miércoles, 2 de julio de 2025

LA NORIA

Qué exagerado parece. También la poesía parece una exclamación, como una madre que llora cosas de su hijo. Hoy el lenguaje se escribe con misterio, con el lazo cuántico de la emoción que nos lleva a sentir las flores de Reisinger que, por muy koreano que parezca, podría ser de Amsterdam. Cuando se te encara un pato como un cuadro de Bansky, cuando lo ves salir del agua como un padre de la CIA, sabes que la «realidad virtual» es otro pleonasmo. Sabes que su agua brilla demasiado, como salida del sueño de unas gafas, como el fosfeno psilocíbico de un atardecer por los arrabales de tus adentros. Solo hay que esperar. Aguardar a que suba un pájaro a la rama. Es sencillo y tranquilo, como suele ser lo importante. Te sientas, permaneces y el mundo se abre. Aparece la libélula, la estela de tu brazo y la metáfora. Cuando se reitera la jugada es cuando el lenguaje se demuestra exagerado. El mundo toma la dimensión que se merece y las palabras se amustian como una vergüenza que seca un poco. Y entonces las líneas vibran, el asombro renace, como diamantes en el Moko, como el Remix de Sofi Tukker puesto en bucle. Escribo este texto en mi cabeza. Con una tinta alemana pasada a un teclado japonés, hasta llegar a los bytes de un chip de Hong Kong arrancado a la tierra por los deditos de un niño congoleño. Y en el remanso binario de una catedral, allá por California, reposan los fotones de este blog que ahora lees. Como una máxima que repasarás dos veces para pensar que no la entiendes. Claro. Somos mierda. Somos la descomposición de la materia que busca un sumidero. Digamos que rosa. Pongamos por caso que sus canales van a dar al rojo. Al barrio lento de las miradas entornadas. A la tranquilidad del dalomismo como reverso del paraqué. Sí, qué exagerados son los poetas. Después del pellizco de un timón de pájaro el poema queda pulido por el filtro de la rueda. Qué exagerada parece la emoción misma cuando se abisma la eMe. Cuando la brisa púrpura de Oliver Latta atraviesa el viento del metaverso. Qué ocurre si desaparecen las preguntas. Ahora soy esa e huérfana de acento. La grafía cavernosa de una antorcha bajo el sol. La repetición actualizada de otra insignificancia. Seguimos llenando nuestro todo para nada. Seguimos -ahora que el asombro se deja- con la lengua de la mano. Chupo las salivas, exhalo las hamacas del aire. Me recuesto sobre mis ojos. Ya no espero a la verdad de mi razón. Soy para estar. Asisto. Sueño memorias sin certeza. Barro el viento. Cuento el silencio por decir, con los dedos del apego. «He tenido suerte». Una bicicleta fluye hacia mi labio. Un trasiego de labios rodados pilotan sus pezones. Las casas reverencian el paso de un alegre marica que canta con los brazos abiertos. Una ese camina por la cuerda del alcohol mientras los semáforos retienen el peligro. Las fachadas sonríen con sus bocas estrechas y se inclinan amables. Una erección de escaleras obligan al vuelo de las gaviotas. Es exagerado. Lo sé. Pero necesito exagerarme para vivir. Para volver al remanso de saber que no importa. Y escribo. La planicie riega licras apretadas, ya se sabe. Van al gimnasio de la maternidad, a la oposición a obediencia, a la jubilación por desastre. Dos niños abren sus cajones mientras apagan la luz. Duermen, mientras hablan a su madre. «¿Mamá?» sueñan en voz alta. Hay una realidad detenida que emerje cuando nos detenemos. La que nos ve cuando no la vemos y piensa «ahí va Jonás con su ceguera», con su caricatura, con sus versos patosos. Detrás de la realidad hay otra cortina donde un camarero escribe en su móvil que quizá «se le ha olvidado cobrarme» para después invitar a un chupito arrepentido. Sabe a la suave tristeza que compartimos. Alguien ha muerto. Puede que alguien nazca también en este instante. Y brindo por esta noria, macabra y hermosa. 

 


sábado, 21 de junio de 2025

EL RITMO

Te conozco tan bien que te sigo buscando. Sigo al amplio horizonte de la ternura, esa que extiendes como una tarde en abanico, porque renuevas el tiempo con asombro. Tienes un caramelo que baila sobre el nervio funambulista de las piñatas. Vuelvo a ti por la cetrería del futuro, por la memoria inversa del telón abierto. Creces y me llevas de la mano. Fabricamos el afecto porque vamos hacia el somos. Comenzamos a ser los viejitos que bailan agarrados a la sonrisa como si fuéramos nuestros propios hijos. Parecemos un mundo antiguo, habitantes del pasmo que tantean la misma mano, la que pides que no suelte porque se caerían los besos. La costumbre crece y da frutos distintos (esto viene porque que me flipan las plantas, ya sabes). Ya sabes casi todo de mi casi nada. Maternalizas mis libros, acaricias mis versos con tus oídos atentos. Aplicas remanso a mis latidos. ¡Qué lejos vas a mi lado! Sé que eres quien todavía no está. Sigo en el arco. Sigo en la espera como un aprendiz de ritmo. Ahora sé llegar a casa y encender la cara si me llamas, estarte cuando te ausentas, sernos cuando te vas. Chupar el corte de la costumbre cuando saco dos cubiertos y no hay nadie. Me aproximo a lugares donde escucho a la belleza y reclino mi cabeza en el rumor de tu aleteo. Sé que algo pasa y me contenta no saberlo.


sábado, 7 de junio de 2025

LA NICOTINA

Si consigues olvidar -olvidar lo humano-, si consigues entrar en la voluta del humo, en la nube que se dispersa, si consigues fundirte en el vuelo de lo volátil, se puede navegar el vértigo. Hay alcoholes que lloran solos sin que rompas con lágrimas su belleza. Hay piares de fondo, brisas que te traspasan y caricias que se funden. Si consigues olvidar lo humano puedes escuchar la sangre y la sinceridad del ocaso. Encuentras el tacto de la poética, de la melodía que se oculta en lo detenido. Detrás -siempre hay un detrás-, el detrás sin sombra del movimiento, en la serenidad sin sombra de un árbol que bulle. Si rompes los sentidos con la aguja de la emoción, estalla la belleza. Estalla el fluido sutil con su aroma de objeto. Disfrutas. Vivir es amar y olvidar mucho. Cantas el agudo del cariño con las campanillas púrpuras del paseo de su mano. Las horas se vuelven de barro como el agua que mece las cerámicas. Si consigues olvidar, se puede escribir en el aire, sentirse padre del granito y arropar el paso de una hormiga. Se llama al amigo para volver al tiempo, al vuelo de las mariquitas que se posaban en tu pulgar. Cuando la química se equilibra y consigues olvidar, entiendes que el mar no necesita ayuda. La noche traerá su filtro de blancos sumideros. Chorros turquesas pueden volverse de algodón y ser reales. Lo posible necesita olvido y marihuanar el quiste del rencor. Se puede entrar en el sonido del violín para limpiarle los ojos. Besar el rimmel de la noche mientras chupas su emoción y se enciende el labio que deseas. Esas cosas. Se erecta el perfume cuando lo prende la nicotina. Se escota la vida y se persigue la blancura de la terneza. El corazón late como un gorrión sin pico, como el roneo tenso de Lia Kali. Si consigues bailar con los gestos del silencio... Sí. Espera. Aguarda. Entiende la velleza. Su niebla tranquila de vapor adolescente, de foco de aire nemoroso. Si la lupa del dolor se rompe, entonces la lengua más roja lamerá tu oído. Cierra los ojos y mira la claridad del negro que te habita. Vuelve a ver con el ojo de la oreja, con la saliva del orgasmo, como un time lapse de un sueño sin reposo, como si Jaimie XX te hiciera una tortilla. La pareidolia del tacto pudiera ser entonces. Sí, el quizá -entonces-, pudiera ser. La velocidad estalla como una bengala que disfruta de su luz. Si consigues que su pelo no duerma, si consigues encender la brisa al cerrar los ojos, entonces... Es entonces.

jueves, 24 de abril de 2025

LA LEGALIDAD

Replicantes, yo he visto una tuna en un Karaoke.

Eso no me lo dices un jueves.

Su lado bueno era la espalda.

Perfección en virutas de tiempo.

En el casi nada está casi todo.

Dialéctica para convencidos.

Procura que se te olvide.

La baja es la media.

Siempre nos quedará la dioptría.

Cambió imposibles por un descansito.

Y que la prohibición sea legal.

domingo, 13 de abril de 2025

LA NOCHE

Juan Carlos Usó acostumbra a poner el ojo donde mira nadie. No solo se fija en la masonería, los transformistas y las drogas, también en la sutileza del gesto, en la emoción tácita que acapara un silencio. Pertenece a la rara estirpe de los honestos. Sabe que al lector se le puede engañar con los cuernos del corazón que no siente, pero a uno mismo -¡ay!- la traición le muta en vergüenza. Por eso sus libros más que ensayos son respuestas a preguntas propias y se adentra en las fuentes para tantear el río. A Juan Carlos Usó le va la primera mano, el original para poder desmenuzar con sus dedos el cogollo de la cosa. Su biografía tiene un mil novecientos no sé cuántos que interesa poco porque su bibliografía lo dice todo. Arrancó en el baile del conocimiento con Drogas y Cultura de masas (1996). 

 

 

Cuajó en forma de libro la tesis que apadrinó su maestro «en estas lides», Antonio Escohotado. Cuanto más descatalogado, cuanto más inencontrable, más necesario se vuelve este preámbulo del soslayo. Usó se ocupa, de lo que a otros preocupa. Nos muestra el polvo que cubre la historia que a veces resulta ser heroína o cocaína, según el medicamento. Nos remueve en el sillón de la lectura con la incomodidad de los que no quieren tragarse la pastilla porque dicen «que es una droga». Por eso antes de darnos Píldoras de realidad (2012), se fue de viaje con Spanish trip: la aventura psiquedélica en España (2001) que la familia analógica de Ulises reeditó (y ampliaron en digital) para celebrarle cinco lustros al tripi. 

 

 
De repente... ¡ahí va otra! Que dice Juan Carlos «¿que si el brazo se chuta solo?»; y se marca ¿Nos matan con heroína? Sobre la intoxicación farmacológica como arma de Estado (2015). 
 
 
Porque los libros de Usó -quien tanto reniega del romanticismo- se titulan con brochazos de punzón. Luego, un subtítulo delicado los estabula para que la cabra sepa que, si tira al monte, es por caprina. Y en ese plan esparce títulos como Los camellos, para apostillar luego «esos seres tan entrañables» y quitarles arnal. Por eso Usó suele firmar solo JC, porque la importancia está dentro, en la aparente ligereza de lo externo. Venía aprendiendo de sus libros y de tanto aprehenderlo un día me lo encontré por casa para entender que «nos había mejorado», como dice mi señora. Qué cosas tiene el asombro. Quién iba a decir que a la vejez pirulas. Pues mira, ahí tienes un Viernes Santo como Dios manda. Y así el Orgullo travestido (2017) de Gloria Laguna (2017) se desvela en libros que refrescan la memoria del olvido castizo. 


Con Drogas, neutralidad y presión mediática (2019) quiso «saldar la deuda contraída conmigo mismo desde mis años de doctorando». Inquietudes poéticas, importancias subliminales, qué sé yo. Para eso trescientas páginas y, entre pitos y flautas, veinticinco años de estudio. ¡Hala!
 
 
Con Arroz, horchata y cocaína (2021) quiso dejar claro que si uno no es profeta en su tierra, no es por falta de méritos, porque él hizo su paella. 
 
 

Con la pandemia supimos cómo se aburren los bibliotecarios. Aquel largo puente -«sí, de ingeniería social», que dijo alguno-, le cuajó en una sombra caleidoscópica. Con El sol salió anoche y me cantó (2023) le pregunta a los psiconautas por las cosas de la conciencia. 
 

 
Y así, en la cavilación del subtítulo, en ese especificar del saber que tiene la sabiduría, acaba de compendiar la Historia del ocio nocturno en España (2025), mirando entre sus cosas. Otro pilar para su granito de arena, otra autoridad para su conocimiento. 
 
 
Porque lo jodido de gente así es que, además, predican con el ejemplo. Esnifan la noche de «la noche sin fin» tirando del hilo de un subtítulo, esas líneas bordadas con la delicadeza del espejo. Jotacé tiene el carisma de la sonrisa afable y la importancia de la brisa sobre la cara. Es de las pocas personas que van de la mano de su obra. Fue un «destroy» de muchas pistas que hizo su «camino al andar» de «ruta» y bailando. Luego, con el tiempo ya macerado, va y te lo cuenta con pelos y seiscientas señales de notas al pie. Quinientas cincuenta páginas que he bebido para saciar la sed en este páramo, en este desierto verde, en este paraíso difícil, del que no me pienso mover mientras exista Manuel Carrasco. Ustedes verán, pero hasta en ABC saben lo que vale un Juan Carlos.

lunes, 31 de marzo de 2025

LA PORCELANA

La sangre suena a calor. Parece que el ritmo nace de un latido, pero es la tibieza la que convierte la armonía en un cauce que hace escuchar al pecho. Por eso los niños se duermen en el regazo y la madre se hace madre con la nana que valida la pena. Las mejillas de Björk son la porcelana del juego. Tiene el clítoris de Miranda July y el sabor a fresa de Oliver Latta. De su rostro se desprende la emoción rosa de las compresas. En su pose se nota que los niños no hacen películas. Su niñatismo no actúa, se manifiesta cuando se cuenta el cuento por malo que sea. Canta con la imaginación infantil de la vanguardia desbocada como si fuera la reina del ajedrez de Duchamp y Eve Babitz estuviera dentro del pisapapeles de ciudadano Welles. Björk tiene el desnudo de la mujer bajando la escalera, el cutis chino del porno y el ojo virulé del trastornado, por eso mira de perfil como las mujeres de tetas gordas. Parece un Val de Omar del pop, la lipoescultura de El niño de Elche, más fría y menos Radio3. A Björk le sale el Michel Gondry que lleva dentro. Gondry lo sabe, por eso le deja que cante sus vídeos con luz a lo Sarita Montiel. Sabe cortarse el pelo sin cortarse las venas, renunciar al paraíso fiscal de la marabunta sin renunciar al paraíso del fisco en mar abierto. Mide, con su inteligencia de hada, la calidad de su mito. Björk es lo que queda de la rave cuando la disuelve la policía. Es la porcelana del maquillaje, el cuello de las piruletas y el berre de las niñatas. Se pone la moda a la altura de la foto para lucir en el dominical su lucha por las ballenas. Se toca como si fuera el huésped de Michael Jackson jugando a la erogenia. Björk parece el hijo chino de Andy Warhol. Vende imágenes e independencia como una Jane Fonda de musgo, como si la muñeca de la caja de música se escondiera dentro de la música. Como si sacase la caja para llamar desde dentro con el tam-tam del misterio. Björk aparenta que no se tira pedos y ahí es donde huele. Como no se muera pronto, como no la maten, se le va a pasar el mito y solo podrá escribir sus memorias de Gloria Swanson para que la tengan en cuenta a la hora de La Historia. Fabricarse el mito en vida es comenzar a la muerte. Por eso cuando se le pone tonto el paparazzi se va pa Málaga a estudiar silbo gomero. A los seis meses later se volvió al rodillo para que no se olvidaran de sus quince minutos de fama. Björk suena a tachón, a anchoa que se ha ido por mal lado, a gotera de grifo en noviembre, al apócope de Attemborough que lo flipa con ella. Björk necesita una biblioteca que le ponga arrugas en la frente, que le corte el chicle a los agudos como si fuese el final de su película Trier que Haneke copia tan bien. Björk tiene nombre de tenista antiguo y televisor bueno. Es el Telefunken del pop cuando se le jodía el amarillo, como el despertar de una cabezada en la piscina. Björk se ha fumado el porro arco iris del talento naif, que no da positivo y huele a Grammy. Ahora tiene la edad de Madonna cuando le pedía «colabos», por eso se Rosalía para no operarse las tetas discográficas y seguir en la integridad de la pose genial, un poco Manu Chao a lo macroestadio, porque ella pierde dinero como forma de ganarse la calidad que le sobra. Banderas hace el Antonio por Málaga para ver si se le quita la baba de Solbes cuando habla, pero nada. La babita solo se perdona a las almohadas con resaca y a los tangas que se tiran por la ventana del mordisco. Björk se desnuda para taparse, para que no le sigan en la playa y le dejen sacar la tartera del Nivea. Parece un panda de las nieves, un dentífrico con sabor a leche que necesita lavarse la conciencia tres veces al día. Es la novicia de la música que deja los hábitos de manera cotidiana. Tiene el Perito Moreno enmarcado en el flequillo y un rumor de gánster en el silencio. Björk se viste de armonías y arreglos para que no le veamos los cueros a su voz monótona de Heidi. Se hace la filarmónica y el plano corto para que no reparemos en el aburrimiento de sus pecas. Björk todavía no sabe que la mejor belleza reside en el fallo, en la hostia de Bangkok, en el humo de las drogas que no toca. Gesticula como un arpa, como las figuras de los huevos Kinder y las lavanderas del Belén. Parece un dibujo Disney listo para empezar su videojuego. Pone nombres de Iphone a sus discos y estética de perfume a sus anuncios. Sabe encontrarle el filo a sus cosas para que el tiro se clave bien aunque salga mal. Ha tocado todos los palos del sombrajo pero le falta la poesía, la palabra muda de las orcas y el charol oscuro de su trino. Si Björk descubre la metáfora partirá el sonido con los manos. Cómo se puede ir por la vida con el cuerpo sin hacer y el poema sin sentir. Dónde se va hoy sin que te estalle la cabeza. Ahora que tiene sesenta febreros el cuerpo se le agosta y se le notan los diciembres, se le octubran los eneros y parece, un poco, su propio muñegote. Björk, con su mirada de gato bizco, con su lejanía de felino, mira el mundo con ojos entornados entre el cansancio y la idea. Con silencio harto y dulzura de anciano. Tiene en la frente una tribu que busca su río. Hace la música del rayo, preguntas con ansia de incertidumbre y ritmos con mareas que dejan resaca de cráter porque sabe que en la oscuridad no hay distracciones. Por eso se mira los pies tan a menudo.

miércoles, 26 de marzo de 2025

EL CABRERO

Dentro del pisapapeles hay un líquido algo más denso que el agua que remueve una ficción de nieve que acaba por reposar. A veces siento esa ficción. A veces siento el papel bajo mis pies como una cárcel, como si el vidrio estuviese fuera y los copos cayeran como barrotes a mis pies. Siento la angustia de las emociones paralelas, el arañar de la congoja cuando el aceite no sucumbe en el agua. Ensalada de tiempos imposibles, de lenguajes distintos para una boca llena de trapos. La lengua del gato es ahora tú lengua, una zeta que recorre los dientes con tristeza. Ahora, hay veces que las miradas tiñen los ojos de agua, de ese agua servida con servicio, con la dedicada intención de saciar la sed. Ya sabemos las cosas que se escriben por amor. Pero hay tantas preguntas sin responder que lo imposible te inunda de cristal. La transparencia engorda y la visión se aleja con total claridad. Y sin embargo, hay un micelio que resucita cuando sientes las pisadas. Tampoco la ficción es pura, ahí reside el consuelo. Y volverá el pelo con sus gritos a tirar del tiempo, volverá la vida a rasurar los domingos. Nada nuevo ocurrirá, solo matices para el asombro, frescura para el olvido, saliva para el légamo. Cada soledad resbala a su ritmo, cada baile agoniza distinto como el pestañazo que invade las películas, como el sueño abandona a los dormidos. Como una cuña que encaja la conducta, cuando despertamos, solo queda una legaña que llora porque la han dejado sola en la cuna de su ojo. Llora porque los nidos se enraman y ella se ha quedado en la viga de la mirada, en el blanco perfecto de la diana, en la esclerótica abulia del llanto. Duerme, legaña, duerme. Ronca la ere de lija. Susúrrate el aire que nadie te soplará. Reposa los minutos de bronce hasta que el dinero vuelva con su trituradora. Su hélice vive en la barra de pan, en la tinta de las ventanillas y el zureo de los buitres. Detrás, la góndola del tiempo, la urraca logarítmica de las ofertas y el sujetador de la sonrisa. El caudal del misterio, esa alfombra durmiente, subirá por las piernas para angustiar al grito. Nadie entenderá a las bengalas, a las hogueras de carmín al trote. Nadie escuchará los golpes en la puerta. Nadie hará caso a las espitas ni a los globos. Nadie a las tazas que se caen por la película lenta. En la impostura de la goma, en el tacto tibio de las monedas, viven los microondas. Cocinan la piel de la infancia con menús desplegables. Trazan las alergias del plástico con agujeros nuevos y minerías de satélites. La silicona como velcro y como pecho. Como pegamento de ventanas, como lombrices de cáncer con olor a regaliz. El linóleo del concesionario será vehículo algún día. Tu nalga sufrirá el confort de cómodos plazos. El plazo, la cuota, la jornada, fragmentos para un imposible, para que un mosaico impida ver el árbol con su belleza subterránea de raíces. Quién preguntará a las metáforas, quién degustará sus berrinches. Algo ocurrirá como si fuera definitivo. Asistir al oxígeno (para respirar o quemar), será una puerta que se cierra como un falsario universal. Allí está la bisagra del cabrero, la lírica, con mis rebaños de artificio.

jueves, 13 de marzo de 2025

LA LIMA

Hay un sonido que se siente, una angustia de metal, una ene donde golpea el yunque de la ira. Es el silencio del reloj de arena, el lenguaje imposible desgranado. Es hacer el cubo de Rubik con el dedo índice de las pestañas para ver si así se entiende, pero no hay manera. Otravez pesa como nunca porque es un siempre de pistón. En esa ene horizontal de los días se envidia a la clorofila, se desea el rubor de la metamorfosis como el humo de un pulmón adolescente. Tiene la tensión del cráneo y las encimeras. Es la emoción a venganza cuando se pide justicia y la mirada que se sincera. A veces se cae como el helado inverso de las persianas, a veces como el cubo derramado de las goteras. A veces fogonea la pólvora de la memoria para no morir en el oasis del rencor, y se escurre por el sumidero paterno del «qué le voy a hacer si es mi hijo». Es ese chino. Es la resignación de amar y olvidar mucho y leer «quélevoyahacersiesmihijo» para no tocar la emoción recién pisada. Es el «ahora» cuando sabemos que «es imposible». Ese instante de mercurio, esa fiebre líquida que se va por sumideros de bronce. Que no se caiga el bate, que no se abolle el traje del coche, que no se distraiga nadie. Como una pasión de hélices melladas solo quedará el aire. Ese revolcón de grava con ínfulas de irse a por tabaco. Después de tanto todo para nada, quedan las migas de pan de un remolino en que ningún gorrión se fijará. Vamos, ya ni el silencio es lo que era. Ya no solitreas como antes. También escondieron la cuchara. Ahora todo se distrae como una noticia, como una torcedura de memoria que no dejará fotografías. Baldosas de lengua viva, fuego quemante sin calor y secuestros de mano. Asco limado por lo que acaba de repente como si