sábado, 24 de noviembre de 2012

UBÚ REY. Alfred Jarry.

A Alfred Jarry no se llega porque te lo diga la vecina, ni El corte Inglés, ni las listas de los más vendidos ni los más olvidados ni los aniversarios de la prima de Kafka. A Jarry se llega después de saber que Els Joglars hicieron “Ubu president” (1995), después de ver a Picasso y sobre todo a Miró y sus escenografías teatrales de “Mori el Merma” (1978), de la compañía “La Claca” (algo de esto se puede ver en el video de la BBC que Robin Lough le grabó en Mallorca en 1978).

En Málaga, mientras los guiris pillaban sitio en La Malagueta me fui a verle el Picasso a la ciudad y me encontré a un Miró grande al lado de don Pablo. Y me interesé por Jarry cuando los más ilustres le utilizan –en el argot “le deben”- y nadie hablaba de él admirándole abiertamente. Entonces, hay que hacer el homenaje de la lectura que cuando se trata de escritores es lo que toca. Leer es un poralgoserá pero en Alfred J. es verdad (también la mentira es falsa). Uno cree que “Ubu rey” (1896 [sic]) es una bofetada a la vida, a la condición humana, al mundo, a esta historia del vivir. Yo creo que es uno de los grandes hitos de la literatura por tres razones: porque sí, por qué no y porque yo que sé.

Son razonamientos muy en su línea, que es la línea del surrealismo anterior a cualquier vanguardia y cosa. “Ubu rey” se ríe de las estructuras, de los ejércitos, de los reyes, de los vasallos, de la vida, de la muerte y del propio lenguaje. Sublima el léxico jugando con la fonética y la propia construcción gramatical. Es la irreverencia absoluta de la nada, del todo y el algo sin tampoco. Hace un clásico a lo Sófocles, riéndose en las barbas trágicas de Shakespeare y hasta de la misma risa se mofa, llorando sin más sentido que la trasgresión certera que es la trasgresión acertada.

Y sin afectación. Como quien no encuentra otra forma –¡y es que no la hay!- de hacerlo mejor, óptimo, total. Pocas veces se encuentra uno en la creación con talento semejante. Eclecticismos aparte, las obras maestras son humorísticas porque el humor es la tragedia sublimada, refinada, razonada (perdón por la terna adjetival). “La vida de Brian” (1979) es al cine lo que Jarry a la literatura. Lo que engrandece al francés frente a los británicos es su integridad, su honestidad que devino en consecuencia.

Jarry brilla con estilo propio. Tener estilo propio es una perogrullada como decir lo mío que me compré. Bernard Shaw decía que el estilo se nota cuando se tiene algo que decir, y Alfred J. lo tiene y lo dice, y hasta se responde a carcajadas. AJ se escojona de sí mismo como forma de reírse del mundo. Se desclasó a golpe de fracasos sociales y éxitos literarios. Al final todos queremos ser don Quijote por muy sanchopanzas que nos lo vendan.

La crítica, que no perdona la genialidad que no le pague la columna, vino a reducirle al teatro del absurdo –el verdadero género del absurdo es la crítica, ¡ay, la docencia!- y no le perdonaron la integridad del consecuente. Se bebió toda la absenta de su herencia, su salud y de vez en cuando vomitaba en sus acreedores. Un figura vamos.

Murió de despreocupación progresiva que los médicos llamaron meningitis tuberculosa. Antes de palmar, al preguntarle sus amigos cual era su último deseo pidió un mondadientes. Nada. Ni un “paluego”.

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS. Dino Buzzati.

Esta novela la escribió Buzzati después de leerse a Kafka de cabo a todo. El italiano venía del periodismo, la crónica y el cuento que tantas veces suele ser lo mismo. DB tenía 34 años cuando escribió el desierto. Tenía viaje y recorrido suficientes para darse cuenta de que aquella milonga de la vida y los nosequés eran nosecomos. Bergamín lo llamó la claridad desierta, Buzatti lo aumentó por omisión y lo dejó en desierto que tantas veces es deslumbrante.

Dino B. elabora un personaje, una atmósfera, un paisaje muy cuartelario, porque era el siglo XX y las guerras, además, no pasan de moda. En este ambiente de tensa calma preventiva se desarrolla el estallido metamórfico del personaje. “El desierto de los tártaros” (1940) es la evolución sutil de “La metamorfosis” de Kafka, como un hermano pequeño, más preparado, menos lírico, con la genética refinada y menos mérito porque la madre sabía ya de dónde venían los niños.

Estos tártaros vienen de Praga y caminan hacia el París existencialista de Sartre, ya embarazado. Por eso La Fortaleza que construye Buzzati es la metáfora de la vida, es una novela de colectivo, pasado por el tamiz de lo individual. El resultado es el desasosiego. La frustración que produce la verdad de la mentira. Saber que hacienda somos todos pero Botín anda por Suiza.

Es una novela impecable. Con una estructura cuidada, un paisaje elaborado, diálogos trabajados. Todo lo que se le puede pedir a una mancha. Obra breve, obra buena, sin mérito. Uno se da cuenta que estas novelas se escriben de memoria porque llevan en el rumio de la cabeza mucho tiempo.

Lo que más me llama la atención es su fonética. Es una novela de sonido. Giovanni Drago suena completo, añade tragedia. Las descripciones del paisaje parecen melodías de media tarde, tienen ocres y amarillos en su relente. Creo que Buzzati parece una perfumería. En Italia es el que hace la novela sinestésica, la que ya venía haciendo en España Gómez de la Serna y luego hará Umbral mejor que nadie. DB consigue una obra rotunda con la fuerza absoluta de lo efímero.

Lo difícil es conseguir casi todo con casi nada. Basta lo suficiente que decía Juan Ramón. Aquí se logra. Le entran a uno ganas de suicidarse. De no leer más, como cuando se visita a Juan Rulfo (con perdón), es un novelón. Buzzati escribió bastantes cosas más, sobre todo cuentos, pero él ya era novelista. Le pasó lo contrario que a Cortázar.

viernes, 23 de noviembre de 2012

EL ABRAZO

Despiertas –un día naciste-, con una mota de tristeza sobre la frente. Duermes –un día morirás-, como un sueño que no recuerdas. Polvorienta tristeza acumulando frentes en la secreta oscuridad de los televisores. Seguimos ficcionando abrazos.

NOTAS. Josep Pla

Si queremos escribir debemos leer. Lo de Pla es una necesidad. Recomiendo sus Notas, que recientemente ha publicado Backlist pero que se pueden encontrar en Destino, en Alianza, en Espasa, quizá bajo otros nombres: Dietarios I y II, Notas para Silvia y Notas del crepúsculo que donde se suele incluir el archinombrado y no leído Cuaderno gris.

Pla le dijo a Soler Serrano que fumaba para empujar el adjetivo. Los adjetivos de Pla tienen empuje, adjetiva humanamente a las cosas, las llena de humanidad, las vuelve entrañables. Pla tiene el gracejo cascarrabias del paisanote. Es una boina que escribe.

Le da lo mismo ponerse con los guisantes que con los culos de las señoras o el acero de los barcos. Lo hace de forma particular que suele ser sinónimo de magistral porque Pla es sobre todo un maestro. Maestro sin pedagogía ni aula ni nada. Es un maestro sin alumnos porque a él lo que le interesa es la materia en sí que es el adjetivo de humo. Aquello que le sale de la boca como un aire negro sin importancia que lo impregna todo. Y una vez que llegas a casa todo el mundo sabe que vienes de leer a Pla porque hueles a su empuje.

Este señor de boina fue corresponsal por media Europa y parte del extranjero en la época de Julio Camba. Luego vendría González Ruano a cobrar sus quinientas pesetas. A sus crónicas de Alemania y el ascenso de Hitler al poder, le siguió la gran marcha de Mussolini sobre Milán y otras por el estilo. A Pla se le achaca -ojo al quienes- su falta de compromiso político en los años de la cosa. Pla se mojaba pero no se enteraba nadie. Pla convierte la política en refranero que es mucho más sutil y más abuelo.

Escribía a la francesa y no se cansó de hablar de Montaigne. Sus páginas están llenas de referencias a libros, autores y anécdotas de toda ralea que le convierten en único. Hay quien le ha comparado a Cunqueiro pero ya quisiera el galego. Escribir a la francesa es escribir sin género, es escribir a lo bruto. Pla viene de Stendhal, de los Dumas y un poco de Baroja que también era francés. Nunca hizo novela (la literatura infantil de los adultos, decía), él se dedicaba a escribir que lo de los géneros se lo deja a los académicos que a mi me suenan a robótica.

La suerte que tuvo Pla es que además fue catalán que es como son las mejores cosas de esto que llaman España. Tuvo la suerte de Josep Vergés, su mejor Destino que editó sus obras completas en 47 volúmenes y más de 30.000 páginas [sic]. Algunas de estas últimas hablan del infarto que casi le cuesta la vida al escritor, escribiendo con el cachondeo del acojone algunas páginas antológicas. También escribe sus viajes y sobre algunos de sus conocidos con títulos grandiosos como “Vida de Manolo” donde se cuenta la vida de Manolo.

Pla para ponerse profundo decía que todo en la vida era superficial. Así superficialmente se pone a raspar las cosas, las palabras, lo actos hasta sacarle brillo a una escritura como de conversación consigo mismo que resultas ser tú. Él se consideraba un gran conversador. En España se han muerto las conversaciones porque  se han muerto los conversadores, claro. Para la buena conversación es necesaria la boina de Pla, ese sentido común del hombre de campo pasado por la prensa de la prensa. En su género fueron buenos Fernán Gómez y Umbral. Del primero queda una película de Trueba (David) “La silla de Fernando”, del segundo cualquiera de las muchas que andan por Youtube.

Pla era un boino, un mejillón con cara de rana. Un paleto que viajaba (los verdaderos paletos viajan mucho) una analfabeto en el sentido bergaminesco de la cosa. Pla acabó volviendo al Ampurdán porque no aguantaba el ruralismo de las ciudades -ese desclasamiento sin retorno de los trajes recién planchados.

De Pla tenemos de todo porque él lo hacía todo a lo bestia, a lo sin importancia. Con Soler Serrano (en vídeo o por escrito) tenemos de sobra. A Josep Pla lo que le gustaba era hablar, pararse a confabular los paisanajes y darle a la sin hueso. Para hablar de Pla hay que leerle que en su caso viene a ser lo mismo. Pla es un paleto de los que ya no quedan porque ahora hasta en los surcos crecen los “wasapes”.



EL LIBRO MUDO. Ramón Gómez de la Serna

Nadie se acuerda de “El libro mudo” porque es un libro escrito en el silencio, en el viento opaco de las vigilias de un muerto. Lo escribe Ramón y así se autopombiza. Qué hacemos con este libro –se preguntan los funcionarios-, qué le decimos a la mujer. Detrás de los buenos libros hay un “qué” enorme que suele convertirse en un “cómo”, en un “cuándo” y en la pregunta definitiva sin respuesta que el silencio resuelve con alguna monería sibilante.

Ramón escribe un enorme corchete de trescientas páginas para que sepamos que está muerto. Los muertos suelen tener sesenta años de escritura para acabarse pero Ramón nos lo quiere dejar claro, él ya estaba muerto cuando se empezó. Escribe su testamento para anunciarnos que ahora va a vivir para que no le asesine nadie, para que no le matemos con nuestras cotidianías.

Ramón hace lo que quiere que es lo que quieren los poetas –que son los grandes escritores- y nos lo pasa por debajo de la puerta del idioma. Qué maneras.

El libro lo publica en 1910, tiene 22 años. Es la edad de las genialidades, él lo sabía y por eso nos dicta su muerte para no terminar en Larricidio. Sabe que ha de volverse convencional y en esa transición (eufemismo de transigir) es cuando escribe las greguerías. Las greguerías era la forma de llamarnos lelos, de decir os lo voy a decir más clarito para que me entendáis. Entender es lo contrario de disfrutar, claro.

Por este silencio se oyen los ecos de la mujer y las mujeres (esa diferencia entre lo personal y su colectivo que tan bien y también interpretó Umbral con sus poemas), la vida y la naturaleza, el humo y sus pipas, la vanidad y su egoísmo, la tarde y los ciegos. Un rumor alquitranado en luces donde la trama suena a ruido.

Cualquier obra de Gómez de la Serna (forma científica de su nombre) es otra cosa. “El piso bajo”, es, por ejemplo, un libro sin género de un Madrid atmosférico. “El caballero del hongo gris” una complejidad de apetitos. Los escritores afectadamente barrocos le copian sin citarle. De esto se dio cuenta Umbral cuando Juan Manuel de Prada escribió “coños” que era la versión vulgar y posteriori del “Senos” de Ramón.

Ramón vuelve al mundo como si nada que es el todo de los grandes. Alex de la Iglesia le rinde tributo en “muertos de risa” con aquellas grandes manos con que se sacuden Wyoming y Segura como reconoció en la Versión Española de la Cuervo.

Ramón era su literatura, literaturizó su muerte y su enfermedad. Ahí quedan “Automoribundia” y “Diario póstumo”. Su casa era un poema. Uno está harto de ver escritorios como oficinas, libros como expedientes. Hasta existe un diario de escritorios que Jesús Ortega llama proyecto. La casa de Ramón era también parte de su lírica. Ramón era su don Quijote. Lo más parecido a aquello es la casa de Víctor Chamorro, aunque Víctor no haya visto la casa de Ramón ni lo haya leído ni falta que le hace.

Nuestra enhorabuena es toparnos con su obra y saber que tiene de sobra para machacarnos los domingos. Ramón como Baroja, como Josep Pla, como Juan Ramón (Umbral lo más reciente) pertenece a esa noción de escritor prolífico donde calidad y cantidad son la misma cosa.

Umbral le debe mucho a Ramón, como le debe a Proust, a Baroja y a González Ruano, pero Umbral lo decía y los superaba. En una entrevista que anda por youtube habla Paco de la presentación que se hizo del mudismo en el Reina Sofía, llama bruja a la Chacel y dice umbralerías muy en su tono porque Umbral era su libro y si no se marchaba.

Hay Ramón en Girondo. Oliverio y Ramón tienen la misma masmédula. Ramón siempre está por ahí.

jueves, 15 de noviembre de 2012

LA HUELGA

El poder es dinero en forma de leyes.
El poder es miedo.
La condescendencia es el peor desprecio.
El odio es una forma de reconocimiento.
El odio es un afecto hueco.
Llamamos normalidad a la locura colectiva.
La zoología es un egoísmo ególatra.
En el campo la ideología es zoología.
Sabemos que pensar es sinónimo de soledad, en zoología también de agresión.
La solidaridad es egoísmo compartido.
El aire puro también asfixia.
Abrir el círculo es la forma de llegar a la línea recta.
La endogamia cierra las ventanas.
Quien siembra endogamia recoge mezquindades.
Lo mejor de la vida en el campo son las ciudades.
En las ciudades se respira aire puro.