miércoles, 28 de octubre de 2009

OCTUBRE, OCTUBRE.

Las luces de la tarde me recuerdan los viajes sucios de las mañanas en Madrid. El cabello grasiento dejaba un marea opaca en el vaho del cristal sin salida de emergencia. El barro acumulado en los autobuses tras horas y horas de trayecto rutinario acababan por darle un aspecto siniestro, como recién llegado de una guerra. El trayecto era la escusa de la guerra balcánica (la carta variada evoluciona) y el campo de batalla era tu mente acallada con unos cascos a tope decibelios walkman, discman. El mp3 me cogió en el exilio. Octubre tiene luz añil, como si nos iluminara la posguerra. Cuando llueve el mundo entero es un gotera y el cubo una herramienta imprescindible. Las noches son de gas, de leña y de televisión con niebla. Ahora hay quien prefiere el pladur, la tdt y el facebook para enmascarar una pérdida que nunca perdimos y va dentro. Lo peor de lo perdido es que no se encuentra nunca. Y con esta atmósfera plomiza todo tiende a lo íntimo, a la confesión de la lágrima y al diario de Sandra que antes llevaba Patricia ¿noteacuerdas?. Octubre es el tiempo de la barba y el constipado, que ahora llaman gripe A. El autobús es un poco el Billy Wilder del XXI, y Jack Lemmon es una oncóloga que da remedios como Marilyn pasaba el whisky. Octubre es tiempo de relectura, de cartas de infancia y copas sin hielo. Octubre, octubre sería un buen título para mí novela si el noviembrino de Sampedro no se hubiera adelantado. El largo lustro rural que llevo encima me ha traído un autobús de guerra a la memoria. Yo que nunca fui a la mili, que odio las nostalgias y si puedo voy en AVE. Hoy la memoria se ha reído en mi cara.

miércoles, 21 de octubre de 2009

HIGIENE PERSONAL

Siempre que ando por ahí haciendo el dominguero por muy martes que sea, pienso que el viaje es una huida a ninguna parte. El universo entero se extrapola (¿intrapolar existe?) a lo íntimo, a la mesa camilla de la infancia. A mi el viaje me sale como higiene mental. De vez en cuando es bueno abrir las ventanas para que entre el aire. El avinagrarse en la botella tampoco es mala cosa porque el vinagre también es necesario para el que le guste. Yo soy más aceite. El tener lo básico (que es tenerlo todo) conlleva a aplacar el ánimo como si fuera un flor que con agua tiene bastante. Vale. Bien. Pero de vez en cuando hay que cortar una flor, podar el capullo (y el símil está bien traído) para que al volver nos demos cuenta de lo estático del florero, del hastío del florero y hasta de lo anacrónico del florero ahora que se llevan los jardines. Vuelves con las gafas limpias y el estómago vacío. Ya sabemos que comiendo y comiendo se quita el hambre por eso cuando se sacia el apetito hay que viajarse que es buena forma de hacer ayuno si te vas a Marruecos/Ramadán, por ejemplo. Cuando estás de domingo en Suiza viendo vacas y millonarios al regreso te choca que en tu pueblo seais pobres y con cabras el resto de la semana. Esto no sirve para nada pero a mi me viene bien darme cuenta de lo que vale una ubre y quitarle importancia a las humedades. Viajar es un viaje en sí mismo y como la vida es breve pues siempre puedes cambiar de destino. Es un poco como leer. No sirve para nada pero divierte. Lo malo del viaje, como lo malo del cultureta es que suele ser motivo de elitismo cutre, que es como es el elitismo. El viaje es como el restaurante, el vestido y el coche: otro consumo más que se utiliza como elemento diferenciador del mercado pero pasado por el tamiz obsceno de la cultura. A mi el viaje, como el jabón, que resbale rápido al sumidero.

martes, 20 de octubre de 2009

I AM

Cuando las pequeñas cosas te quitan el sueño o te fermentan la ilusión se da uno cuenta que el universo entero es una minucia que tiende al infinito. El problema está en cómo se digiere el tema. Por mucho que me expliquen los big banes a mi no me entra en la cabeza que el universo entrase en una cáscara de nuez. La vida está llena de hechos que son deshechos. Quiero decir que son migajas, sobras, mondas, excrementos, heces. Hay quien encuentra placer hasta en coleccionar sellos. A unos les da por el tobe miope, a otros por pintar cuadros, la mona, cambiar pañales, tener niños u otros animalitos. El caso es que la vida está hecha de pequeñas cosas, de pequeños gestos porque las grandes hazañas (las grandes cosas) no existen, porque en la vida nada tiene trascendencia porque la vida no tiene más sentido que vivirla y ya ves tú qué cosa (¡y cómo viven algunos!). Como me estoy quedando calvo intentaré jugar a la retórica. En esa sucesión infinita de minucias los hay que la viven para no dejar vivir al resto, cosa tan digna y miserable como mínima por mucho que actúe de máxima. Nos encontramos miles de millones de seres humanos pensando que nuestra individualidad es importante y ya estoy utilizando un verbo que nos sobreestima. Digo que trabajar y ganar dinero es una chufla, que darle de comer al niño, el perro, y tener economato también lo es. Esto es un engaño pero es lo que nos queda: las sobras. El pastel no existe porque el cumpleaños nos lo inventamos nosotros cuando nace el niño. La fiesta y las velas se apagan cuando sopla y esto es una monería por mucho entusiasmo que le demos, como cuando gana España al fútbol, baloncesto o hockey hierba. La alegría es un engaño que nos marcamos según convenga. El consuelo de los tontos que se dice. Así que hagamos porque hay que hacer pero sin darle boato porque los premios se dan todos los años y ni el desierto queda desierto con tanto dominguero como hay. I am.

TO BE MIOPE

Al cabo de unos años de lectura y escritura se saca la conclusión del desahogo. Digo que leer y escribir es un verbo to be literario. Es el ser y estar de los miopes. Nos hace falta para desahogarnos. No es que valga para nada, no es que sirva para algo es que nos es necesario para no reventar la tubería de las venas. Luego se va construyendo la pose con el premio, la biblioteca, y el poema que ellas llaman maquillaje. El círculo se cierra cuando el pulmón se abre que es la ley básica del sentimiento. Uno va oliendo al personal (perfumes aparte) y les pulsa la apariencia para darse cuenta que sin perfume, sin pulso y sin apariencia se quedan sin aire, sin olor y sin persona. Son como nada pero hasta la pureza de la nada se les niega. Uno, que huele, apesta y resulta desagradable con frecuencia, se reivindica como estorbo para no diluirse con el alba. Siempre que amanezco me encuentro en la maraña de las sábanas como una mosca en la tela de araña de los días. No me pienso menos masa que cualquiera pero de algo habrá que escribir, no?. Además, ya crecidos como estamos, el diario es cotillear con uno mismo, la forma tramposa de criticar con los vecinos pero sin vecinos, sin motivo y sin nada. Hay quien dice que me lee como hay quien dice que lee en general. Leer en general es una pérdida de tiempo y leerme a mi una perdida de dignidad. Cuando te quieres dar cuenta de tanta perdida te encuentras perdido y no hay forma de encontrarse. Entonces, es el momento de dejarse llevar, y leer, y escribir, que es el verbo to be de los miopes. Creo.

domingo, 18 de octubre de 2009

CARREFUL SUNDAY

Lo mejor de ir de compra al Carreful es que vas en domingo. Cuando todo tu ánimo te empuja a conjurarte con el sofá, el mus y el licor de hierbas, ella viene a enseñarte la nevera. El coche arde con cuarenta grados al sol y el viaje es una humillación de silencio. Los diez minutos de laberíntico aparcamiento el primer paso a la beatificación. De tu cartera desaparecen las monedas válidas para ser insertadas en el carrito. Otro paseo en balde obligado a acudir a la cajera nueva que se agobia cada vez que alguien le pide otra bolsa más por favor. Cuando le pides cambio muta el rostro en un camaleónico enigma irresoluble. Seis cajeras con el beneplácito de mamá encargada acceden a darte la dichosa monedita. Te acercas silencioso, midiendo tus pulsaciones, controlando tu respiración al depósito de carritos pero no hay ninguno. Mala suerte. El siguiente si tiene pero inexplicablemente la moneda entra pero el carro no sale. Tras pelear con él durante un rato devuelve la moneda. Pruebas con otra fila y esta vez todo sale a la primera cuando tu ya te veías arrastrando tres cestos de mano. Pero no todo iba a ser alegría, no. El carro que sale tiene la rueda atravesada pero tu indignación y tu cara de tonto ya no te permiten reaccionar con normalidad y perder otros cinco segundos en buscar otro. Así las cosas, intentas disimular a base de fuerza bruta la cogera del carrito pero tu cara de estreñimiento te delata. La gente a tu paso cuchichea -otro que lleva el carrito con la rueda atravesada. Mira qué cara. Y es que eso se nota. Tus esfuerzos te agotan soberanamente pero el torrente de gente que te precede, te sucede (y te jode), no permite grandes velocidades por mucho que el sobresfuerzo te invite a actuar con rapidez. Inesperadamente el anciano más rapido de la residencia ha decidido interponerse en tu camino sin posibilidad de giro (por la maldita rueda atravesada)... (CONTINUARÁ)

sábado, 17 de octubre de 2009

CARREFUL SUNDAY II

Ya estás dentro. Todo parece funcionar. Lo peor ha pasado piensas (incauto de tí) mientras te recreas mirando el tanga a alguna cuarentona bien parecida aprovechando que tu pareja se ha interesado por los donuts de chocolate. La temperatura del centro comercial ha ido aumentando paulatinamente. Tu esfuerzo continuado por enderezar el carro te van llevando al paroxismo. Sudas y tu paciencia va comenzando a agotarse. La pose ya no funciona y la sonrisa de compromiso a las reiteradas preguntas de quieres que cojamos tomate frito orlando o apis ya no te motivan lo más mínimo. Encarar la sección de ultramarinos supone todo un reto. El carro ha ido llenándose y un giro brusco podría acabar en luxación de hombro y con el bote de fabada en el suelo. Tú calor corporal te ha hecho desprenderte de la sudadera y ahora un frío espinal te advierte de que los congelados deben su nombre a que están congelados. El escalofrío que recorre tu cuerpo anuncia que la gripe está incubada y pasarás lo que te resta de domingo con dolor de cabeza y moqueando. Cuando piensas que ya nada puede ir peor un tremendo calambrazo te sacude todo el cuerpo e intentas dar una colleja al primer niño que se cruce por tu lado de forma instintiva, pero te encuentras sólo en medio del corredor de los congelados, tiritando y con sudores después de un enorme calambrazo debido a la cargante electricidad estática producida por la rueda del ca-rri-to (el retintín es mío). Quieres llorar, no exagero, quieres llorar. Piensas que todo esto es un mal sueño, analizas la ineptitud del ingeniero que ideó el enlosado del suelo, el inventor del carrito de metal, y hasta maldices a Newton y a todas las leyes físicas, porque se han confabulado tácitamente para acabar (ay) en otro calambrazo. Y es que nada te importa ya. El cansancio, el sudor, el frío, el sobresfuerzo, la rueda, el carrito... todo se minimiza ante los sucesivos calambrazos que te asustan cuando menos te lo esperas, acabando la humillación a la que estás siendo sometido... (CONTINUARÁ)

CARREFUL SUNDAY III

Quieres huir, abandonar el carro y salir corriendo pero la muchedumbre impide dar una zancada fuera de órbita. Tu cabeza no para de decir vámonos y tu arrastras la compra con desgana. Te vuelves a poner la sudadera por los sucesivos escalofríos que provoca la sección de congelados e inmediatamente te arrepientes al pasar por el horno del pasillo de Repostería. Sin embargo, tus manos por debajo de las mangas te obligan a aguantar la última gota de sudor que resbala por tu espalda sabiendo que culminará en gripe. Por nada del mundo soportarías otro calambrazo del carrito. Tus ojos encierran una lágrima tensa y te reconoces en las miserables caras de los hombres que te preceden y en la ansiosa felicidad de las mujeres. Te reconforta saber que tu humillación es compartida aunque nadie eleva una palabra, no notas un mal gesto. Mides, calculas, oteas las compras de todos los carros que te preceden para acudir a la caja que menos contenga. Sabes que es inútil pues todo se conjura en tu contra. La caja se estropea, la maruja no encuentra el monedero, la cajera se queda sin cambio, suena la alarma, no funciona el datáfono, el cliente no tiene dinero..., las circunstancias por las que tu cola no anda son múltiples y a tí te despachan con un buenas tardes en efectivo o con tarjeta. El aparcamiento cubierto estaba completo y todo el agua del mundo está esperando a que salgas para descargar sobre tí en un aparente día soleado. Cuando estás acabando de meter las bolsas en el coche escampa. En estado catatónico acudes a dejar el ca-rri-to pero ahora no sale la moneda. Tu amor propio se desvanece, golpeas el cajetín y el guarda de seguridad te mira echando mano a la porra. Cuando va a comenzar a andar hacia a tí, un último movimiento de mano sobre el carro hace que la moneda caiga suavemente y comience un lento viaje hacia la alcantarilla. Tan suave y tan lento que eres capaz de seguir impertérrito todo el recorrido que le conduce inexorablemente a la alcantarilla más cercana. Cuando entras en el coche tu pareja te pregunta que por qué has tardado tanto y tú no respondes y arrancas el coche. El trayecto es la culminación de la derrota, no quieres poner el casette porque piensas que se tragará el disco y tu mente damnificada sólo piensa en negativo. Acojonado por el miedo a pinchar una rueda llegas a casa justo a tiempo para que todo el vecindario se pregunte lo raro que es el vecino por ponerse a descargar la compra con la que está cayendo. FIN.

miércoles, 14 de octubre de 2009

LUNES Y JUEVES

No tener amigos es una torpeza más a la que añado no tener dinero, ilusiones ni creencias. No tener amigas es imposible porque la barrera del sexo acaba jodiendo la confidencia (y nunca mejor dicho). En realidad la amistad es un poco como todo: depende de lo que se mienta uno, pues eso. Baudelaire decía que la vida y los amigos son para los poco exigentes pero es que yo no sé de qué lado ponerme y hago como el chiste: me pongo allí por gilipollas. Asentada mi torpeza en sólidos pilares no sé qué hacer los fines de semana porque se me invita al calimotxo para que diga la tontería, el chiste y hasta el exabrupto. Un bufón que no hace gracia es un perro tonto que no lame las heridas. De vez en cuando, para que no me deshereden ni me tiren piedras por la calle, hago mi parte de civismo y me junto, me hablo, me sonrío y hasta (hay veces) que parezco atento, incluso interesado. Me convierto en el más hipócrita, en la mentira odiosa que no soporto en los demás. Soy el otro personificado en mi mismo. Ella me dice que siempre me quedarán los lunes Víctor Chamorro. Ahora voy también los jueves. Aquí, descargo cuando puedo.

martes, 13 de octubre de 2009

LA TOSTADA

Cuando algo se tuerce y uno piensa en la inevitable desgracia de las cosas, el consuelo surge de entre lo más hondo de la tostada. Se saborea como si fuera la última tostada del mundo, como si fuera el fin del mundo mismo. Todas las mañanas te la comes pero ese día parece que salieras de una gastroenteritis agosteña y visualizas arroz blanco. Esto para algunos es algo excepcional. Para mi es tener fe porque se vive de milagro. Cuando uno comienza a conformarse con las pequeñas cosas es que va tocando fondo y la resignación tocando techo. Luego nos queda sexar grillos y hacernos del Albacete. No es que uno haya sido nunca muy ambicioso, tampoco estudié empresariales, pero es que sentirse pleno dando un paseo es de miserables. Llenarse los pulmones de aire es el paso previo a estar muerto. Entonces, cuando a uno le queda el libro, la charla, el sol, el aire, la estrella, la lluvia, el roce (no todo va a ser follar), piensa: ¡para qué coño trabajo yo! Hombre, no es que me mate pero quita tiempo. Hecho el diagnóstico, oliente el cadáver, iré langudeciendo mi muerte por mortecinas tardes de marzo. Y así, hasta que se queme la tostada.

miércoles, 7 de octubre de 2009

30 CÉNTIMOS

Pasar la yema de los dedos sobre el papel, olerlo, comprobar la ductilidad, su encuadernación, tipografía, traductor, maquetación, portada... caes en la farsa del continente. El contenido va sobrando y acaba predominando el consumo. Lo malo es que me pasa también cuandro escribo. Me recreo en el fluir de la tinta, lo liviano del trazo, el color azul vivo, mate o apagado del cartucho. Las sutiles diferencias entre marcas. Claudicar es tirarse de lleno a la piscina de la hipoteca. El consumo tiene oferta para todos por mucho que me odie por hablar de mis manías. A quién le importa una letra doliente cuando una enorme boca muerde los gritos que viven en el aire. Luego que si el e-book o el papel mientras un billete enrollado se muere de risa por los cuartos de baños. Darse asco no libera de culpa sólo calma la arcada particular en favor de la general. Vicios de burgués, pasatiempos de burgués y profesión de burgués siendo clase obrera: es lo peor. Sigues sin un duro, puteado y no te pasas ni una. Es lo que se dice el colmo del gilipollas. Esto me pasa cuando me sorprendo en casa leyendo, atusando las páginas de un libro y escribiendo a pluma sobre cuadernos caros de dos euros. En ocasiones compro el periódico. Ahora dan a Montalbán a treinta céntimos.

martes, 6 de octubre de 2009

EL DEBERÍA

Se acabaron las preguntas. El sueño fulminado ante la retórica del despetador. El garfio clavado donde suele. La rutina nace en otoño por eso mueren las hojas. Las sábanas se arrugan más de la cuenta y los ojos de los hombres (mujeres incluidas) se entristecen por sentir la partida de otro verano y miran de reojo a sus hijos intentando reconfortarse. Ahora la depresión no tiene importancia. La soga colgando parece un chiste que no hace gracia por sabido. Marruecos ya no es más que una foto del sitio que nunca estuve. Fernando (el único nombre que es gerundio) me ha mandado una postal de Aveiro y le pasa lo mismo. Nunca estuvo allí. Fernando es un gilipollas al que se le quiere por lo que dice, por lo que calla y por lo que escribe. Y hasta por todo lo contrario. Fernando es una mujer a la que se quiere aunque no se la entienda que es como se quiere a las mujeres. Fernando se llama Fernando María y eso dice. Cualquier día me presento en su Granada a joderle el horario. Para algo están los amigos. F.M. es el reverso del calcetín que se pierde en la lavadora. Vive en el limbo de los muertos que se ríen de la vida. Es un polvo enamorado que no sabe si tendrá sentido y yo qué coño sé. Fernando es un bocata de salami. Así las cosas, se vuelve al libro, al cumpleaños y al trabajo. Lo de siempre que es lo de nunca y lo de nadie. Todo lo fatal del debería.