lunes, 18 de marzo de 2024

EL NIÑO

Con el Canto cósmico empieza a entenderse. Francisco Contreras se pone un poco Godard. Está buscando la orilla donde sembrar el huerto. Hoy, con la Internet, el euro se cultiva en cualquier parte, por eso no se va del pueblo. Elche degeneró con el Turismo a un busto con ensaimadas. Los ilicitanos han perdido el palmeral por el picudo rojo de la espalda guiri que solo pide cerveza. Fran hace el homenaje a su disidencia con extraña heterodoxia y voz engolada de Radio3. Nos lo vende con guiños de Orihuela y C Tangana sin descuidar encuadres y etalonajes. Por el documental aparecen las puertas de Amalia Avia con rótulos a lo Celtiberia Show de Carandell. A veces le sale un costumbrismo de vanguardia a lo Siminiani y otras un coñazo poético a lo Albert Serra. “El niño de Elche” tiene la sensibilidad incómoda de las inquietudes honestas. No sabe qué hacer para que el dinero no le pudra el discurso y pasar del fanzine y el cortometraje de Ateneo. Tangana lo dice claro y Fran le tantea los márgenes al Reina Sofía con la excusa de Val del Omar y sus comuniones andaluzas. Se presta a las entrevistas de Juan March porque los ácratas hacen lo que les da la gana. Los festivales no programan a lumbreras y prefieren a Los Chichos que andan en plan despedida como si fueran los Scorpions. Contreras se cuenta, se fabrica el mito de virgen y buen chaval hasta que a los treinta se pone botellona y saca los libros del whisky para ordenarlos en la estantería de la psicodelia. Con la introspección del tripi y la lectura desmitifica su paisaje y su paisanaje, pero ya es "El Niño de Elche". Y ahora qué. La música está llena de niños que no maman y lloran todo lo que pueden. La música en un juego de niños. Es el Cantajuegos del arte con que se entretienen los que no leen a Proust porque eso no luce en el Facebook. El niño Migué, El niño Josele, el de la hipoteca y el pegamento. Aquí se le llama niño a cualquiera por un compadreo de barra. Decimos niño para omitir la letanía del padre que, por acción u omisión, se profesa. Francisco le hace el homenaje a las cortinas, al rulo y a la botella de 103. Lustra la foto de la comunión y la escopeta con bigotazo que es su padre. Se fabrica la marca desplumando perdices. Estruja lágrimas de moco en las gafas de su madre. Contreras tiene apellidos de chiste y un universo de ternura que me resulta cercano. Por ahí sale Ramón Andrés en un claustro con su presencia de cura rojo. Paco evoca a Angélica Liddell cuando gruñe los cantes y se pone quejica y algo místico. Elche tiene la pose del sin pose. Aún no sabe como parecerse a sí mismo. Aún se toma en serio y le canta improvisaciones delicadas a su mama que le llora muy bien en primer plano. La madre de Paco es la madre de barrio, ese Moranco disfrazado con brazos de Michelín y mirada de divorcio. Parece la vecina de Agnes Varda. La fotocopia lumpen de “Caras y lugares”. El careto resignado del fracaso que solivianta el hijo cuando la peluquera pregunta si ese es tu niño. Esa mujerona sensible con cara de garbanzo y olla recién fregada se pone la mejor bata para el sácamebien de la película. Paco improvisa las escenas porque está muy ensayado. Sabe que las costuras lucen como una lencería para progres. Se dibuja con pechos de señora a lo Virgina Bersabé y se magrea las gorduras porque piensa en un premio de algo que tienen en Cannes. Aquí está Elche y lo que se espera de él. A veces se pone Rulfo y saca planos de chumbera y San Pedro en escenas de arena que sufre. A veces deslustra las hortensias como pausas de vídeo VHS, como si Adán Aliaga sacase el amarillo lisérgico de "La casa de mi abuela", como si su cante saliera de paseo por Moratalaz. A veces se le nota el esfuerzo como el niño que imposta las gracietas. "El Niño de Elche" no sabe que sin fallo no se acierta. No sabe que debería llamarse "El Niño de Leche", más poético y apropiado para su cuerpo de Winnie the pooh. Al final, don Leches se pone Buñuel y saca una procesión en pelotas con una imagen tapada. Quiere darse un escarnio y se le nota. No importa. Que no deje de leer y seguirán las sutilezas que le hacen brillante. Las Voces del Extremo le procuran vientos diferentes. Winnie, el niño de Leche, tiene cara de escucha y eso le salva.

martes, 12 de marzo de 2024

LA NARANJA

El cristal tiene distancia. Con su arrogancia transparente, profesa, pero no deja pasar. A veces se instala un ánimo así. Despiertas y te sitúas en la praxis -situarse es eso-, donde la conciencia te dispone a vivir. Sin entrar en concavidades ni convexiones, el cristal aporta un engaño térmico como un polvo que brilla a través de la piel. Basta. Ahora hay que leer esto varias veces. Hay que situarse en la emoción de un mensaje sin transparencia como la sutileza que cubre la luz. No hay prisa por aquí. Debajo de la alfombra está la noche. En el abrazo absurdo, como en la vida, hay calores sin cuerpo, temperaturas de cristal anónimo que guían hacia focos sugerentes. Para otra vez lee despacio. Vuelve a tirar el cubo a tu reflejo de agua. Hay fragmentos de misterio que la lengua encuentra como ceniza humana por la boca vacía. Lo inesperado de esa luz dental despierta el asombro y piensas en el vidrio infinito. Cristales como telones, como sangre de un corte por romper. Lenguajes en espera, intuiciones de perro como micelios que se desprenden cuando acaricias a un gato. La mirada de un gato parece mirar a la frente de las neuronas que brotan en el fresno. El ojo tiene tanta literatura que nadie mira ya su escaparate. Nadie entiende que el iris no es más que media naranja cristalizada por la dificultad del amor -ahí dejo la chorrada-. Hay espejos con honestidad de policía, que disparan preguntas de reflejo opaco. Somos nuestro miedo, nuestro interrogatorio de piedra sin tirar. Nuestra huida hacia adelante con relevos de granito donde brillá un ojalá. Hay complejidad en el tiempo. La palabra aveces cambia como el mercurio y su ánimo de jabón recién pescado. La ternura escapa, atraviesa el cristal sin romperlo como sabemos los presos. Hay miradas inaccesibles, lenguajes transparentes que evitan el filo del anonimato. Anonimato suena a cadáver creativo y eso no hay quien lo regale. A veces, el más allá está en un estante como el polvo de una fotografía. Contemplar el cristal. Entrar en su intestino. Mirar por el microscopio de la conducta antes de lanzar la piedra que nos delate, para regresar al silencio con claridad (mi lengua busca tu cuello entre mis dientes y solo encuentra uñas de carmín). Desde la confusión pregunto a las lentes si son algo más que vidrio, si también hay que mirar a la mirada desde Duchamp. Magritte no era Magritte. Magritte era una pipa transparente, un bombín enamorado que besaba los pliegues porque sabía que allí vive el amor. Hay que fallar para creer en el acierto. Hay que bordear la paradoja para saborear su rotondura. Hay que quemar el verbo haber para saber que no hay más que auxilio en los pilares. Sigo a los espejos por la espalda. Continúo sus reflejos de luz con vuelos de palabra. “Más adentro había intemperie como un agujero místico que atraviesa el cristal de la metáfora. Oigo las voces que ocurren dentro. Observo el pasado cuando miro a las estrellas. Aprendo de su luz inexistente, de su presencia de cristal en continua pregunta.

jueves, 22 de febrero de 2024

EL COCIDO

A Juan Carlos Usó

EL COCIDO*

Para que la vida te sorprenda conviene estabilizarse.

Conviene saber que el mundo está lleno de hijos de Sancho con burro delante que no espante al pedrero de los versos.

“Más adentro en la espesura”, entraremos en el carvajal donde el gerundio de Fernando se andrada por los karaokes del mundo, sin más paredes que su voz.

Con ese ardid, transitamos la calle de los santos, ángela noche sin más sayago que el llamazares de este párrafo impertinente.

Decía, que conviene estabilizarse.

Ignorar que Carmen creció en un jardín, en el bravo canto de un mar blanco sin mezquita. Ignorar que Alcántara salió de su toponimia hacia crisálidas de historia.

Llamarse Rosa Cruz es nacer a un verso juanramono. Aprender, sin hache, que seremos un Lázaro jugando al pilla-pilla, la niña, la Santamaría...

Hay que ser Fuertes como Mario, que ha Lourtau el apellido a Charlotte sin más Laka que un Cañete de Mareza -con perdón- para cantar a Cora las virtudes de la fonética que significa mejor.

Conviene estabilizarse, repito.

Hay que procurarse un trabajo establo con letras dominicales. Jugar a la independencia tejiendo lazos y gozar de la generosidad del excedente.

Agitar el avispero es otra omfalofilia como mirarse el ómbligo en el espejo de un agujero. Jugamos al encuentro, a repetir los versos, las posturas y los facebooks.

Nos encontramos en la prosa anual de este pilates, en esta Navidad de marzo, como la repetición de la familia y el cocido.

Por eso, conviene estabilizarse. Asumir el michelín, la calva y la cara tonta de las fotos.

Escribir es sorprender a las cosas. Es la colleja de una emoción inesperada, preguntar al qué por el cómo y no responder por miedo a la pregunta.

Conviene estabilizarse, claro.

Pero resulta que la poesía es inconveniente, que no hay quien la entienda porque la emoción con emoción se explica y dos horas es mucho ruido a base de “cincominutos”.

Seamos inconvenientes. Que la sinécdoque nos acaricie, que el hiperbatón roce el labio de las sinalefas. Que las cesuras y los hemistiquios ensaliven sus barricadas. La revolución no se crea ni se destruye, se transforma.

Rebelarse, con be de burro, cambia a las iglesias de pancarta.

Revelarse, con uve de embudo, tiene un treinta y tres de luz que nos expande.

Que nadie venga con el cocido de la palabra hecha domingo por el macramé dramático de la lucha. Que no te instalen en el yoga anual de la emoción, con palabras aburridas como éstas. 

*[En cursiva nómina de autores participantes en Edita 2024] 

 




 
(vídeo y fotografías: Mónica Marín)
 


miércoles, 31 de enero de 2024

EL ALMENDRO

Llamamos cabreo a la lucidez recalentada, a los tropezones de razón que rajan el lenguaje, a las eses que se quedan en la nariz para amordazarte al asesino. Se mira marrón y se actúa con ruido como si cantases las veinte a los cubiertos mientras pones la tortilla. El cabreo trae razones en cobardía, con la esperanza de que no hagan poso. Es otro boleto para la ruptura, «otra vez» para el «siempre» que rebosará cuando estalle la cólera. Si no se enquista, aclara y pareces recién llovido. En el cabreo gana quien pierde porque la réplica te iguala y no hay peor fracaso. Cabrearse es un peligro decente, aporta dignidad a la huida y justifica los botellines. No hay cabreo sin su silencio, sin su sordera que contesta tarde como contestan los niños a los profesores. Palabras deslizadas como el roto de una media, como un grito digestivo. Gritar es lo que se calla cuando decimos que hace frío por no decir que eres gilipollas. En la escala del cabreo hay un enorme abanico; la tipología depende del lugar y menos del momento. El laboral se llama «mosqueo» que los psicólogos llaman «burnout» para darle killer a tu asesino. El «familiar» varía en función de la progenie y el mobiliario. No viste igual una hostia al tenderete que un grito delante de los niños. Nadie ha igualado aún el estallido de un vaso. La pirotécnica del cristal no tiene contrincante. Existe también un cabreo líquido poco recomendable. El salivazo atávico sosiega a los contendientes como un petardo, pero nadie sabe cómo interpreta esto la judicatura. Al escupitaje le ha mejorado el cubata y a este el manguerazo o el globo de agua. El problema del primero es la ingesta alcohólica asociada y los peligros que del vidrio del vaso pudieran derivarse. Claro que todo el mundo no tiene manguera y el globito pierde prestigio por infantil. Lo que hay que tener claro es que el cabreo viene de «los otros» que decía Sartre. El perro del vecino que ladrameacaga en tu puerta. El propio vecino que chillaarrancaelcochediscute en Dolby Stereo y otros infiernos domésticos que no por cotidianos evitan su calor como los productos que no funcionan. La estafa pequeña quema más que la grande. Que te estafe un banco duele menos que te cobren dos veces un vino. Que te desfalque un albañil parece una broma con el euro cincuenta del pan, y así sucesivamuerte. Hasta que un día recuerdas que antes cantabas, que tenías chorradas de sobra y ya no. El cabreo se enciende con las cerraduras y con el cordón que se desata justoahorajoder. Es la punta de un iceberg equivocado, nuestra despensa de defectos, un bazar de alfombras abultadas por la tristeza y preguntar al cuándo mientras se pone el pijama. Es que te la sude Palestina, que se jodan los gorilas y el putoplástico para meter la mano ciega en un saco de erres. El cabreo es la regleta que se funde y no suelta el enchufe y la gotera que te quema la casa. Es el «apaga el brasero» de todos los días que te lo enciende. Es tocar la mierda con los dedos en el espejo de tu cara, acumular años de cárcel y correrte dentro. Que las pestañas te corten las caricias y te sonrían las crueldades. Es la lucidez descarnada por la grieta del siempre que, cuando seca, se costra en cansancio. Otra, otra, otra, como barrotes de rueda de hámster. Es llamar al mail de Pablo y leer a Nabokov para nada. Es notar el muslo en cada palabra y arrancarte la cáscara desde el hueco. El cabreo es que te busquen si te escondes. Amigar con las lombrices debajo de tus libros. Tranquilo. Respira. Tranquilo. La vida es maravillosa y sientes la empatía del almendro cuando le delatan sus flores. El cabreo no es más que repetición gritando basta «después de tanto todo para nada». Y paseas el bosque de la templanza, y haces los consuelos, pero la tragedia sigue allí, porque eres tú, en el mundo de los demás.

sábado, 27 de enero de 2024

EL CATÁLOGO

«Gran seso dan los sucesos»

Lope deVega

La explicación lapidó el fracaso.

Al obedecer la doctrina obtuvo un profesorado.

Me estoy quedando Solondz.

Prefería «historiador» a «cotilla».

La solución no tiene remedio.

Si escribes bien te leen mal.

Cambiaba razón por descanso.

Se vive mucho porque se piensa despacio.

Catálogos contra la depresión.

sábado, 20 de enero de 2024

LA MADRIGUERA

Einari no llegaba bien a la letra. Paakkanen parece que estirara el compás que le apellida lento como si fuera un tono MIDI. Da igual, en Finlandia -la palabra ya lo dice- lo importante es el final. Allí está el niño de Lukas Dhont y El Padre de Florian Zeller porque el arco iris tiene oído humano. Porque ya no existen mapas del tesoro, porque borraron las huellas de la ilusión, nos queda esta tristeza, esta ceniza soplada por el fuelle de la asfixia. Ahora solo hay que escuchar y poner el ojo en la memoria. Aquí está el parvulito que dejó el colegio de repente y el beso furtivo detrás de la columna. Está la viuda del Librium, el faringeo del Ducados y el pajillero del cualquiera. En el sumidero de ascensos se comparte la caída. Apenas se habla y se empatiza como si fuera un hospital. Karaokes de guardia para alegrías en punta y tristezas de cajón. Hay un silencio de ascensor antes de que arranquen las peticiones. La parroquia no sabe qué hace allí. Siguen la feromona del pasmo y guardan un chorro violeta en algún sitio. Aquí venimos los solitarios porque tanta soledad hace secreto. La enfermedad cura el remedio en compañía y si queda algún culo firme se le mira con ternura como se mira al niño con ojos de «pobrecillo». Ya se sabe: quien canta sus males señala. Algo saben de esto los flamencos. Los karaokes son tablaos sin preparar. Arte sin arte. Ínfulas punk para amas de casa que echamos la bronca a nuestra hija cuando pone La Polla Records. Aquí no hay tolerancia, hay indiferencia: biología que espera su momento. Se canta mal cualquier cosa como si la canción fuera una cerveza, un saludo o una tertulia. Aquí da igual que te dé igual o que te importe. Aquí el interés se gana con un escote o un besazo. A veces llega una voz de Hamelín que retuerce los cuellos. A veces hasta la luz se para para enfocar la escena aunque no se pare nunca. A veces el vacío se llena de fatiga y hasta el Hombre Plátano toma asiento, un poco emocionado. Que vengan los americanos a echar fotos y hacer antropología de catálogo, pero el misterio no se encuaderna. Saber que existe basta. Saber que el valor no tiene importancia, saber que hay eructos que acarician el llanto en barras sin corazón como luciérnagas de segunda mano, tomando whiskys de tercera. Se palpita decadencia a pellizcos de atención. Está la mujer que acaricia a su perro como quien peina al muñeco de su hijo. Está el hijo que nunca tuvo perro ni muñecos ya hecho todo un Funcionario. Y también hay algo de Benidorm. Ese pasar de la arena al piso cuarenta y siete sin saludar en recepción; de Raphael al Robe sin pasar por Beyoncé. Cantar en el Porkys es mirar el skyline por encima del hombro y triunfas si te graba el camarero en el sótano de un local vacío. Instagram es tu Grammy y sientes lástima por Rosalía en el Sant Jordi. A ratos, el ambiente parece de bolsillo, como de chicle pegado debajo de la banqueta. Son madrigueras de emoción a las afueras de Google. Perplejas librerías de Jagermaster y Marc Anthony; amigos anacrónicos que están por ahí. Hay que buscarlos, hacer el Maps y girar levemente a la derecha. Los abrigos esculpen las mesas como cadáveres después de una batalla. Aquí se resiste sin saberlo. Hay una revolución despreocupada como la taza de un váter roto. El negocio está en existir, en abrir la puerta al asombro y ponerle una cerveza. Junto al micrófono suele haber una fregona. La pista desliza un poco como baladas de serrín prohibido. Las paredes, decoradas de cierre, se funden por una lisergia de luces con fatiga. A veces, una risotada rompe la armonía. Hay una paz de psiquiátrico, de domingo escolar y coche viejo. Karaoke paradise, que dice Paakkanen.
 

miércoles, 10 de enero de 2024

EL AGUJERO

Escribía para que no le vieran.

Quizá, como único talvez.

Ojalá solo pagues Fantas.

Repsol patrocina El tiempo.

Tenía derecho a sus obligaciones.

La depresión de este año va a estar bien.

Nadie me interrumpe como tú.

Si trasluce no ama.

Que pague su cuota de exigencia.

El gato evoca tu fracaso.

Menos mal que hay errores.

Sueños de alquiler para vacaciones.

Ya solicité la espera.

El agujero funciona.

viernes, 29 de diciembre de 2023

EL AMIGO

Cuando salgo del pueblo con la inocencia de lo póstumo, se pasa por alto pagar el peaje (aquí no hay literatura), madrugar, volver al atasco de la vida para saborear la brisa caliente de un metro recién llegado. Ahora la estación de Atocha se llama Almudena Grandes aunque, para los que tenemos un padre coñazo, se llame Rafael Moneo. Cuando se vive en el culo del mundo, cualquier mierda huele bien si la diarrea no dura mucho. Por eso el AVE se coge al vuelo de la puntualidad y hasta eso se agradece. Claro, Eduardo: El mundo es ancho y diverso (2018). Pero parece un parque temático en suspensión de pagos. El mejor paisaje está alicatado y cualquier tipismo manoseado. El mundo es un selfie, un sucedáneo con que llamar a la vida porque el viaje se hace hacia adentro o no se hace. El libro creo que ya lo había leído en tu blog. Se le llama viaje a la vieja costumbre del partir. El nombre, el título o lo que sea, es lo de menos. Ahora que sacas Americaneando (2023) le llamaremos road-movie por si te pones traductón. Lanzarote, Túnez o Polonia, qué más da. Umbral decía que todo viaje se hace con la esperanza de echar un polvo. Claro. La esperanza es lo último que se pierde, pero tú ibas con la mujer y los hijos y yo fui a un Hostel con negro arriba y chino al lado. Además, uno ya casi es monórquido de tanto libro y tanto Einstein. Tu prosa viene a ser cristalina, depurada, como un informe técnico que mira por la ventana. Hasta cuando miras las tetas, los “pechos en punta rompen el viento”. Con lo bien que te había quedado el “aeromozas” de las azafatas. Sant Cugat muy bien. Parece una Suiza de playa sin playa y con charnegos. Tiene luz de arena, gentío andaluz y tropezones de historia. Franquicias medievales que lindan con heladerías de tofu. Tu trato exquisito Eduardo, y si te echan de la depresión te pones de guía de japos. Perdona que no retenga, pero en los pueblos chicos con cuatro fechas hacemos la Iglesia. Vaya rosetón tenéis. Sigo pensando que una buena piedra le daría pedigrí a las vidrieras, tirón a la policía y carrete a los freetours. En Barcelona, recorrí las librerías que me recomendaste para saber lo que son. En Laie compré las Memorias de Sagarra con el precio en pesetas. Josep Maria escribe como un Pla aristocrático. Más periodista y menos payés. Menudo mosaico. Un friso de atmósferas que saben. Limpias teselas de un imperio de mil páginas. Otro argumento para escribir bien de lo que sea. Qué manera de importarme una mierda su familia o sus estudios. Cómo le ignoré cuando cuenta su Barcelona, y qué forma de disfrutarle cada página. Maneja el adjetivo psicológico, tan mediterráneo, para lo inanimado. Describe a lo bodegón lisérgico, como si un dibujo de Nieva hubiera tomado las de Villaespesa y se sentara delante para ver cómo te tomas la sopa. A veces aparece Bigas Luna. Con Sagarra por fin me he enterado del Madrid de principios del XX, y la Barcelona de los libros de Juan Carlos Usó. Ahora sé que “Barcelona estaba adquiriendo unos aires de depravación enjoyada, a expensas de las tragedias que pasaban en el mundo”. Y sé de la España provinciana y cómo eran sus paletos. Sagarra describe la psicología como si fuera un paisaje. Sabe que nadie se resiste al “gorjeo” de un mirlo y te lo diseca, algo que además le mola. El barro en la mirada (1998) ya es otra cosa. Bien lo sabes claro. Supongo que publicas tus diarios para carpetar el expediente del escritor. Pero luego tiras la piedra criminal a la vidriera de la poesía. El barro tiene un sabor a lija barroca un poco Adonais. Costuras líricas en una media con garbanzos donde metes las metáforas. Ya sabes que a mí esto me pilla lejos, pero entiendo lo que dices cuando me dices que “si perturba sirve” aunque se note el esfuerzo. En Las horas y los labios (2003) huelo a Fonollosa. No sé, quizá ya estabas tú con el DVD puesto y se te nota la película. Tú lo haces tuyo como dicen los cantantes malos cuando estropean la versión. Entiéndeme, tú cantas mejor que Fonollosa, y mejor que Albert Pla cualquiera. El primero tiene la cosa de lo raro y el segundo la lisergia de Krahe -que fue quien le descubrió- aunque Javier fue más de porro y farlopita. Tú, Eduardo, no pasas de la receta socialdemócrata y algún Gyntonic. Yo te hablé de las virtudes de la psiquedelia y tú me escuchaste como un padre, mitad preocupación, mitad quéenvidia. No te preocupes, aquí me tienes sudando Umbral y dopamina. Antes que a Juan Ramón había leído a Escohotado. Eso y un poco de mesura hacen de la química el mejor compañero. Uno se droga “cuando está mal, para estar bien y cuando está bien para estar mejor” que dice Usó. Perdóname Eduardo, pero lo mejor de Dices (2014) son la citas de Rajoy. Las de Aznar, laEspe y Cospedal parecen charcos. Aquí te sale el ácrata. Te sale la rebeldía que se escapa de las letras si se aprietan. Aquí comprobamos que no querías ser funcionario, pero probaste la moto de la posición y se te ve el algo del que llega a donde no quería. Es lo malo de no elegir lo que uno siente y tú que eres poeta, eso te duele. Ahora andas como un Quijote con alarma echándole las cuentas a la vida con un poco de miedo a Hacienda. Gracias por todo Eduardo. Eres un amigo que me ensancha el horizonte. Que me saca del pueblo y me abre su casa. Gracias por darme la excusa para salir de mi sarcófago y respirar el aire puro que contamina las ciudades. Tú sabes que vengo de El paraíso difícil (2020). El desierto verde (2012) que sufriste tanto o más que yo, porque yo soy un bibliotecario póstumo “y un poco triste que vive y escribe, valga la redundancia”. Ya te dije que después de vernos, iría a la presentación del último libro del poeta JC (que no me oiga este mail porque a él la poesía se la suda). Juan Carlos es otra generosidad andante que enfoca hacia lugares por donde no ha pasado nadie. El sol salió anoche y me cantó (2023) podría ser un verso de Panero, pero su lírica es muy otra. Él tiene la emoción intacta de lo humano. Penetra por la vía del silencio como si fuera un árbol. Yo sé que tiene ramas y raíces que dan frutos. Copa no porque ya no bebe, aunque haya vaciado muchos floreros. Por allí estaban Felipe Borrallo, Tre Borrás y muchas Mireias. Gentes que parecen de azúcar, con risas de bengala y silencios incandescentes. Almas que construyen sin hacer ruido como barros de vencejo. Empatías como nubes de estornino. Perdóname el símil, pero a veces me gabrieligalano de tanto pueblo. A los que estamos un poco Rulfos, la ciudad nos parece una metástasis cazurra, un provincianismo urbano sin más allá que un lunes. Barcelona, aquel jueves, estaba un poco domingo. Tenía aspecto de grieta, como si la diagonal fuera una cicatriz donde se juntaran las colillas y los coches. Una junta de semáforos y alcorques con orín de mascota. Barna ahora va en patinete y viento en popa, con un aire a Celestina que les convierte al Colón en una veleta que señala a Puigdemont. La presentación era en la plaza del Norte, en el barrio de Gracia que me pareció un Vallecas ordenado, como si le hubieran dicho a los negros que no salieran y a los latinos les hubieran escondido la gorra. Como si Lavapiés tuviera su franquicia con guardería de puertas abiertas, como un bullicio de pájaros sin pájaros, como un murmullo de nudos sin bultos. De dónde eres me preguntaban y yo que de un pueblino de Cáceres “near to Portugal” le dije al chino del Hostel. Y Montse que tendrías ganas de salir un poco ¿no? “Lo que tengo es ganar de volverme ya”. Echaba de menos mi muerte tranquila, la violencia decente del paisaje, la soledad del confinado y la ternura de quien me habita. Y me vine, claro.

LA METÁFORA




“Quien haya experimentado la química expansiva siente que no puede exteriorizar lo vivido porque no existe un lenguaje con el que asir las emociones ocurridas. El término más utilizado es «inefable». Aldous Huxley fue pionero en avisar sobre las utilidades del ácido para el poeta lírico: «mientras dura el efecto del ácido lisérgico uno no está especialmente interesado en las palabras, porque lo que se experimenta trasciende el lenguaje humano, a duras penas se puede expresar en términos lingüísticos […] Después de la experiencia, sin embargo, sí considero muy posible que sirva de ayuda. El individuo verá el universo de forma muy distinta, y eso, tal vez, podría servir de inspiración para escribir algo sobre el mundo» (Jonás Sánchez Pedrero)

EL SURCO