miércoles, 12 de agosto de 2015

EL SILBO

Cuando aparece el silbido las canciones desaparecen. El silbido como una flor resignada, como el poema al grito, como la convivencia al amor, tragedias que consumen humo sin prisa. El silbido llega un día para quedarse, por eso silba el currela y el jefe, para disimular la mano invisible que les encandena a sí mismos. El silbido es la cadena, la resignación indiferente que señala el asco. Si quien canta sus males espanta, quien silba sus males señala. Silban los cómicos para disimular, quien silba sobreactúa, soplando el mal aliento, la mala conciencia del estómago de un whisky acusador. Nadie silba con ganas, nadie dice voy a silbar para desfogarme. Es la medianía, el horario, el moco debajo del sofá. Es la cara de tonto, el puñal en el ojo, la violación en el ojo, y hasta el ojo mismo. Los ojos son silbidos que nadie escucha de tan monótonos, de tan átonos que se diría en Silbido.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL INFARTO

Hay una justicia íntima que asesina al padre pero no al estilo Freud ni otras cesarobrutadas, me refiero a la muerte real por justicia imponderable. Que los suicidas tiren las armas al suelo, muerto el perro la rabia se lo piensa, y se respira mejor. No me refiero al asesinato, ni al accidente, me refiero a la venganza justa de pagar vida con muerte. Que a cada vida se ajusticie una muerte para no jugar al eufemismo del suicídate si quieres, que a inducir no se gana nadie. Por eso, creo, se inventó el infarto. 

jueves, 6 de agosto de 2015

EL PERRO

“Escribir ahora no es ya llorar, sino alucinar, creerse como un delirio, ser alguien en un mundo para alguien”.
Leopoldo María Panero.

Notar que una ráfaga seca las ojos de golpe, que se cae la clorofila a los pies de la ceniza; que la ilusión pesaba y ya no. Descubrir el momento del dísparo y por qué escriben notas los suicidas. No hay disculpa por quemar el delito de vivir. Y en este problema de cantidades vamos haciendo recuento de ciénagas. Al despertar la hormiga seguía ahí, con su sensación de pánico mientras le aplastaba con mi dedo, dedo que ella no veía, corriendo del diccionario al hormiguero, del soneto a la cerveza en un para qué de vértigo. Mientras los padres lloran y las madres sacan los ojos a sus hijos a mandobles de pezón. Vuelve la ráfaga con su ceguera de tiempo, con su ceniza de asco a cuestionar los besos. Vuelven los perros a dar respuestas, vuelven las noches a ladrar estrellas. Otro paso más hacia la ventana por donde veo su mano caminando hacia otras manos, tierna de rabia, perdida y vacía.