jueves, 29 de enero de 2015

EL ABISMO



Profundizar en la palabra hasta romper el sonido.

martes, 27 de enero de 2015

EL GARAJE

“Aquí se viene a exagerar”.
Ismaelbar.

A Pablo Gadea,
que me reconcilia con Madrid.

El bar castizo es una cochera, es el somier hecho puerta, esa necesidad de reutilizar lo que sobra, un vagón de metro para arrimar la cebolleta. Lo suyo es que el pomo del retrete quede a la misma distancia de la mano izquierda que la consumición de la mano derecha. Que lo más lejos sean los dos pasos que nos separan de la puerta (uno de la tragaperras), porque la máquina de tábaco ha de quedar a tu espalda para poder jugar al roce convenido de los sexos.

El hombre de barrio es nieto de Paco, ese marido de Régula que nos contó Delibes. Desconfiado pero con ganas de amistar con el extraño al que somete a la pequeña lapidación de las miradas. La primera pregunta es "si será secreta", como un “y tú de quién eres” urbano. Uno se va del pueblo para no ser cura ni guripa. De intrusos nada. La consumición, la camisa planchada, si estira el meñique cuando coge la caña, si sale a fumar o no se come el pelo caído en los garbanzos, van a responden el interrogatorio tácito del recién llegado.

El camarero es nieto de la chabola, de electricistas y albañiles de Jaén que murieron de un infarto, de un andamio súbito o de un cáncer de picha. Muertes de pobre, tuberculosos del siglo XX que emigraron para poder morir en un tanatorio pagando La Almudena en navidades. Muertes que duran toda la vida para viudas y huérfanos que colocan fotografías difuntas en vértices de cuadros que pintó un sobrino. Si nace varón, se llamará Pedro, como mi padre.

Los bares de barrio tienen grasa en la cocina, orín en los baños y aceite en los ojos color mosto de un hígado reventado. Ojos de paro y depresión, ansiedad y cocaína. Hay una ternura de carencias. Una madre macilenta que sale de la cocina como una pajarillo, que recibe los besos del hijo como si fuera el padre muerto y el respeto que da cocinar los callos como nadie. Ese reconocimiento al potaje y el destajo.

Hay historias que nadie contará. Pulmones que trasiegan humo con la rutina de la pausa, como un escape a la chapa que te pega Luis, hombretón con un Ideafix al que viste de lana y trata con modales. El perro de Luis es una cerradura por donde hay que mirar su corazón. Y El Abuelo con sus charlas, con su saber de vinilo, con su barba y sus hijos de cerveza y “unmecagoenlaputamadredeRajoy”. Mi hijo –dice- se me va ir de España y ya no le veo más, tío. ¿Tú sabes lo que es eso?. Y el ojo se le encharca. El bar, como una cochera nacional, con su tragedia tranquila –bebo para llorar mejor decía Dostoievsky-, con sosiego en la desgracia para que no se enteren los niños. También hay banquetas como hamacas y en un cuaderno se apuntan nuestros sueños de palmeras.

Hay un jamón que no se gasta y un calendario del Atlético de la época de Marina. Calendarios como fotografías emocionales, recuerdos de una tarde de fútbol que me regalo mi padre, un partido de dispendio y coca-cola porque los bares de barrio tienen la tristeza entrañable de una muerte escondida. Como esas tardes soleadas del invierno escuchando la canción de san Antonio en Radiolé.

España como un bar de garaje, con su tragedia de barro y hospital, con sus gatos y sus latins. Con su lluvia de metros y sus humos de viaje. Con sus abuelos de Soria y sus coches a plazos. Con sus ascensores rotos y su mercadona. Con su cárcel de farolas y contratos. Hay en el bar una especie de madre, una respuesta a la que nadie pregunta. Una soledad urgente como una espiga que se enerva.

Y También hay una mujer ajada que se maquilla de más y se viste de menos. Esa mujer que alguien se tiró en el servicio (rompiendo la taza y el amor), dejándola para siempre en el ayer. Esa mujer que baila sola, que a veces trae una amiga más joven y que más pronto que tarde, traerá a su hija para elegir un padre y una mano con que ver juntos la vejez y la tele, cuando les cierren la vida.

martes, 20 de enero de 2015

LA VIDA

“No es la muerte, es la tienda de frutas”
Federico García Lorca

Es la luz, el calor como alegría. Un niño sonriendo a los papeles. Hay un empujón en cada ojo, hay un impulso en cada piedra. Un debería que madura en la imaginación de las fresas y un arrebato que espera su palabra. Hay una locura que se esconde en los cuchillos, una cuchara que destroza las bocas, dientes que caen de la almohada y sueños que respiran con desgana. Hay pechos pidiendo ayuda, brazos como espejos, agua sedienta de melón. Hay padres empujando impulsos, cuevas con ecos, ecos de tierra, de nubes de pastillas y ventanas, naranjas que saltan, zumos de ira. Hay fuerza de grillos, de ansia y de espera, y una imaginación en llamas.

jueves, 15 de enero de 2015

LA INSOLENCIA

"Lo más peligroso es decir sí"
Rafael Azcona

Soledad tras soledad hasta que sólo quede cansancio.
La repetición, endogamia solitaria.
Soledad como un estómago insaciable.
Repetición, preámbulo de insistencia.
Soledad con su mentira silenciosa.
Mañanas de luz repetida y sonrisa de agua.
Soledad, escombro de futuro.
La soledad tiene razones.
La insolencia de reflexionar en la alegría.
Quien no necesita soledad necesita ayuda.



miércoles, 14 de enero de 2015

LA ALTURA

“La aspiración del hombre es ocupar la altura”
Sainz de Oiza

Hay una altura por el suelo. Mirar el cielo desde la brasa, sentir el temblor de la tierra. Desde la superficie el aire se expande y se agranda el horizonte. La flor necesita tierra, como los parques y los niños. También los pájaros necesitan su instante, su hermosura de árbol. Lo alto compite con lo caro, con el mismo precio de la nada.

jueves, 8 de enero de 2015

EL BRILLO

A Juanma,
que me regaló Valencia.

Hasta Valencia se llega atravesando la lengua negra de la Mancha. Hacemos literatura, escribo sobre lomas pardas, verdes brisas y cal adelantada anunciando sonidos de tubería. Hay que ser fontanero en Valencia, lleno de ascensores enanos, bloques gigantes y medianías de orín por las aceras -calcárea urbe, despostillada pólvora, el ruido esconde- aquí, se debe soldar el humo. Los mosaicos brillan para recordar que la luz no hace claridad. A Valencia se llega con la luna republicana o con el atasco alemán del mes de agosto. Yo llegué con los malvas al aire, con las carnes colganderas -trapos de silencio y mar- y escuchando algún pájaro entre ramas frías. Valencia tiene un Valladolid sin historia, un millón de semáforos andando hacia El Cabañal donde los barcos dejaron su Stanbrook a estampas de Meliá. En valencia se oye la música de la emigración porque nadie la toca. Todos tuvimos una novia en Valencia donde todo pasó hace mucho tiempo, por eso la luna se yergue con pecho de madrugada, con su melancolía de gas, con la tristeza húmeda de las fotografías y el antes. Valencia tiene su mar, sus ganas de ser Barcelona. No sabe de sus libros pero conoce la orfandad y los garajes privados. Hay balcones hacia traseras de parques por donde se ven volar pájaros verdes y se ve a don Machado con el pecho colgando del bastón. Valencia es la gran olvidada de sí misma, un entre Zaragoza y Málaga sin monumentos. En Valencia se aprende que hay roturas suaves, pieles gemelas sin tacto. Que dar puede ser un misterio recibido. Valencia tiene sus cosas rotas y pegadas, quiere verse entera como una mentira de niño. Tiene demasiado modernismo y Calatrava. Tiene una tristeza propia y la gran luna que decía al principio. Valencia es lo que no tiene.

sábado, 3 de enero de 2015

EL JAMÓN

El sueño no entra.

Noto que escapa, que sale
por mis cuencas cerradas como un gordo
arrastrándose por una zanja y noto que rebotan
mis párpados pensándolo,
sin saber qué decir.

A mi alrededor el maquillaje
viste su tristeza con jamón,
un jamón de charol, una ortopedia
de muecas que brindan con champán.

Sobre la planicie ruge el silencio.
Hace ocho mil millones de personas que no me río.

Dile a tus besos que me recuerden,
se me hizo tarde para olvidar
por eso invento mi memoria.

Voy siendo lo callado que se apaga,
un libro que se abre para escribir
a veces, mi mano
por tu piel de madera.

Las palabras ríen cuando persigo sus faldas
y jugamos a ser niños escribiendo
a la tristeza.

Qué te pasa.