“Ojos que se
quieren bien
Aunque se
miren de lejos
No son ojos
sino espejos
Donde las
almas se ven”
Diego de
Silva y Mendoza
Uno se traba
con la gente como se traba un jersey en la punta de un saliente. Se engancha de
una risa, de un carmín, de un filón de sorpresa que a estas edades ya es. Pero
cuando uno vuelve para ver, se da cuenta que el clavo sobresalía por un mal
remate y que el enganchón nos ha hecho un siete y seguimos caminando como si
nada. Así las personas. De repente alguien sin conocer, y depositamos nuestra
necesidad de misterio en ese mito que dura media hora. El enganchón es como el
deber de socorro del trato. Aquí Falote aquí Fulano (que se me note la paridad)
y como uno está un poco harto de Mengano pues se ilusiona. Hasta la basura
agrada cuando llega en forma de contrato, pero a la semana el mileurismo mental
no da para más prueba que la emancipación del piso compartido. Decía que el
mito dura media hora. Luego se repite peor, siempre se fracasa peor por mucho
que diga Beckett. La repetición tiene un dolor cansado por limitante. Esa
realidad de saber que tu hijo es tonto para siempre. La ilusión depende de
nosotros, por eso existe la pesca y el Atlético de Madrid. Por eso las
vacaciones, el fin de semana y el cumpleaños. Por eso el regalo, el hijo, el
padre y las graduaciones. Por eso el luteranismo del selfie. A veces el
enganchón se embarulla y ya tenemos matrimonio para toda la vida porque en ese
tejer y destejer se encuentra el mecanismo de la madeja y ya, pues preferimos el detergente de toda la vida, por mucho que venga Luzil con sus milagros. Somos el ansia de un nido que se paga a plazos. Para entonces el
viaje, el encuentro, el chiste y el cubata, van perdiendo el hielo y se aguan
como una tarde de verano. Pero uno sigue con sus jerseys y hasta pone un
ejército de puntas por los codos para perfeccionar el catálogo del socorro,
convertirse en un experto de los primeros auxilios, de la chanza y el convite
de embutido. La traba es el fractal del amigo. Cuando se repite hay que fijarse
en los matices para desollarlo. Conocerle más que él mismo. Por eso el poeta se
lee como un narciso versificado. La imagen se la suda pero el verso le desnuda
frente al espejo de las sombras para verse mejor. Y entiende las sutilezas del
ojo en pose. Y mira a Paco como si se mirara a sí mismo y encuentra el bisel de
la conducta y todo le agria un poco. El enganche, desenreda esa acidia de la
conducta. El escéptico no es más que un actor que odia el Happyend del nihilista
ahorcado. El encuentro es compartir la noticia en Facebook, darle al megusta
del contacto. Es una traición pequeña como ir al McDonalds. Algo que nos
permite entender mejor a la abuela y su canario. El otro es una excusa para
traicionarnos un poco. Ser un loqueodiamos justificado. Por eso nadie aguanta
una pureza. Y vamos mendigando encuentros para contradecirnos, jugar al eco de
los disfraces, completar la paradoja que nos convierte en humanos. Y odiar al
prójimo como a nosotros mismos.
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