viernes, 25 de febrero de 2011

EL SOL

El sol me entristece. Me recuerda la falsedad de la luz, el entusiasmo efímero de los destellos. Los ciegos salen al balcón: esa es la metáfora. Las futilidades melancólicas con que revisto mi tragedia son una pose, claro. A mi lo que me gusta es tumbarme, oler los ultravioletas y coger la tortilla con los dedos. Esta es la primera vez que escribo en el mes de marzo. Hacía mucho tiempo que marzo era un hasta, un desde y un para. A la vista, el bosque es una raspa, el esqueleto cifrado del coral que se cansó de Benidorm y Ryanair. Son renegados vegetales, emigrantes, la moraleja del mundo, la longaniza del cielo. Por las mañanas el suicidio se presta al abecedario, a la transición monótona del remanso a la muerte. Es la inversión de la lectura nocturna sobre la cama. Luego, lo difícil, es mantener el silencio en el margen tolerable de ruido. En silencio, sí. Como estuvisteis hasta ahora.

EL PROBLEMA

Revestir el cariño, darle otra vuelta por el parque, para que no sea otro si no más. Ahondar en lo acumulativo que puede ser el tiempo y el espacio. Pregonar la grandeza de lo íntimo como un bálsamo frente a lo externo. Hay emociones que no tienen su correspondencia alfabética. Un coche es un coche, una casa es una casa. Para lo que no existe símil le inventamos una imagen, una metáfora. Es lo que llamamos poesía. El problema surje cuando la poesía se queda corta. Cuando las imágenes son un atisbo de la belleza que fluye, que mana, que germina, en aluvión remolinante y a la vez; sin moverse de nadie, ni saber si existe. Hay veces que asistimos alucinados a fogonazos de emoción. Vislumbramos las posibilidades del colapso. Lo aceptamos. Son muchos años asistiendo al misterio que se concreta en unos ojos. Por eso, no me culpes, y déjame decir te quiero.

miércoles, 23 de febrero de 2011

EL DINERO

El dinero me despierta por las mañanas, me arropa por las noches, me sueño con él y sus calderillas. Con el dinero desayuno, veo la tele, voy al trabajo, al gimnasio, leo, me doy una paseo. Cuando voy de compras siempre voy con El dinero. El balón, las zapatillas, la ropa, el cine, los libros. En todo lo que siento y me pasa está presente. Cuando voy al médico, cuando voy a la farmacia, al mercado, a correos. Entro en el facebook, miro el tuenti, oigo música, dibujo. Cuando voy al banco a sacar dinero: El dinero sale. El dinero vive en el paraíso. Qué sería de la política sin dinero, qué sería de las ilusiones, del matrimonio. ¿Mis hijos sin dinero? El dinero, el dinero, el dinero. Cuando llevo el coche al taller, cuando cojo el autobús, cuando voy a comer a casa de mi suegra y cuando voy a deshacer. Bebo con y por el dinero. Fumo, río, lloro, canto, viajo. Me rasco la escrotal, esnifo. Si acudo al lenocinio llevo siempre dinero. El piso, los muebles, el ordenador. El dinero es mi reloj, mi corazón, mi todo. Mi cariño, mi libertad, mi aire. El dinero hace poesía, música, cuadros, planta patatas, boniatos, monta vídeos, hace fotografías. Soy un enamorado del dinero (oh, mis primeros besos), que haría yo sin tí de no ser anarquista.

miércoles, 16 de febrero de 2011

EL RESIDUO

Aflora la efervescencia, como una medicina inevitable. Sobre la superficie hay un paisaje grumoso. Terrones de miradas, ojos dislocados por las cafeteras, la leche cortada de las mañanas, conformando el paisaje de la tregua, de la paz y de la nada. El refugio es una tibieza que no se parece al calor. Es un reducto donde no llega el viento del cinismo, donde no acuden los señalados. Es el cuarto de los espejos. Cuando los hombros no gimen se comprueba que el texto es el huerto de los reumáticos. En los momentos de los relojes en punto, las hojas tienden a abrirse como un sol musical que los reclama. Las flores no hablan, son una escucha silenciosa que se marchita y germina en el caprichoso aire de los momentos. Y así, cuando lo inexplicable conforma su lenguaje, cuando la poesía determina los cuándos y los cómos, el porqué pierde su importancia y las madres lo tachan en las lista de la compra. Y mi tendencia a la mirada perdida sobre paredes blancas, y mi paseo mecánico hacia las sillas. Y mi angustioso silencio que nadie escucha, y mi perdido entusiasmo, y el asco que siento cuando recuerdo la sangre. Y esta desidia inconsolable del "mi" en todo lo que escribo.

martes, 1 de febrero de 2011

LA INFANCIA

La infancia aparece en la madurez, cuando los semáforos se convierten en espejos, cuando los cajones se abren para leer las cartas, las fotografías, para calentar el frío de nuestro lado vagabundo. La infancia es un parque de cariño. Es una voz febril, que escapa de la jaula de los buzones por donde las palabras gimen con la zapatilla en la mano. Zarandeos de tierra en los patios del colegio, la primera muerte de un abuelo, la clase de matemáticas y el tímpano roto por el color blanco cuando la muerte cuaja bajo los párpados del sueño. Se vuelve a la infancia como se va hacia la muerte. Es el suicidio amniótico. Es lo anterior. Se vuelve al pasado para soportar el presente. En el sosiego nada está en calma. Se mira por el agujero de encontrar las cosas, se toca, pero nada. Luego, alguien nos lanza hacia adelante, nos manda una colleja, córtate el pelo, no vengas tarde, escribe y llama cuando llegues. La infancia vuelve cuando se ha quemado la basura del contrato. Cuando las vaginas se abren de par en par, cuando los pechos se descubren los pezones como teteras y se vuelven mollas de carne, y una pesadilla de axilas pide auxilio a los coágulos. El puzzle desubicado de los objetos clama al orden de las madres. Cuando todo lo que hacía falta era correr hacia la compañía del balonazo. La niñez es el tiempo de la legaña, la prisa y el jaleo. Un día aparece en el cajón de los calcetines, en la cara de Ella y en los objetos del nunca donde jugabas a la interjección sin saber qué era qué pero jugabas. Uno vuelve a los mocos mientras puede porque sabe que las mangas están llenas de paraísos fiscales. Regresamos al niño, a los niños, cuando pedimos auxilio a la sonrisa. Ahora que sabemos (otro axioma deshecho) que se sonríe por los ojos.

EL VIAJE

“Hola chico”. Tras el escaparate una mujer de rasgos latinoamericanos despachaba bocadillos a los viajeros que intentaban engañar al hambre. Un autobús cabreado al ralentí aguardaba la partida hacia cualquier parte. En la cola otra mujer (menuda) y otro hombre (menudo y mayor) aguardaban su turno antes. Su saludo fue un mecánico gesto de bienvenida. La mujer despachaba los bocadillos con un automático cuchillo, un “ahí tiene, muchas gracias” de coletilla, y poco condumio en el entrepan. Al fijarme la vista sus ojos se apenaron como el agua. “De tortilla y una botella de agua pequeña, por favor”. La mujer estiró el corte dibujado en el aire consumiendo más de media barra. Atrajo hacia sí una tortilla gruesa, plena. Inicio un tajo transversal recogiendo un pedazo grueso con el filo del cuchillo casi jamonero. La mujer levantó la vista y acometió un nuevo corte, y otro, al que sucedió otro más con bríos de carnicero. Con un tenedor recogía los trozos que se desbordaban del cuchillo o se caían de bocadillo. Otro nuevo corte. Y otro pequeño para llenar un tímido hueco que se había descuidado al fondo de la barra. La mujer cogió la tapa del bocata y apretó con todas sus fuerzas como quien cierra una maleta. Lo envolvió súbitamente como una alfombra de energía. “Cuatro sesenta”. “Está bien -le dije mientras le entregaba un billete de cinco euros- gracias”. Su cara, tuvo un extraño gesto. “Adiós, hijo, gracias”.

LA NIEVE

En realidad la nieve es ficticia, es un mar efímero tierra adentro, una modelo de domingueros. El esquí se acaba cambiando por la cámara de fotos y las botas (oh divino decathlon rebajas) de materiales térmicos incalables. El ocio, ese mercado abierto e infinito de las profesiones liberales encuentra en la nieve las brasas de su caldereta, la parrilla vecinal de los inviernos. El dinero es blanco porque viene de la nieve. Es la autopista hacia el cielo que utiliza Papa Noel desatascando la chimenea del consumo. La nieve es una tila atmosférica que embalsama la mirada ácida del invierno. Es la clase alta de la lluvia, la sublimación de los vertidos. La nieve no hace gotera, sólo un caos de sal, autovía y un miedo de mortadela, móvil y jersey de lana gordo. Cuando la nieve ,salen las cuchillas del camino que son los quitanieves. Son los limpia del sistema para clarear la vista del comercio, el desatascador del Mercadona. Si se te va la huella por el polvo blanco del nerviosismo, hundido de cintura para arriba, puedes acabar ciego de nieve y no escribo más porque la metáfora es clara. Que no blanca.