Vivir
en el desierto cansa de frío. Se resigna la fiebre a un cansancio de
piernas, a la escalopendra quieta bajo la piedra. Se echa de menos
echar de menos y se cansan las paredes. Se aburren las hierbas que se
suben por la tristeza y rompen los tejados con alegría. Hay en los
desiertos un páramo rulfo. Tiene lugares donde es posible besar, a
las cuatro y media de la tarde, salivas inocentes sin más futuro que
secarse. El desierto tiene su calor en el tiempo robado, en el
fracaso descubierto y el olvido de memoria. En sus habitaciones vive
gente que aún no conoces, con el ansia de su jaula que llama a tu
puerta. El desierto no se ve, vive dentro del ojo como una sombra que
derrumba asco. Se chiva como un silbato, como un poema, como un hijo
sentado en el sofá. Hay que drenar el desierto, regar la tinta,
mirar de lejos, darle suavidad. Se espera un espejismo, salir del
inventario, desbordar la máscara, olvidar el protocolo. Equivocarse
en el desierto se llena de eco, de tierra en los ojos y cuesta
mantener la calma en la mirada. Hay mucha sangre en el desierto.
Matanza de tiempo, torpeza, hastío y un cúmulo de meses de marzo.
Zanjas de calendarios llenas de enes junto al absurdo que se escapa.
Alguien arrojo tierra en la tumba del desierto. No se puede negar
mejor. En el desierto se aprende a sentir frío, a mirar como miran
los padres a sus hijos. Se huele con las manos mientras se oye la
noche. En el desierto hay un aire difícil, un sol de entierro y un
portazo. A veces se levanta un deseo en remolino para matar la
tibieza, que nunca muere. Se espera poco a poco, paso a paso, verso a
verso, para levantar la piedra íntima donde -estoy seguro- puedo
llegar a aparecer.
viernes, 26 de junio de 2020
viernes, 19 de junio de 2020
LA SENDA
“Perdón y
gracias son hacia ti lo mismo”.
JSP
Fascinas a
los niños y eso me asombra. La piel de tus naranjas como restos de
un poema, recuerdan a tu sombra. Animas la brisa con tu silencio.
Todo lo que alumbras florece de ternura. Olvidas con elegancia, con
la vida que germina al calor de los instintos. Eres un reducto de
pureza. Escribo a la luz de la soledad versos que me reflejen
mientras te buscan. Sé que te hago daño y aprendo a dolerme sin
escarnio. Vivir es amar y olvidar mucho. Habitas mi soledad, pones
límites al mundo, sigo la senda que abres al tiempo. Ahí está la
tinta. Mírala. Puedes tocar mi vida, si quieres. Te quiero como te
quise. Tú me enseñaste la elle de las cosas. Todavía quedan
lágrimas por secar y he aprendido a olvidar de memoria.
martes, 2 de junio de 2020
EL ESTÓMAGO
Las tardes llegan con
emociones que se apagan: la cama que se enfría y otro septiembre que
se va. Cambias de sitio la mirada. Vienen aluviones de tardes como
nubes de mañanas, como granizos de ventanas que no se abren. Vienen
con su memoria a cuestas, con su venganza de silencios a partirte la
cara del insomnio. El futuro, claro, está ahí, al alcance del
todavía. Pero la memoria tiene el estómago lleno de ahoras y así
no hay quien duerma, porque somos nuestro antes. Ya no necesito
imposibles. He aprendido a cansarme, a forjar alientos porque también
la torpeza aprende. Ya no pierdo mi cuándo. Ya solo exijo pureza a
mi silencio porque cada boca tiene el suyo y el olvido hay que
ganarlo.
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