miércoles, 11 de agosto de 2010

EL HUEVO FRITO

Los que desertamos de la amistad como forma de autoafirmación pensamos la razón como un amigo. Lo habitual es pensar que nuestra forma de hacer un huevo frito es la manera. Hay mucho huevo frito en la cabeza de la gente. Para que el huevo frito sea bueno tiene que haber gallina, gallo, corral, pienso, aceite, sal, pan y hambre. No sólo pluma. Y así nos pasa. Si encima le tenemos alergia al pico pues nos viene el asma con lágrima y todo. El huevo frito requiere espumadera y sartén porque si no, tenemos manitas de cerdo. Y no sabe igual, claro, aunque la intención fuese la misma. Esto nos pasa con los convencionalismos mentales. Los convencionalismos mentales son el huevo frito de la razón. Se quema uno como le falte un elemento. Lo que pasa es que tenemos una posguerra congénita que nos da lo mismo huevo que manitas porque lo importante es llenar el estómago que es lo antagónico a la razón. El estómago es como el culo del pensamiento. No vale hacer un huevo frito y decir que también te vale la tortilla porque se desprestigia al huevo, a la tortilla y al hambre mismo. Porque si vamos al nutriente, vamos al nutriente y nos lo comemos crudo sin freidurías. Podemos jugar al vanguardismo y deconstruir el tema en espuma de clara de huevo con polvo de yema a la sal, pero eso es una cursilería de funcionarios que hasta del vino hacen un ranking. Los funcionarios son los rastacueros del huevo frito que desprecian el pitarra, la uva y hasta el vino en bota. Son la burguesía de la gilipollez que convierte lo fisiológico en un pago con tarjeta. El rastacuero tira de la cadena cuando orina el huevo frito, y pide perdón cuando se le escapa un gas. Ese es el problema de los individuos del siglo XXI que piensa, únicamente, como masa. Redilmente pensado, balando como una fuente enorme de huevos estrellados. Luego nadie quiere pagar la cuenta del psiquiatra cuando llegan los cincuenta. Nadie quiere decir este huevo es mío. Nadie quiere pensar hasta el final porque el vértigo desciende de la yema al aceite hirviendo y nadie quiere quemarse. No hay huevos.