Volver a la infancia de la fiebre.
Volver a mirar el sol por la ventana con envidia de piscina. Sentir
el cloro dentro de la carne para llorar de dolor. La ventana es la
pornografía de los poetas, la pesca de la emoción y la madalena del
aburrimiento. Le succiono el comentario del móvil a un loco
inalámbrico, a un viejo con paso de salchicha. Escucho la tos de una golondrina y el llanto de una maleta que se orilla por la sombra. Y me
abrazo a este disparo de parvovirus calibre B19. La vida guarda una
bofetada para los mirones. Se reserva el derecho a rematar a quien se
conforma con ver. La vida se aventana, se microscopia y se te mete
por el ojo celular a revolverte la mirada del ánimo. Te duelen las
preguntas como aguacates vacíos. Andas con el paso de la tortuga,
quieres pensar en la ganancia de la pérdida, en la claridad que
existe en la lentitud, en el caparazón que forja la resignación.
-«El sueño de las tortugas viene precedido de una especie de «lavado
del muerto»», le acabo de leer a Jünger-. Los poetas nos curamos
leyendo. Cuanto más me sube la fiebre más Nerudo. Leo páginas como
si fueran miligramos. Sigo enfermo, pero me curo de espanto y floto
la soledad a base de compañías que no fallan. Le meto mano al Mamotreto de Cimas, me araño una sonrisa mientras me duele el
gemelo. El dolor se vuelve una pregunta si leo, ya no enferma tanto
porque curiosea, se hace ventana por la vía de la lectura. Los poetas mecemos la
enfermedad de la vida con el bálsamo de la
lectura. Bálsamo suena a balsa, a barquito de agua sana que acaricia
la saliva de un niño. El moco de un niño en laguarde puede desatar
la tormenta en tu cerebro. Es el efecto mariposa de las ventanas.
«Aquí os dejo este moco», pienso mientras le pongo letras a esta
fiebre. Ojalá el poema suba la fiebre a las salivas. Ojalá se
abrieran las ventanas de mis paisanos... «vete a la mierda Jonás»,
me oigo que me digo. La soledad -ya lo sabes- es el único lugar para el
encuentro. A veces la calentura distrae a la página y se fija en el
ladrido afónico de un pavo y la pala que recoge nuestra vergüenza.
La ventana nos regresa como un tobogán a las habitaciones, como si
fuera la última canción de Residente. Miramos por el tubo gazatí,
tocamos el calor con las manos y giramos una mariposa. He vuelto a
mirar el mundo con el ojo del flash de piña. Este hielo en la frente
calienta los recuerdos de la chancla suelta. Me lleva y me trae por
la calle que mira a mi ventana. Allí estoy yo mirándome, tumbado
hacia el tour de Francia, cerrando los ojos al polvo que se revuelve
con un sonido a hoja. Pistones de infancia Pasados los setenta.
Llorar/reír por la brasa del picor y la agonía reumatoide.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho esta entrada.
¡Gracias Gema!
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