miércoles, 26 de marzo de 2014

LA PRIMAVERA

Primavera negra.
Henry Miller.
¿Donde está la primavera?
Franz Kafka.

Cuando la luz –sombra hecha mentira- ilumina el tiempo, la vida arranca. El polen se despereza como un pelo multicolor. A este removerse en la sombra, esa violencia ordenada de las cosas por morir, llamamos primavera. Pero hay quienes perdimos la curiosidad de llorar. Quienes vemos en la luz un légamo envenenado, la delicadeza con que la vida asimila a los muertos. Quienes matamos por comodidad  –el escepticismo aburre- sabemos que sólo duele la palabra sentida. Que sin dolor emerge la tranquilidad de los candados. No hay entusiasmo sin olvido. No hay alegría sin convicción. Perseguimos el ansia de la luz a través del bosque de la caricia pero allí no existe el tiempo. Pensar es antes.

viernes, 21 de marzo de 2014

EL JEDI

A Pablo Gadea, 
habitante de Dagobah. 
El semáforo pasa a verde, la nave ameriza en un playa sin oídos donde se siente una presencia. Se puede lamer el tiempo cuando hay un vaso por el que brindar. Se puede jugar al bucle del “tú primero”, escuchar lo repetido con la paciencia de la sangre renovada en un corazón distinto. Vivir del surrealismo, del alcohol, de la ruptura febril que surge cuando se rompen los relojes. De nuevo la luz verde. En esa sonrisa calada hay un cómplice para cualquier asesinato. Un puñetazo dispuesto a jugarse la dentadura, el coche y hasta la novia cagoendiós. Y si brota una pena escondida nos la tragamos con whisky del desierto –brindemos dijiste- y así hasta que el cansancio nos invada con su vómito tumbado. Cuando hay algo se busca. Cuando se tiembla se cambia. Verdes, como los Beatles que mataron a Lenon por llegar tarde al psiquiátrico -Panero is deffunct y Esdrújulo había cerrado- y nos acabamos fumando la mañana. Porque la emoción es un instinto que nos conduce a otros lugares. Juntos, como animales que barruntan un tsunami, escapamos de la morgue, de la mugre y hasta de caballos desbocados. Sonambulismo de anís, memoria y cantares de gesta, dispuestos para la mejor mentira. Los Jedi somos así. A nuestro paso, los semáforos, cambian a verde. 

jueves, 20 de marzo de 2014

EL CONTENTITO

“El contentito se siente colocado –en el mejor sentido de la palabra-, perfectamente adaptado a la sociedad. No es un tonto absoluto, puede incluso contar con excelentes cualidades en uno u otro sentido y es posible también que la suerte le haya sonreído, precisamente por sus dotes de adaptación. Es un alegre urdidor, incluso puede ser maestro del ardid, no en gran escala. Lo que no oculta es un fondo de vulgaridad. Pero esto no le importa: él está contento, no de un modo desmesurado. Digamos que sólo está contentito. Con el embate de la democracia española han surgido por todas partes los contentitos. La cosa se debe a la relativa facilidad de poder conseguir determinadas ambiciones, habiendo tenido cerradas en un cercano pretérito todas las puertas a su esperanza. Los “tales” han tenido ocasión de comprobar que los nuevos tiempos les son más propicios y que esas ambiciones de bajo vuelo pueden ser incluso rebasadas por la fortuna. Pueden tener, incluso, la sensación algo turbia de recibir más de lo que merecen y, al mismo tiempo de, haber ignorado ellos mismos lo mucho que se merecen, tener méritos y dotes infusos. El contentito se siente apreciado y puede ser cierto. No cuesta mucho apreciar, por los verdadera y secretamente poderosos, el don casi evangélico de la mediocridad. El mediocre es un buen colaborador en principio –algún mérito habría de tener- y sus servicios merecen, cuanto más mediocres, mayor remuneración. Ningún contentito es verdaderamente político no ve políticamente las cosas a su alrededor; ve la circunstancia propicia a su pequeño egoísmo y se felicita de la “oportunidad”. Son muy suyos los contentitos. Tienen un yo hipertrofiado. El contentito, no exento de agresividad contentita, tiene su agosto entre los treinta y cinco y cincuenta y cinco años, en los momentos de su rendimiento mayor como colaboradores del “status quo”. Su contentismo hace abstracción de piedad hacia el sufrimiento, la muerte, la violencia que pueden manifestarse a su alrededor. Los contentitos de una época crean zonas de vacío en su devenir cultural. Descontentemos al contentito, porque se lo merece, por abusón y por vulgar”. Francisco Nieva.

“Tenía el resentimiento de los vencedores. El resentimiento de haber vencido en lo que no quería. Hay que elegir a tiempo”. 
Francisco Umbral.

Como se ve el Contentito tiene su bibliografía, es casi un género literario en sí mismo. Es lo que en castellano antiguo se llamaba desertordelarao y que después de Marx se etiquetó como desclase. España no es más que un enorme pueblo de gitanos y guardias civiles que ha derivado en independentismo. Con lo de Europa y la Autonomía se ha ido aparcando la chabola aunque ahí siga en forma de infravivienda, sabañones y pobreza energética. Y como chabola en sí -qué cojones- porque la cañada real también es olímpica y esto lo sabe la señora del café con leche. La genealogía del español siempre tienen un muerto en la guerra y un guardia civil, cosa que al Contentito no le disgusta tanto por afinidad ideológica como por votante psoísta que es y eso a la hora del reparto es una rémora. Y es que el muerto siempre desprestigia porque el republicano era muy republicano y el facha muy de centro. Por eso el fusilado es para el progre lo que la melladura para el jornalero de la plaza. Y este pasado hace que para el Contentito las fotografías sólo existan para el grupo del facebook de su pueblo y las comuniones de la niña que en eso se ha cambiado nada. El Contentito, no deja de ser el resultado del pueblo horneado a doscientos veinte grados, lo que el medro convertía antes en barragano o capataz y la Autonomía ha convertido en gestor cultural. Como desclasado, concibe la injusticia como inevitable, la salud un asieslavida, el talento una confabulación de avatares actuando en su contra. Concibe su trabajo como su parcelita, algunos lo conciben como un rancho americano de tanto hollywood y tanto móvil y hasta sueñan con secretarias, con affaires de cincuentón que les resuciten la moral que han ido perdiendo y que sus hijas no perdonan porque saben que la baba no se hereda. El contentito tiene el resentimiento de los mediocres, que Umbral llama vencedores porque él también lo era. Lo que pasa es que Paco es certero en la metáfora y acierta cuando dice que hay que elegir a tiempo. El Tito eligió desacomplejarse que en España es desclasarse. Somos tan medievales que necesitamos el estatus de la boda, la epifanía del domingo que el Conten resuelve con la cena de empresa. Tentito sabe que ha elegido mal -cómo no lo va a saber si huele y todo- pero sigue la linde aunque se acabe. Huye para quedarse en su contentitez solitaria. Cuando las hijas del Contentito se van de Erasmus -se van de cualquier cosa con tal de irse-, cuando la mujer se ha puesto menopáusica y exigente y sólo piensa en que le retire la mensualidad una alegría veinte años más joven, al Contentito le llega por Wasap una cita de Confucio y se compra una huerta donde plantar el pepino y leer dominicales. El Contentito tiene sus debilidades, claro, pero la vida está hecha para ir a parar a una buena justificación, que decía Mallarmé. El Contentito ya no lee -no tiene tiempo, el trabajo, el pepino...- porque sus horas de consumo las dedica al yoga, el vino (del que ahora es especialista) y el viaje a Nueva York que suele quedarse en un findesemanaMadrid con musical del Rey León [sic] incluido. Alguien le pega una foto con el pepino de una mano y El País de la otra, gorra de Alonso y camiseta de tirantes, la suben al Twitter y es la mofa. Llega entonces el psiquiatrismo, la pastilla culminante de El Proceso Contentito. Pildoraje pasado con vino para rematar la alegría, forma -ellos qué saben- de coronar su contentía con el vértigo de la caída.

miércoles, 12 de marzo de 2014

LA COSTUMBRE

Y me agarro a la cornisa que traje de la China para no sucumbir al huracán. Y reconozco a los firmantes del manifiesto, mientras la apuesta gira en el plato del microondas. Y sigo paseando por la conciencia del hastío, esa necesidad que justifique. Nada es lo mismo desde que cerraron el cuartel. Se olvida la historia para anestesiar la desdicha, se acicala el susurro para dignificar la mansedumbre. La respuesta es la renuncia, el analgésico es púrpura. El tiempo sosiega la sangre que una vez fue adolescente. La tierra es una memoria de fuego tratada con desdén. El aliento es un niño que cultiva su rencor. Una planicie empeñada en su amnesia -hay palabras que laten en los arcones- derrama las horas por las peluquerías. A veces estalla una puerta y muere un accidente. Y el polvo sigue rajando las fachadas por donde entrarán las lombrices del agua. Por las calles, cajones sin biología, confirman los horarios -no trabajas, ya has llegado, dónde vas-, así es la vida, al otro lado de la costumbre.

sábado, 8 de marzo de 2014

LA ALARMA

Es difícil estar alerta cuando el silencio te complace. No sabes como erectar los besos ni cómo drenar la suavidad del sexo. En la repetición el paisaje se torna en decorado, “parece una foto”, dicen los turistas. Gooebels no sabía que la ignorancia tiene su propio nazi, que no es necesario alentar la mentira en la sucesión del cinismo. Hay un gas llamado oxígeno. Un error que persevera buscando la estela de las mariposas. “Vi sus alas una vez”, te repites. Quieres cansar los caminos en otros pies, volver al sabor del diente, a la risa pegajosa de la cerveza. Cuando el tiempo se acumula, cuando las palabras no salen de casa y la sal ya no sabe, hay que decir ahora. No ceder a los párpados, arrancar las filigranas del calor, clavar las uñas en las cerraduras. Saber obliga. Seguir esconde. Y sé que la madrugada permanece en los hombros de la luna. 

viernes, 7 de marzo de 2014

EL LOCO

“Escribe algo de este tío, tú que debes y sabes”.
Pablo Gadea.

“Buffalo Bill's defunct”. Panero ha muerto. Hay muchas obviedades que decir pero casi todas las rodó Jaime Chávarri en “El desencanto” (1976) o Ricardo Franco en “Después de tantos años” (1994). Panero es Leopoldo María como Machado es Antonio por muchas boutades que dijera Borges. Lo bueno que tiene Internet es la cantidad que destila en calidad por inevitable. Así, encontramos muchos audiovisuales de Panero, venerado por los que nunca le habían leído pero gustaban de su foto de homúnculo, del ecce homo de frenopático, del atavismo en persona. Compré su “Poesía Completa” una tarde de locura, de esas que hacen de Salamanca un paisanaje ácido dentro de un paisaje idílico. Sin bicicleta, por el paseo Hofmann, aluciné del mundo. “Yo como don quijote, me invento pasiones para ejercitarme” decía Umbral. Esa es la clave. “Panero no está loco, pero tiene una lucidez insoportable”, le escuché a Jaime Chávarri en una tertulia que anda por Youtube. Quien vea el clip: “Leopoldo María Panero: dios de la vida, dios de los suicidas” podrá comprobarlo. Túa Blesa, en aquel volumen de Visor, desgranaba los aspectos técnicos de una lírica que le valieron el Premio Estaño de Literatura en 2003. Panero apenas fue premiado, porque nadie quería un loco meándose en las cortinas. Nadie premia lo imprevisible. Sin embargo, uno entiende mejor su inquietante obra en el disco homenaje que Bumbury junto con Carlos Ann, Bruno Galindo y José María Ponce, grabaron en 2004. En el libreto se incluía una entrevista sin desperdicio, donde asistíamos incrédulos a la pregunta de cómo un organismo humano puede resistir tanto LSD y tanto tabaco. En el DVD “Un día con Leopoldo María Panero” escuché en su propia voz el poema “Buffalo Bill´s defunct”. Me maravilló su carga fonética, así que compré la antología bilingüe de Hyperion firmada por Cummings. Aún rondaba uno por Madrid jugándome el tipo en la sección de poesía de la “Casa del Libro” junto a esa barandilla del abismo (quién lo probó lo sabe). Ese vértigo de la metáfora es Panero, el delirio de un sajo por el que hieden nuestras miserias. Los poetas lanares mueren de saturnismo electoral o de corte inglés. Se aferraron a lo entendible castrando lo disfrutable, esos que Enrique Falcón caricaturiza en “Porción del enemigo” (2013). Panero llenaba de sueños su poesía difuminando los referentes para señalar las veladuras de la sugerencia. Un Mallarmé sonámbulo, eso que en pintura se llama Fernando Zóbel. En Francia le habrían llamado Artaud para llenar los museos y las imprentas. En España la genialidad sólo nos da para un entierro de caspa que diría Jess Franco, otro que tal. Panero está en la nómina de Pound, Poe y Baudelaire. No sólo era un enorme poeta también era una gran personalidad literaria, amén de eso que llaman intelectual. A él debemos muchas de las mejores traducciones de la mejor poesía europea. De Valery hasta Holderling de quienes entendió el poder de la fonética y memorizó libros enteros. Renovó la poesía nacional por lo que Castellet lo tuvo fácil para incluirle en la antología de “nueve novísimos” publicada en 1971. Y esa fue su etiqueta para los manuales, él, que tan poco sabía de códigos, normas ni academias. “Es una gran pena. Venía sistemáticamente a la Feria del Libro de Madrid desde hace seis o siete años”, dice la necrológica del ABC. Allí le conocí yo un sábado por la tarde. Con su presencia, la palabra Feria se llenaba de significado. “Se llama Jonás” le dijo al oído el librero de “Huerga y Fierro”, mientras él me miraba a través del filo de una arruga.

"Para Jonás con celo o amor"

Era zurdo. Giró su cuerpo sobre sí mismo como una lombriz amenazada. Respiraba fumando. Bebía coca-cola con su boca de medusa. Panero disfrutaba de su jaula. Él, como Bukowski, asimiló la condición con que la normalidad le juzgaba. En el video de Bumbury lo admite “Me va Bukowski, sí”. Los cuerdos sabemos que la honestidad sólo tiene tres caminos: el suicidio, el asesinato o el manicomio. Él se aplicó los tres residiendo en el tercero. “Murió mientras dormía”, ha dicho su editora, pero la vida de Panero fue soñar mientras moría. “Yo en la vida siempre he vivido en el infierno”, decía él. “Buffalo Bill´s defunct”.

jueves, 6 de marzo de 2014

EL PARACETAMOL

A Pablo Gadea,
por rescatarme.

El sol es una melancolía que llena el aire de lágrimas secas. Esto pasa cuando la lluvia cesa después del frío, me refiero a eso que los calendarios llaman marzo. Los días de marzo son atardeceres desde que amanece, la luz sonámbula de la fiebre de un pasado que nunca fue, que no vendrá. Marzo es una muerte que da pena, una flor de almendro que nos devuelve el paisaje. La luz un sudor que se enfría, la malva tragedia de la vida como un septiembre anticipado. Marzo es el mes en que se mueren los poetas -como Panero-, muertes de lumbago, alergia lírica de la soledad bien entendida. La lumbalgia es el suicidio del monólogo interior. Un cadáver que se enquista en la espalda como el feto abortado de las monjas. Te mueres en marzo estirando el placer, con la pizca de los tallos verdes, de las piedras lanzadas al gozo hasta que mamá dice paracasa. Marzo es el entierro de la sordina. Quitar el polvo a la piel, mostrar las cuentas del favor y pedir, por favor, la cuenta. El lumbago es un ombligo que se pudre, un billete a ninguna parte, un aire de hospital clavado por la espalda. Es la doliente humedad de las goteras, la interiorización de la vivienda, el grifo de la jaula. En su quiste lloran los fetos soñando con crisálidas por lo qué -ha dicho el Paracetamol- habrá que estirpar.