martes, 6 de septiembre de 2022

EL MAR

Hay cercanía en lo pequeño. Necesitamos enfocar el ojo del interés. La ternura nace en las nucas de los pétalos, en las bufandas perdidas de los niños y el portero que golea Benzemá. La polla madeinchina nos despreocupa porque el cariño nace de la emoción segura. El mirlo se impone al buitre y el lápiz a la tinta. Tendemos a compensar con el afecto la realidad de la vida. Ponemos en la balanza de lo entrañable los segundos de azúcar que no le echamos al café porque da cáncer. Somos la casa de muñecas sin biblioteca donde ponemos las muestras del perfume y el plastiquito que precinta los paquetes de tabaco con su sonido a calderilla falsa. Somos la huella de los pájaros en las dunas, las babas de un niño en tu mejilla y una lenteja que se escapa del puchero en un salto de cuchara. Hay simpatía en la soledad del coche que no retiran. La ternura entra en el descuido por el rompeolas de la imagen. Hay caricia en lo inesperado, una brisa hacia el asombro que reconforta. La infancia es una afrenta de chapetas, sangre que grita en el silencio y dedos que trepan por tu oreja. Una aceituna, un dedal y el recuerdo fetiche de un beso adolescente. Necesitamos el objeto porque se abarca. Tenemos que abrazar el mundo para guardarlo. Somos un impulso que se justifica con cajitas. Tocamos las llaves para sentir el poder de la apertura. La letra, la tecla y la cuerda. El sueño, la memoria y el llanto. Que nos concreten la emoción para que el tiempo no lo disuelva. Por eso existen las manos y nos sentimos desnudos si nos cogen del meñique. El misterio nace del ruido de un caño porque el mar no escribe poemas.

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