martes, 25 de febrero de 2014

EL ESPEJO

“Y el mismo imposible soy”.
Lope de Vega.

Para Alfredo Ramos y Pablo Gadea,
lados opuestos de una misma paradoja.

Ahora que los días se vuelven previsibles duele más el calendario. La luz silente -ser luz es eso- va espaciando el tiempo y los colores buscan su azul. A qué entonces la niebla, a qué este jirón de selva que no cede en su delirio. Líquidos que saben a lágrima, el gozo como repetición, y hasta la nausea repetida. Súbita llegó la máscara con su espejo -"en septiembre me caso"- y entendimos la página como unidad de tiempo que divide a las personas, estáticas, como agujas hacia al sur.

Tenemos que demostrarnos muchas cosas.

La partida es la saliva del porvenir, un desconcierto inagotable, un novedoso volver. Hay que buscar la primavera -cuándo ha sido su respuesta- un dónde más para el viaje. Panza de burra para mis nubes de marzo porque no vivimos ni el mismo tiempo ni el mismo espacio y septiembre queda lejos. Voy, entonces, para mirar en tus cajones, a rebuscar en tus cenizas por si queda. Fuera de mis ojos, brillan los espejos: la sombra, las manos, el crepúsculo.

Quiero tensar la paradoja y ver qué pasa.


lunes, 17 de febrero de 2014

LA PLAYA



A mi madre.

El gato se ha subido a mis rodillas para olerme desde lejos. Se mueve más lento, los párpados le pesan. Las manos de mis padres se han tiznado con arena de una playa ajada. La casa estaba polvorienta de fotografías con crisálidas de ganglios. Mi madre me habló de su entierro. Llegar a Madrid un 17 de febrero cuando cae el sol es atragantarse de melancolía. Descampadas lomas convocaron mi infancia de piedra. Alguien olvidó escribir que las ciudades se miden en chabolas. Y así, pensando en naranja, nos olvidamos de marzo y se asfixió la noche en riadas de luz. El humo filtraba el aire y el coche respiró tranquilidad. Ya veis, cosas vulgares, cosas que duelen como el ruido metálico de la fiebre, como la preocupación emboscada de los parados, el insomnio ácido de la incertidumbre. Al marcharme no abrí la ventana. La casa -decía- acumulaba objetos de últimos movimientos citando al futuro. El gato agitó la pezuñita y encogió su cabeza de ojos cerrados y giró sobre sí mismo como un reptil que asfixiara a su presa –pensé: las estatuas no sueñan-, el brasero calentaba como un agobiante tanatorio, y había un dulzor agrio a pasado. Y volvieron los ojos a cerrarse. Y eso fue todo.

martes, 11 de febrero de 2014

LA INTEMPERIE

El viento hizo desaparecer la tarde. La lluvia como un golpe de tierra, como una embestida de tendones, se metió en abril. Asomó una lágrima en un pene masturbado. El salto puso las cuerdas sobre la mesa. Una tensión de muertes oradando. Algo prendió el filo de la ene hasta la habitación menos ventilada. Besos de dientes, un cuello que se vuelve, un pecho que brota. El granizo violento de pelo masticado, de piel fría. El tacto caliente. En lo inevitable es el ojo quien recuerda, ese ojo soñoliento de la nada para la nada. Aceite agitado por los légamos del gime, un tímpano de saliva tensándome las manos, y encías de hueso que se encogen para el relámpago. Luego, casi en el sosiego, vencerse a la intemperie de su tacto, tras los cristales.