jueves, 8 de julio de 2021

EL PISTACHO

La caza anoche fue bien. Mientras aguardaba en el sofá, el tiempo infló la inercia para sacar a flote los cadáveres sin dueño: que no sirve ser intenso y que el tiempo lima la alegría de las cosas. Emergió el vacío que vive en el día después, el lustre perdido de un libro recién abierto y la garantía vencida del coche aunque brille la chapa. Ese inasible convierte la risa en mueca y duele como la guillotina que no cae. La resaca no es más que una molestia que se diluye en la rutina sin que ningún pecho roce tu codo como si nada. La desilusión importa porque cede su espacio a la inercia. Es la sutileza del hambre diluida en el quinto pistacho, como el cansancio tranquilo que aparece tras la brisa del paseo. Es lo que queda tras soplar un verso brillante. El labio deja su forma en la copa vacía y los árboles noviembran su ramaje. Heráclito se equivocaba. Los ríos son corrientes en pausa, rocas sonoras en trampa. También el para qué se acaba como un maquillaje roto. Y sin embargo, también hay un deterioro honesto -hoy su pelo canoso está sucio y eso me alegra-, y las palabras quemadas dejan olor a reciente. Los dados no funden el juego de la cama y reaccionamos sin tacto, como la flor y la luz, como el sexo y la sorpresa, como la vida y la nada ¿Qué ocurre entonces? Una suciedad tranquila alegra el suelo de los días, como una siembra íes. Observo el ánimo de cada emoción. Por qué las ocho de la mañana son tan distintas de las seis. Qué ha ocurrido en el aliento del tiempo. Busco las metáforas y las pongo en la incubadora del verso. Siempre el mismo poema y diferente, porque algo se le desprendió a la última y griega. Y busco la cáscara del pistacho que florece los hormigueros.

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