HERVÁS
EN LA OBRA DE VÍCTOR CHAMORRO
Jueves
8 de agosto de 2024
(20
h. cine-teatro Juventud de Hervás).
«Yo
no podría vivir sin Hervás. Aunque he estado treinta y tantos años
en Madrid dedicado a la enseñanza siempre que había la oportunidad,
un puente, incluso muchos fines de semana y luego todas las
vacaciones del año de la enseñanza […] siempre he ido a Hervás.
Porque casi todas mis obras las he escrito desde Hervási”.
Buenas
tardes a todos.
Hablar
de la presencia de Hervás en la obra de Víctor Chamorro es una
redundancia. Pocos autores se habrán sentido tan ligados a un
territorio como el escritor de La hora del barquero. Para
Chamorro, Hervás fue el paisaje de la infancia que marcaría para
siempre su devenir personal y su narrativa futura. A mi pregunta de
por qué no había viajado más me respondió que el mundo se
configura durante la niñez. «Después cualquier paisaje solo sirve
para compararse con aquel mundo primigenio; si viajara al Everest,
Jonás, solo podría decir que es siete veces el Pinajarro». Y puede
que tuviera razón.
En
este mismo cine representó, cuando era profesor del CLA (Colegio
Libre Adoptado), en el curso 1971/1972, el Auto de los Reyes
magos, obra medieval inconclusa que Chamorro finalizó para ser
representada por sus alumnos. Entre los pastorcillos se encontraba
Federico Suárez quien con el tiempo sería presidente de la Asamblea
de Extremadura. Detalle que, en febrero de 2008, se ocupó de
recordar su mujer Leonor Flores (Consejera de Cultura entonces), el
día en que se inauguró la rehabilitación pública de este
edificio, de titularidad eclesiástica. También representó la obra
de teatro de Alfonso Sastre Escuadra hacia la muerte. Todo
un atrevimiento al ser dramaturgia de un autor perseguido y que daría
con sus huesos en cárcel franquista poco tiempo después.
La
presencia de Hervás en su obra es una constante. No olvidemos que la
que sería su primera novela, El santo y el
demonio (1964), es la coagulación de un
diario adolescente que el escritor redactó en la localidad en su
mayor parte. En ese diario (de los que se conservan algunos
fragmentos en su archivo) se revela un adolescente
marcado por la religión que intenta explicar el mundo a través de
la palabra escrita. Una catarsis personal que le ayudará a superar
sus complejos y a la que dedicará, en agradecimiento, el resto de su
vida. En sus memorias inéditas
Chamorro me confesó que su abuelo Segundo Calzón aparece en El
Santo y el demonio como el pastor
cascarrabias y divagante, como un personaje de «obsesiva
platonización» de la niñez del autor. Otro hecho relevante para el
escritor fue la muerte de su hermana Citina en abril de 1945. Un
trauma que nunca superó y que intentó purgar narrativamente en El
Santo y el demonio:
«Aquello
era un verdadero griterío y fue precisamente en aquel instante
cuando el cura Ibraín hizo su aparición en el cuarto. La Sabel se
tiró a los pies del cura y besándoselos y bañándoselos en
lágrimas suplicaba un milagro».
Tabaján,
el nombre de la localidad donde se desarrolla la novela, no deja de
ser un topónimo que esconde la atmósfera rural de cualquier pueblo
de la España de 1960, Hervás incluido: «Tabaján es un pueblo
retirado del progreso por su situación geográfica y su pobre
economíaii»,
El Charusco, pico montañoso de la novela, parece ser un trasunto del
El Pinajarro. Cuando el narrador dice: «El corazón de Tabaján es
su plazoleta», parece que Chamorro escribiera «El corazón de
Hervás es la plaza Corredera». «Los chopos comienzan a desnudarse
de sus hojas, doradas por el último sol de verano. El suelo va
recibiendo la alfombra crujiente que a veces es barrida por el
vientoiii»,
parece una breve descripción de La Chopera lugar donde compuso
algunos pasajes de la novela como confiesa en sus aludidas memorias
inéditas. Cuando se narra: «los rebaños dormían tranquilos,
apretándose las ovejas unas a otras para recibir y
transmitir el calor de sus cuerpos, en los cobertizos del Forquitoiv,
vigiladas por los enormes perros pastores de orejas cortadas y
collares de puntasv»,
solo está describiendo aquello que ha visto y que Tinín, su
inseparable amigo de entonces, le ha contado con detalle. Es
significativo, que en las ya referidas memorias,
sea citado como El carnicero mágico.
La
trama de su primera obra está poblada de personajes que ha conocido
en Hervás, figuras que ha ido moldeando hasta ficcionalizarlas, para
que no ser reconocibles. Con el paisaje no tiene tantas precauciones:
«Los inviernos de Tabaján son muy fríos, con abundantes nieves y
huracanes que destrozan los chopos con la facilidad del viento solano
que abate las espigasvi».
Hay pasajes de la novela, finalista del premio Planeta, que se
desarrollan en San Antón: «explanada muy grande de tierra
amarillenta, salpicada de hierba a trozos […] En el centro de la
explanada se encuentra la ermita del santo […] A unos cincuenta
metros hay un pequeño pinar […] Los de Tabaján apenas
frecuentaban la explanada ni el paseo de los pinos, [se está
refiriendo al paseo de Nápoles] pese a los delicados paisajes que se
contemplan desde el fondo del pinar; diminutos prados verdes, huertos
que parecen pequeños remiendos, lejanos ganados, fresnos y
chopos...vii».
La chopera será un paisaje muy presente en el imaginario de Chamorro
que pone en boca del cura Ibraín: «¡Cómo evoco La Chopera que
tantas veces recorrí de niño!viii».
Fue en ese paraje donde un escritor en ciernes fue víctima de un
pederasta. Hecho que cuenta en el documental El
sillón de Víctorix,
y que reconstruyó literariamente en El
pequeño Wertherx.
Una obra que, como veremos, será la más
autobiográfica de su narrativa.
Su
segundo título El adúltero y dios (1966),
fue escrita después de que un paisano de Hervás le contase la
historia de su vida. Chamorro, con el vértigo propio de las segundas
obras escribió las vivencias de aquel hombre que se le acercó un
día de lluvia. En sus memorias inéditas recreó aquel
encuentro:
«Una
noche de mucha lluvia impidió a dos personas abandonar los
soportales de la corredera. Uno era el escritor. El otro un hombre
que vestía una chaqueta de paño gastado y calzaba zapatillas de
esparto. Era canillero en la fábrica de lanas de Gervasia. Arreciada
la lluvia, parecían solos en un pueblo abandonado. El tejedor dijo
que él también escribía. Y se le descolgó la mandíbula a
instancia de la disnea (yo me acosté con mi cuñada mientras mi
hermano me tuvo en su casa como a un hijo. Cuando lo descubrió me
fui a la guerra buscando una bala)».
Chamorro
tenía una historia que contar y lo hizo interiorizando los celos de
una sociedad marcada a fuego por la moral de La Iglesia que
dictaminaba la ley del momento. Vuelvo a citar sus memorias:
«Era
la Iglesia -hablaba Chamorro con rabia- quien marcaba la pauta
considerando a la mujer como un ser incompleto a la que segregaba
del sacerdocio. Sólo altareras y limpieza de templo. Las de clase
alta con mantilla y peineta ornando las procesiones. La iglesia
nacional católica imponía a la mujer el débito conyugal. Lo que
convertía muchos matrimonios en una violación continuada y
protegida puertas adentro de la casa. […] Era la Iglesia Nacional
Católica detrás de aquel código penal que permitía la muerte de
la mujer si era sorprendida con el amante sólo y sola, desnudo y
desnuda en el mismo lechoxi».
Aquella
historia que le fue contada por un desconocido en los soportales de
La Corredera, le supondría ser finalista del premio Planeta en 1964
con el título de El adúltero y Dios y que correría igual
suerte en el premio Blasco Ibáñez de 1966 bajo el nombre de Amores
de invierno.
Con
La venganza de las ratas (1967) Víctor Chamorro ganó el
premio Urriza. Rincón, el topónimo del pueblo en el que se
desarrolla la novela también tiene pinceladas descriptivas que
evocan a Hervás. Uno de los pasajes principales de la obra
reconstruye un suceso real, como cuenta el escritor en sus memorias:
«Un
teniente ordenó al Carrero local el traslado de un vagón de heno
desde la estación al cuartel. Se negó alegando era fiesta de
guardar y que sería multado. Entonces recibió una terrible paliza
y el ominoso castigo de caminar desde la estación al cuartel. Así
sería condenado por la gente que, después de misa mayor, iba a la
estación para ver llegar el tren. El escritor, aún con calzonas,
estuvo entre los chiquillos que escoltaban al herido. A ratos se
sonaba la nariz con los dedos y expulsaba flujos alquitranados. El
niño percibió algo que le dejó una huella indeleble: un silencio
sepulcral, sin piedad, en el que se escuchaban los gritos de la
mujer suplicando un médico. La tortura al carrero, el proceso a su
padre, y las represalias continuadas a Pepe, Angelita y Aníbal se
confabularon dando lugar a los personajes de las ratas, fuerzas
vivas de Rincón. Luego el título llegó sólo El último
rebeldexii».
Con
ese nombre fue presentada a los premios Planeta y Nadal, quedando
finalista. Ya con el de La Venganza de las ratas ganó el
Urriza, fue publicada por la editorial Terra y después
reeditada por El círculo de lectores en 1975. Un libro que
llegó a estar varias semanas entre los más vendidos por delante de
autores como Miguel Delibesxiii,
con quien mantuvo correspondencia.
Estamos
ante la primera novela escrita en la posguerra que trata la tortura
en el medio ruralxiv.
En la novela el autor tuvo la audacia de motejar al comandante de
puesto con el estrambote de «El cascahostiasxv»
y hasta le dedicó una coplilla que se cantaba soto voce en las
tabernas de Rincón: «Cuando a Jacobo / le van contra el pelo / el
tricornio del cabo / va a dar al suelo».
Rincón
no es Hervás, pero sí ficcionaliza unos hechos reales que
ocurrieron aquí y que la mente literaria del escritor traslada al
personaje de Jacobo y su torturador el «cascahostias». Para una
novela escrita en 1967 es una osadía a considerar.
Con
El Seguro: enfermos ricos, enfermos pobres (1968), gana el
premio Ateneo Jovellanos de Gijón. En esta novela narra los hechos
reales de dos placentas previas que Teresa, su mujer, sufrió
en aquellos años. Aun así, en algunos pasajes de la obra se
deslizan descripciones de Hervás:
«Los
gorriones, los vencejos, le traían el recuerdo de las cigüeñas.
¡Oh Dios, un prado con cigüeñas! No podía imaginarse mejor a la
primavera. Bajando al huerto, el río roncaba entre la espesura;
bajando al huerto, a mano izquierda, pasado el río, había un prado
que siempre tenía, en primavera, alguna cigüeña. ¡Oh Dios! Era
primavera. Él debía estar en el huerto, desinfectando los cerezos,
limpiando el padrón de hierbas, trazando los cauces para los riegos
de verano. Un año atrás, por aquellas mismas fechas, él realizaba
aquellos trabajos. Entonces estaba soltero y se tostaba al liviano
sol de abril, un sol que no quemaba, templado, pero que día a día,
le iba bronceando. Y él gozaba, ahora se daba cuenta de lo que había
gozado, preparando un trozo de terreno mullido y metiendo, en el
hueco que el palo había dejado en la tierra, una planta de lechuga,
de pimiento, de tomate».
Chamorro,
siempre le tuvo mucho cariño a aquella huerta que cultivó hasta
casi los ochenta años y que yo, en alguna ocasión, ayudé a colocar
támbaras (que le facilitaba Victoriano Peralejo) para que tirasen
los tomates. Los recuerdos de la infancia junto a su abuelo, le
devolvían a aquel lugar de privilegiadas sombras.
Las
Hurdes, tierra sin tierra (1969) se gestó en Hervás cuando los
abnegados hurdanos se desplazaban hasta el bufete que su padre le
había abierto al escritor en la localidad. Tras duras jornadas a
lomos de mula llegaban a su despacho para pleitear por un olivo
familiar u otras nimiedades. En Canal Extremadura televisión
reconoció al periodista José María Pagador que:
«No
nos atreviamos a cobrar. La gente que iba solían ser de Las Hurdes.
Las Hurdes pertenecían al partido judicial de Hervás y llegaba
gente que había ido en mulo, después de un trayecto de doce o de
catorce horas, y te exponían un caso humano tan tremendo que no se
nos ocurrían nunca decir provisión de
fondos que es lo que se hace. Y luego
al final. «Nos dé usted lo que pueda». Y a veces, hasta nos costó
dinero el bufete porque yo recuerdo que tuvimos el caso de una
separación y cuando llegó esta señora a Hervás pues yo por mi
parte, con la ayuda de mi suegro, le monté la casa con unas sillas
y unas mesas para que pudiese vivir y entonces lo dejamosxvi».
Aquellas injusticias que le llegan desde Las Hurdes a su
bufete en Hervás, le llevan a inmiscuirse en un viaje por tierras
hurdanas y escribir un libro que aprovechó el título del documental
de Buñuel, pero que -según Camilo José Cela- Chamorro mejora al
tildar la región de «tierra sin tierra». Hervás aparece como el
lugar a donde van a parar distintos personajes hurdanos. Su tocayo,
el cartero de la la localidad, tiene capítulo propio:
«Víctor, un hombre simpático y con personalidad»
Víctor está encargado de llevar, a diario, el correo desde Hervás
a Casar de Palomero. Víctor un día se cansó de la tartana vieja
que tenía y se compró el «Land-Rover». Todo empezó a funcionar
mejor. Se acabaron las averías de aquel motor asmático, los
pinchazos de las ancianas ruedas, los viajes pudieron hacerse más
rápidos y Víctor pudo traer y llevar más gente. Por al tiempo que
transporta cartas, impresos, certificados, y reembolsos, sube a su
coche a todo el que lo solicita. En los días de lluvia, ventisca o
nieve son pocos los viajeros que se desplazan, pero en el mes de
octubre y noviembre, meses de la aceituna, los jóvenes braceros de
Hervás son contratados para ir a Marchagaz, por ejemplo. Y cito
Marchagaz porque se dice que allí se fabrica el mejor aceite de
España, el más claro, el de menos acidez.
A las ocho de la mañana empieza a congregarse gente a la puerta de
la admnistración de correos de Hervás. Hay que estar a la hora
porque Víctor es un reloj. ¿Qué ocurre si se presentan más
viajeros de los que caben dentro del coche? Todos suben. Por dentro
es un lío de cestas, enseres, mezcolanzas de cuerpos, gritos,
denuestos y risas. ¿No caben más? Ya veremos si caben. Víctor
abre la portezuea, empuja con el hombro; poco a poco va quedando un
hueco y en el hueco introduce al que iba a quedarse en tierra. Luego
un portazo y: ¡Nos vamos! ¡En marcha la diligencia!
[…]
Pero el coche de correos que sale de Hervás y el dos caballos que
sale de Casares son, al tiempo que repartidores de cartas, vehículos
de civilización y cultura. Transportan hombres de unos pueblos a
otros, facilitan la labor del médico, del practicante o maestro y
son intermediarios de un rudimentario pero necesario comercioxvii».
El
libro Sin Raíces (1971) se gestó en Hervás a donde
acudieron hijo y nieto de Agustín Sánchez Rodrigo para convencer a
Víctor Chamorro para que escribiera la biografía del impresor de
Serradilla. De nuevo, me hago eco de sus memorias:
«Se
presentaron en Gervasia dos personas preguntando por el escritor. […]
El padre tenía aspecto de hidalgo que pasea por los encinares con
paraguas y un misal. Vestía de negro con una camisa blanca
inmaculada de cuello abrochado sin corbata. Cara ascética, ancha,
con una niebla de búho. Pelo canoso a cepillo de viejo senador del
campo. Su hijo era un joven elegante sin perder un halo campesino.
Buen conversador sin tonillo de la tierra, pero había renunciado a
palabras dialectales.
El
escritor escuchaba al hombre mayor contar las bondades de su padre
Agustín Sánchez Rodrigo. Pensando que si aquellas dos personas se
marchaban pronto tendría tiempo para preparar la clase de francés.
Le conmovió el respeto automatizado del hijo. Sólo hablaba cuando
su padre llevaba a los labios el vaso de vino. Y empujaba con la
mirada para que su padre coronase una frase sin titubeos. A medida
que trascurría el tiempo la euforia se apoderó de la mesa del
mesón de La Vaca Brava».
En
Guía secreta de Extremadura (1976) aparece Hervás en varias
ocasiones. La primera como «parada y fonda»:
«Saliendo
de Madrid y tomando la carretera Ávila-Béjar-Plasencia, se penetra
en Extremadura, primera región española, dicen, en latifundios, en
señores feudales, en alcaldes caciques, en mano de obra barata, en
mínima red telefónica, en trasnochados tendidos eléctricos, en
ferrocarriles del Oeste y en carreteras deficientes […] En la
hondonada del Valle, al amparo de un antiguo castillo templario
transformado en iglesia, sestea Hervás.
El
rey Fernando VII opinó que era una de las villas más felices de su
reino. El escritor V. Moreno dice sobre su etimología: «Hervás
de hervasus; el abundante de yerba, por los muchos y buenos prados;
algunos dicen que viene de San Gervasio y tal vez tengan razón,
porque el riachuelo lo llaman Santihervás».
Tiene Hervás una parte urbanizada en la que el árbol sombrea el
cemento y los últimos prados se incrustan, moribundos, entre
bloques de casa que se levantan con prisas febriles.
Este pueblo es el principal centro veraniego de Extremadura.
La parte moderna se engalana con un parque versallesco de
geométricos parterres, a la melancólica sombra de llorones; y
fuentes barrocas con peces. Se llamaba jardín municipal, pero, a la
muerte del Caudillo, la corporación le rebautizó con el nombre del
finado. Alguien, debió ser de noche, ensució el nombre con un
espray.
Tiene el pueblo dos parroquias con cuatro sacerdotes. Y más
abundante asistencia religiosa durante el verano. En una de las
parroquias, la de San Juan, se puede contemplar un retablo barroco y
un extraño Cristo arrodillado sobre una bola y con el cuerpo regado
de sangre. Dicen que durante tres días, en el 1716, sudó sangre.
La otra parroquia, antiguo castillo templario, con bella fachada
neoclásica, cuenta en su haber con otro milagro: la virgen lloró.
[…]
Extremadura es tierra de leyendas, de tradiciones, de un folklore
por estudiar. Hervás no iba a ser la excepción, aunque, por su
paisaje, poco tenga que ver con Extremadura. Aquí triunfa el
castaño con uno de los bosques más importantes de España. Triunfa
el olivo. Pero no se ve la encina ni el alcornoque. Aquí se da la
camelia blanca y la tintada, pero sobre todo el pastizal fresco. Es
un pueblo serrano parecido a los pueblos norteños. Es como si los
gallegos y astures que repoblaron estas tierras, después de la
Reconquista, hubiesen traído su paisaje. Pero no fue cristiana toda
la población. Un adagio dice:
«En Hervás judíos los más.
En Baños judíos y tacaños.
En Aldeanueva la judiá entera».
[…]
Se opina que el barrio judío de Hervás es uno de los mejores
conservados de España: “Cómo estarán los otros”, dijo
alguien».
La descripción de la historia e idiosincrasia del
pueblo se extiende varias páginas en un libro que, por su interés
sociológico, merecería una reedición. Por lo que tiene de universo
extinto recupero las palabras relativas a la hostelería local:
«Si el visitante tiene un poco de paciencia y espera su turno
degustando el vino aloque del lugar, podrá tomar estos manjares en
la Vaca Brava, que es peña, además, del C.D. Barcelona. Si lo que
le interesa es asistir a una emocionante discusión a favor del
Bilbao, puede acudir al Mesón 60. Pero el mejor vino, dicen, se
encuentra en la tasca de Terencio y en Los Conos, ubicados ambos
establecimientos en el Barrio Judío. Para peces, el Tejero. Para
cangrejos, en verano, El Universal. Para barato, Blas. Y si el
turista desea tomarse un vino en un ambiente alucinante, acude a las
Cuevas del Calvo, “que no tiene un pelo de tonto”, que luce en
su barba tolstiana todo aquello de lo que carece en la cabeza, y que
tiene un libro de reclamaciones lleno de autógrafos.
La decoración del establecimiento parece arrancada de alguna
pesadilla kafkiana; es un pastiche de todo lo imaginable: desde
calabazas hasta banderillas, pasando por un espléndido harén de
mujeres de papel.
Hervás, cantado por Unamuno, Cela, Lera y tantos otros, es un
pueblo que, dicen, imprime carácter y que no se visita una sola
vezxviii».
Su siguiente libro Extremadura, afán de miseria
(1979), es un ensayo sociológico sobre la región, recientemente
reeditado por la editorial Jarramplas (2022), donde no hay citas
explícitas sobre Hervás. El libro fue el intento narrativo de
Chamorro por sintetizar las ideas básicas del imprescindible
Extremadura saqueada que en 1978 había publicado la editorial
Ruedo Ibérico y cuya problemática de fondo sigue vigente.
En Por Cáceres de trecho en trecho (1981),
dentro del primer tramo titulado «De las Hurdes a los valles en
flor» hay capítulo propio para Hervás:
“¡Castaños!, ya en la linde de Extremadura” escribe Luis
Rosales. Acabas de llegar a Hervás, pulmón de oxígeno: oxígeno
de su monte de castaños -uno de los más importantes de Europa- que
rodea un valle verde en el que parece dormir. Hace siglos fue más
que monte selva, como nos lo recuerda Alfonso XI, en su libro de
Montería, cuando afirma que Hervás “era buena tierra de osos”.
Has llegado así mismo, al más importante centro veraniego de
Extremadura -cabecera natural entre Béjar y Plasencia- y
rápidamente se te hará añicos la vieja realidad de la Extremadura
rural y desangrada, de las encinas polvorientas y los despellejados
alcornoques como Sebastianes, de la merina y el porcino. Aquí no
encontrarás el árbol que singulariza esta tierra, pero sí verás
árboles de área climática oceánica, así como el verde gallego, o
astur, que te entrará por los ojos como un manchón sin reposo:
verde natural, junto a verde civilizado de parques, choperas,
pinares, e hileras de árboles y rectilíneos parterres que
acompañan el cemento. Un par de meses el verde se cubrirá de
blanco y creerás entonces encontrarte en un vallecito tirolés
presidido por la mole del monte Pinajarro, cargado de hombros bajo
el peso de la nieve. Monte hiératico, solemne, totémico.
[…]
El progreso acabó con aquellos sacrificados neveros que partían de
noche desde la sierra y regresaban a mediodía con sus acémilas
cargadas de nieve para los ponches.
[…]
Tres kilómetros de sinuosa carretera separan el pueblo de la
general 630. Te sorprenderá un mazacote que preside las peligrosas
curvas serpenteantes entre prados zurcidos de huerto. No se trata de
una fortaleza, ni del Alcázar de Toledo, tampoco es un búnker, sino
el moderno hotel».
La descripción del pueblo continua durante varias
páginas más, algunas de las cuales pueden escucharse de viva voz en
el documental de El Sillón de Víctorxix
antes mencionado y consultable por Youtube.
Por lo que tiene de sociología reciente no me resisto a
reproducir lo que Chamorro escribe sobre los espectáculos taurinos
durante los festejos locales:
«Te encuentras en el corazón del monte, entre la ermita del
patrono y la moderna plaza de toros alrededor de la cual giran las
ferias y fiestas de agosto y septiembre. Desde que es plaza de toros
democrática tiene su pequeña historia pues la fiesta brava ha
servido de aglutinante y detonante para que este pueblo proteste por
vía taurina sin necesidad de partidos ni centrales. Tal vez
influenciada por la historia medieval de la localidad, la empresa se
manifiesta siempre bastante judía. Por ello se produce un divorcio
total entre ella y el pagano. En las ferias de agosto no suelen
ocurrir incidentes pues el veraneante se impone a la población
autóctona. El espectador paga mil y pico pesetas y soporta
estoicamente que una nube de polvo emerja del albero -como un vaho.
Cortina de humo que palía los miedos del alcalde -me refiero al
torero- o la cojera indecorosa de los astados. Aquello parece un
desfile de lazareto: toros inválidos de las cuatro patas, de la
columna, toros con funda de cuerno adherida con cinta aislante
negra. Vacas en lugar de cabestros, toros que parecen salir sin
cuernos porque lo hacen de cuartos traseros, toros que escapan de la
plaza para morir de un tiro en lugar de un bajonazo, y la lista de
sucesos se haría interminable. Anécdotas taurinas aparte, el hecho
es que en septiembre la fiesta se politiza. El pueblo se reúne
alrededor de la plaza y decide el boicot. Una comisión consensúa
con el empresario, que clama es su ruina. Por fin se reduce el
precio de la novillada y se abren las puertas de la plaza, pero el
escándalo prosigue pulverizando records. Hasta cinco devoluciones
de toros en una sola tarde. O puedes asistir a otro tipo de boicot
-muy refinado- consistente en que los piquetes dejen pasar el mínimo
de espectadores que los reglamentos prescriben, como
imprescindibles, para que no se suspenda el festejo. Raro es el año
que no se provoca algún show de este tipo. En el último la empresa
huyó con sus toros, utilizando la noche, y quedando burlada la
afición. A falta de espectáculo el pueblo recordó el número del
último festejo en el que un joven de la localidad -entre punky y
metal- salió al ruedo con gafas negras, un pendiente, y una camisa
a guisa de percal. Tal vez conmovido por las manifestaciones del
respetable -quizás no muy matizadas- agasajó al público y a la
presidencia con sendos cortes de manga a cámara lenta que
transformaron el coso en circo romano. Amparado por la fuerza
pública el gladiador pudo abandonar el coso pero inopinadamente
reapareció para llevarse a la enfermería una cornada en la axila.
Cuando el médico le previno del dolor, el esforzado tuvo tiempo
para replicar:
-Yo paso del dolor tío.
Así que te guste o no los toros -es indiferente- acude a los
festejos porque te depararán claves sociológicas para profundizar
en la idiosincrasia de este pueblo que tiene -como se dice hoy- más
de una lecturaxx».
La
Historia de Extremadura (1981/1984), El muerto resucitado
(1984) y El pasmo (1987), pese a haber sido pergeñadas y
escritas en gran parte en Hervás, no tienen alusiones directas a la
población que sean reseñables.
No
es el caso de Reunión patriótica (1994) una excelente novela
que, quizá, adolece de un barroquismo en algunos pasajes que impide
la fluidez de la trama. Esta obra es la más hervasense de las
escritas por Chamorro. Quienes le conocieron de cerca saben poner el
nombre y apellidos reales a los nombres de los personajes que
aparecen. Algunos capítulos parecen sacados casi literalmente de la
realidad. En otros se cuida de tamizarlos mediante la ficción. En
esta obra se narra la asamblea que las fuerzas vivas del
momento tuvieron para acordar la expulsión de Víctor Chamorro como
profesor del CLA, algo que traslada de manera velada, en una
superposición de estructuras y tramas. En ella se desarrollan
escenas vividas en el Casino de Hervás, conversaciones de verano
prolongadas por el alcohol estival y multitud de anécdotas y
experiencias que Chamorro vivió en los años setenta y ochenta.
En
El pequeño Werther (1997) se cuenta la adolescencia de
Francisco, alter ego del escritor. En ella se describen
distintos acontecimientos de su vida que ocurrieron en Hervás.
La
Corredera, el puente de Hierro, el Cuartel de la Guardia Civil, la
Estación de tren, El castañar, La Chopera, La Iglesia, el
Pinajarro, la Peña de los Lagartos, San Andrés, San Antón, Las
Cuatro Carreteras, La Cruz de los Caídos, el Robledo, el río
Gállego, el Ambroz, Villa Rosa, el Barrio Judío..., multitud de
lugares de la localidad se citan en las páginas de esta novela por
su verdadero nombre. Recojo, por cuanto de literario tiene el pasaje,
el momento en que el protagonista, alter ego de Chamorro, sale
de Hervás para estudiar:
«Lo
que más le extrañaba a Francisco era que Salamanca no olía, y él
añoraba aquellos trayectos pueblerinos acompañados de aromas
gratificantes. La calle de la Estación respiraba un nutritivo olor
a tahona, y en vísperas de Pascua se impregnaba con el aroma a
hornazos y a dulces. Salamanca no olía a carne chamuscada de
matanzas callejeras ni a tierra húmeda después de un chaparrón
veraniego ni al humeante estiércol del ganado que al atardecer
abrevaba en el pilón de La Corredera. Sentía nostalgia del
ordeñadero del señor Candela que olía a establo y a leche
acalostrada. Ansiaba las vacaciones para respirar cera derretida, a
incienso, a flores de Monumentos cuaresmales, a calles alfombradas
de espliego y menta. La casa del Tribuno era una orgía de aroma de
manzanas en lecho de paja, a melones en cuelga, a matanza oreándose,
a quesos en aceite. Pero el olor más excitante era el de la pólvora
que enturbiaba el aire anunciando las fiestas.
Recorriendo
las calles urbanas añoraba aquellos aromas que se habían apoderado
de su memoria, como el vaho agrio que eructaban los lagares del
Barrio Judío, el dulzón aliento de la almazara, el tufo a
casquería y vientre de los establecimientos carniceros, el olor a
maderas tiernas, barnices, y resinas de las carpinterías, el mítico
olor a tren, el de la ropa de su madre que él sacaba del cesto.
Otros tufos ingratos se evitaban no transitando determinadas calles:
la del pielero con su pegajosa tufarada a naftalina, el podrido
aliento de las pescaderías, el olor a yodo y formol de la consulta
médicaxxi».
La
hora del barquero (2002), Érase una vez Extremadura
(2003), Pasión extremeña en 13 actos (2009) y 25 de marzo de 1936 (2018) fueron
escritas casi totalmente en Hervás, pero no recogen pasajes
destacables de la población.
En
Guía de Bastardos (2007), introduce personas reales que
vivieron en Hervás como su abuelo, que el lector avezado reconocerá
como personajes ficcionalizados.
En
Los Alumbrados (2008) -para Chamorro su mejor obra-, el
escritor hizo la operación inversa a lo que venía siendo habitual.
Si trasladaba las características reales de una persona a un
personaje aquí hará lo contrario, adjudica el nombre real de Jonás
Sánchez Pedrero a un papel ya construido: «Querido Jonás: pensé
que el personaje que debía llevar tu nombre fuera el que más se
acomodara con tu personalidad y discurso».
En
Calostros (2010) Chamorro convierte a Hervás en Gervasia.
Topónimo literario que a la manera de Comala o Macondo, le permite
construir con su narrativa un lugar mágico, lleno de personajes
irrepetibles. En esta obra se reconstruye, en magistrales relatos, la
llegada de las primeras publicaciones locales a Gervasia, la vida y
tertulia del Casino, la llegada del tren, del tendido eléctrico, y
la compleja sociología del cotidiano de finales del siglo XIX y
primera mitad del XX. Casi todo el libro recrea la atmósfera de
Gervasia por lo que no reproduzco ningún pasaje en particular,
invitando a la lectura del libro en bibliotecas y su disponible
compra en librerías.
La
verdad es que casi cualquier rincón de Hervás ha sido descrito por
la pluma de Chamorro. Casi podría trazarse una historia del
municipio a través de su narrativa. Quizá sea esta una tribuna
pertinente para reivindicar una ruta literaria como hay, por ejemplo,
en Almendralejo sobre José de Espronceda y Carolina Coronado.
Un
recurso turístico que recupere el patrimonio local, vinculándolo a
la obra de uno de los mejores prosistas que ha dado el castellano en
el último siglo. Aquí dejó mi propuesta.
Muchas
gracias a todos por su presencia y atención.
BIBLIOGRAFÍA CITADA:
CHAMORRO,
Víctor.
1964.
- El santo y el demonio. - Barcelona: Planeta.
1968.
- El Seguro. - Gijón: Richard Grandío.
1969.
- Las Hurdes, tierra sin tierra. - Barcelona. Linosa.
1971.
- Sin Raíces. - Plasencia: Sánchez Rodrigo.
1973.
- Amores de invierno. - Madrid: Cunillera.
1975.
- La venganza de las ratas. - Barcelona: Círculo de Lectores.
1976.
- Guía secreta de Extremadura. - Madrid: Al-Borak.
1981.
- Por Cáceres de trecho en trecho. - Madrid: Cuasimodo.
1983.
- Las Hurdes, tierra sin tierra. - Salamanca: Librería Cervantes.
1987. - El pasmo. - Barcelona: Seix Barral.
1994. - Reunión patriótica. -
1997. - El pequeño Werther. - Barcelona: Plaza & Janés.
2002. - La hora del barquero. - Barcelona: Acantilado.
2003. - Érase una vez Extremadura. -
2007. - Guía de bastardos. - Hervás: Planteamiento.
2008. - Los alumbrados. - Hervás: Planteamiento.
2009. - Pasión extremeña en 13 actos. - Hervás: Planteamiento.
2010. - Calostros. - Hervás: Planteamiento.
2018. - 25 de marzo de 1936. [s.l.]: Asociación 25 de marzo.
2022a.
- Extremadura afán de miseria. - [s.l.]: Jarramplas.
2022b.
- Baratarias. - [Hervás]: [inédita, basada en el borrador: Última
bicefala].
NOTAS:
iiiCHAMORRO,
1964. p. 13.
ivForquito
es un paraje de la serranía de Hervás. Actuaciones sobre ella en:
http://extremambiente.juntaex.es/files/forestal/obras/09N1011FR073_opt.pdf
viiCHAMORRO,
1964. p. 85.
viiiCHAMORRO,
1964. p. 162.
ixEl
sillón de Víctor / José María Sánchez Torreño. -
Plasencia: Óculo TV, 2013. (minuto 5).
xiiCHAMORRO,
2022. p. 107.
xiiihttps://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%ADctor_Chamorro
xivLa
paliza se describe en los pasajes de CHAMORRO, 1975. p. 50, 51, 52 y
54.
xviiCHAMORRO,
1983. pp. 15/22.
xviiiCHAMORRO,
1976. pp. 21/34.
xixEl
sillón de Víctor / José María Sánchez Torreño. -
Plasencia: Óculo TV, 2013. (minutos 0/5).
xxCHAMORRO,
1981. pp. 7/21.
xxiCHAMORRO,
1997. p. 47.