semana, la localidad asturiana de Agüerina, en Belmonte de Miranda, se convirtió en el epicentro de la música y la cultura alternativa gracias al festival Motaland, organizado por la banda asturiana Mota Blues. El evento, que buscó recuperar la esencia de los grandes festivales de los años 60, como Woodstock; reunió a un numeroso público en un entorno natural privilegiado a orillas del río Pigüeña.
La cita contó con conciertos de MOTA BLUES y PESTO SIN PASTA, así como con vibrantes sesiones de DJ a cargo de MIKI NAVAJA, CAPTAIN HOWDY, MOUNTAIN QUEEN, MALY DE MALICIA Y SERGIO ABSOLUTT. Más allá de la música, el festival destacó por su ambiente cercano y participativo entre los asistentes.
Uno de los aspectos más celebrados por el público fueron los precios populares de los servicios de barra y comida: ninguna bebida superó los 2 euros, y se ofrecieron diferentes opciones gastronómicas de cocina casera preparadas in situ, que aportaron autenticidad y reforzaron el carácter cercano del festival. Además, el merchandising tuvo un carácter especial: todos los productos camisetas, cajas artesanales con el nuevo disco y otros artículos fueron elaborados a mano, convirtiéndose en piezas únicas y con un valor añadido.
El festival sirvió también como escenario para la presentación de “Fumetamorfosis”, el cuarto trabajo discográfico de Mota Blues. Se trata de la propuesta más transgresora del grupo hasta la fecha, donde confluyen sonidos de blues rock lisérgico, experimentaciones con el folk, la tonada asturiana e incluso canciones interpretadas en marroquí, todo ello envuelto en una atmósfera rockera y rompedora. En este disco, la banda cuenta con colaboraciones de grandes músicos del panorama nacional como Pablo García (Warcry) o Juanjo Díaz (Rodrigo Cuevas) entre otros muchos artistas.
Con Motaland, Mota Blues ha querido demostrar que es posible organizar un festival en el medio rural asturiano con recursos ajustados, pero sin renunciar a la calidad ni al espíritu colectivo. Un evento que no arruina a los asistentes, sino que los hace partícipes de una experiencia auténtica y que revive la esencia de los festivales de los años 60.


martes, 30 de septiembre de 2025

LA CITA

El poeta Álvaro Valverde se hace eco de Juan Ramón Jiménez y las drogas en una entrada de su blog. Muy agradecido:

"[...] Leí casi todos estos libros de los que hablo al borde de una piscina (y alguno mientras ardía, para nuestra desesperación, lo alto de la sierra que teníamos enfrente). En una mañana y de una tacada, lo confieso, Juan Ramón Jiménez y las drogas, del bibliotecario de Hervás Jonás Sánchez Pedrero, publicado por El Desvelo Ediciones, del grupo Almuzara. Es admirable el rigor con el que está escrito y llama la atención lo bien documentada que está la "influencia de los fármacos en la vida y obra del poeta de Moguer", como reza el subtítulo de la obra. Parece mentira que con lo que ese hombre padeció, hipocondría mediante, lograra levantar esa imponente creación literaria que le hizo merecedor del Nobel. Todavía le aprecia uno más, a pesar de su endiablado carácter, después de conocer, con la exhaustividad debida, todo lo relativo a sus enfermedades y a los medicamentos y drogas que tomó para intentar superar sus enojosos síntomas. Chapeau! [...]"