domingo, 27 de agosto de 2023

EL PASEO

 LA AVARICIA

 

EL ORDEN

 

EL MACHISMO

 

 

LA RAVE




 LA VIDA


LA PROFUNDIDAD


LA INDEPENDENCIA

viernes, 25 de agosto de 2023

EL BESO

Excentricidad no hace talento.

Curación preventiva.

Me suspendieron locura.

El eurismo impuso su Heurística.

Sin modales no hay resignación.

Examen de competiciones.

Sororidad corporativa.

Hambre y hombre, claro.

El beso culmina el esperpento.

domingo, 20 de agosto de 2023

EL PUEBLO


 

Tengo a mis amigos

 en mi soledad;

cuando estoy con ellos 

¡qué lejos están!

Antonio Machado.

 

Huele a bosta, a bergancha húmeda, a sombra de infancia con nervios de amigo. La memoria uncida recupera espacios. Se daban los “Buenos días”, se llamaba “Escuelas” al colegio, porque lo popular tiende al derroche del idioma como único derroche. El “buen día” de hoy viene del “good morning” y la Academia Muzzy que Bucay convirtió en ley de felicidad para lectores en tristeza. Ahorrar la ese ha hecho más pobres a los pobres porque les ha quitado lo popular. Ahorrarse lo que les quedaba de pueblo les deja sin la máscara dulce de lo claro, de aquello que se dice sin querer. Hasta un abuelo lo dijo. El abuelo ya no está sordo y compra Imserso por el móvil. El abuelo, a veces, parece su nieto y su nieto -no hay remedio- parece su abuelo. Sordos para mis eses de “muy buenas”, juegan a no jugar y a veces dan pena. El calendario cumple con sus ritos y el pueblo se vuelve estrafalario. Siempre ruidoso (la campana, el tiro, la obra), ahora se ladra en traca vespertina, se mea en cualquier puerta y se caga en la acera del vecino “que ya no vive nadie”, para hacer del perro el mejor amigo de la molestia. El amo mira para otro lado como derecho. La misma firmeza con que se persigna cuando entra en la iglesia para hacer el cotilleo en comunión. En la calle se finge un “no te vi”, y se dice “a dar una vuelta”, “como todos los años” y “si le veo por la calle no le conozco”. Se dice “Dale recuerdos” cuando no se quiere ver y “Dale las gracias” como martirio infantil. Los niños son el olor del verano, el chantaje de los padres y la generosidad de los tíos. El niño sabe que el chantaje es generoso, que el excedente hace el regalo y que un caramelo no se agradece porque es un asco chupado por el tiempo de un bolsillo. El bolsillo es el cajón manoseado de los viejos, el diván sudado que regala grima con venganza inocente. El pueblo, con su microscopio de tiempo, con su ese que no se dice, con su amnesia diligente que se guarda “por si hace falta”, camina para sentarse a la fresca. Allí se recuerda sin querer porque lo que se hizo y lo que no se hizo se concreta mejor en la ese de la nada, de la vida no vivida, de especular posibles como redención, para sentirte más lejos de ti mismo. En la fresca se pone cara de culo, se mira el reloj “que es tarde” cuando se habla ridículo y se despide uno cuando araña la nostalgia. El pueblo es caluroso, pero “de sol a sol” y “la era” se guardan en el cajón de la ese. En el pueblo se dice mucho “¿qué se dice?”, porque hay un guion para cada encuentro. Si hace calor se dice que hace calor, si hace frío “es lo que toca” y en esas obviedades se pasa la vida y se viene la muerte tan “era ya muy mayor”. En el pueblo se guarda el aborto, el deseo, y la mano que se me fue. El cuerno, los cuernos y el accidente. El suicidio, la locura, y el luto. Un enorme desván de memoria limpio de trigo y eses, listo para chillarse en un mal vino cuando llegue San Isidro. El pueblo es un escape de moto, un frenazo y un tiesto que se rompe. El pueblo está póstumo. Se pudre en el anís y el coñac porque ahora se luce el vino, se habla de vino y se vuelve por donde se vino. Se miente a las avispas de los higos, se le gira la cara a los caños y se ignora que aquel niño podría ser tu hijo. Un laberinto de calles, de paseos que dan a la plaza con sus eses manriqueñas de pasodoble. Huele a charanga y a tortilla, a arruga y a crema de la abuela. Huele a ventana abierta y a intimidad cerrada. Hay huertas que parecen cabezas de mujer. Hay una pintada debajo de un puente que nadie lee, que nadie siente y que nadie borra. El pueblo tiene la tristeza de esa pintada indiferente. Hay brisa de sombra y cerveza. Fresco de pezón y globo de agua. Miradas furtivas desde la ese de sol de unas gafas. Deseos que no terminarán nunca como la sed del pozo. Hay cola para el pan y un Gerardo sin palique. En agosto al pueblo se le desinfla el Diazepam que volverá en septiembre. Hay terrazas llenas sin hielo, sin pincho y sin vergüenza porque “otra vez pusieron gaseosa”. El pueblo, ese que vuelve, muerte a salvo, desván de navaja. Chillan los niños y rebuznan los geranios que secó la desidia. La corriente da un portazo y pita un coche. Suena un móvil mientras aparca un viejo que no aparca nunca. “Papá que te estoy hablando”. “A ver si nos vemos”. Frases perdidas en el nudo de la prisa. El pueblo se obstruye, se atrompica, como un caño sin drenar. Agosto de arrastres que no decanta porque se mueve la garrafa. La calma, trituradora en paciencia, asesina del “no se lo digas a nadie”, explota con el petardo del chupinazo. En agosto, los pueblos odian diferente. “Estás más gordo”, “hace calor”, “ha cerrado El Carlos”. Vuelven los que se fueron, y se sale por la sombra.