martes, 25 de julio de 2023

LA HUIDA

A mis jirones.

Sin ostentación no hay valores.

Muy bonito el mar ¿y ahora?

Peor que solo: confinado.

“Tragaperras”, y se forraron.

Fama parcial para talento low cost.

Te alquilo mi piedra.

Vinieron a censar mi soledad.

Dónde has comprado esa nada.

Es que ya ni señalas.

Yo friego mejor que Cervantes.

Perdona, ¿aquí a dónde se huye?

miércoles, 19 de julio de 2023

LA VIDA

 A Pablo Gadea

 Su tiempo será tu cárcel.

En el desprecio ganó confianza.

Vive y deja morir.

Si se hunde compra otro.

Cada cariño con su chantaje.

Qué desgracia tan entretenida.

La paciencia tortura con tranquilidad.

Déjalo, que ya está solo.

Eres mi mejor mueca.

La precaución esconde tutela.

Acaso no te gustan los cuchillos.

Hay risas que hozan.

Para esta democracia mucho se vota.

Tendría que educarme el callo.

Estamos en plena hora punta de lanzallamas.

Siempre nos quedará la decadencia.

La Inteligencia Artificial se ha puesto tetas.

Sí, y al final te mueres.

martes, 18 de julio de 2023

LA UÑA II

Un vinilo de focos cuajados en polvo iluminaba la fachada en escuadra con una claridad en suspensión de pagos. “Hay* que entrar”, me dije al contemplar un puño rotulado que imitaba sin decoro el anagrama de La Voz. La pesada puerta de doble hoja y vestíbulo acortinado daba paso a una ostentación moderada. Un garaje español con mesas de café, conducía a un micrófono sin escenario que remataba un aparatoso pingüino de techo. La barra iluminada con luces Led y botellas de marcas anónimas parodiaban algo exótico. La palmera de un cartel de vértices despegados destacaba por encima de otro de Kombucha. Una arruga pareidólica (mitad Keith Richards/ mitad María Dolores Pradera) se asfixiaba detrás de una cubitera de Ron Cachique. Detrás de la barra, una joven abandonaba su adolescencia con cara de recién jubilada. “Hola buenas” me dijo estirando la ese con el deje mecánico de las cajeras. Su voz tenía el tono de las rutinas, ese mecanismo que llegó con las letanías del Whopper con queso y se quedó para siempre en los contestadores de la Mutua. “Un botellín”, dije escarmentado. “Tiene que ser tercio”, me sonrió. Sus uñas estaban lacadas en rojo, rematadas de blanco que una luz ultravioleta engrandecían como si fuera la mismísima Esperanza Gracia. “¿Tienes Coronita?” “Es Desesperado, pero vamos que es igual”. Es mucho mejor, pensé. Y junto a la botella dejó un ticket donde apuntar la petición. El primer trago no me supo a cerveza, con el segundo una lejana evocación a cebada se fijó en el último cielo del paladar. “Está buenísima” le dije, y me guiñó un ojo cuajado en carámbanos de rimmel. En aquella hora, con la noche aún reciente, una monitora de jóvenes Down espantaba las manos más osadas. Sonaba “Vuela alto” de Julio Iglesias en una atmósfera de ternura amenazada. “Para cantar el código QR, vale” y señaló sobre la barra un ajedrezado sin lustre. Me abrí camino entre los muchachos y disculpé el paso ante la acosada monitora. “Ahora” de Manu Carrasco nunca falla, me dije. Y al acabar los chicos rompieron en aplausos y manotadas que aliviaron por un instante a la abnegada educadora que dio unas tímidas “gracias” mirando al suelo. Recuperé mi taburete mientras la camarera traía varios tickets con un directo “Tú no te vas de aquí, vamos”. Pensé que la felicidad debería parecerse a aquello. La barra se iluminaba con lámparas de corte industrial. Los taburetes eran desiguales y desparejados como si en cada arrendamiento algo se hubiera perdido, pero algo se hubiera quedado. La decoración era pura arqueología. Estratos de estética diversa que coronaba una cámara de La Menorquina. Una mujer nació a escasos metros. Lucía el cuerpo deshinchado de una muñeca hinchable y el peinado de un electroduende. “Yo es que canto muy bien ¿sabes?, y luego viene mi marido”. Silencio. “¡Ya me toca!” (…). Un trasero de pliegues inéditos reflectaban brillos de escai negro. Era como si un speech de Rajoy tomara cuerpo. Sentí la vida completa cuando un “Loca” agudo y monocorde escupía a la cara de Luz Casal. Regresó satisfecha mientras su abnegado marido tomaba, con estudiada precipitación, un asiento a su lado. Pensé que un poco de Bisbal culminaría la gloria. El escenario disponía de dos micrófonos. Uno a gran altura y otro de brazo caído, como el Don Quijote y Sancho que dibujó Picasso. A la derecha pura tiniebla con olor a servicio. Un vinilo de un baterista en acción completaba el fondo de la escena. Arranqué “Y Dígale” cuando un gruñido salió de las tinieblas para abalanzarse sobre mi hombro y escupir en mi mejilla cada estribillo cuando un chorro frío me recorrió la espalda. Pensé que aquel energúmeno habría vertido su cubata sobre mí, pero no. El pingüino derramaba la refrigeración sobre el escenario y yo llevé el primer chorro. El resto fue a parar sobre cables y bafles porque el peligro es ubicuo. Quizá aquel homúnculo tuviera mononucleosis o quizá me estampara un vaso en la cabeza aquel recienentrado con bigote de Mariachi. Ahora también podría electrocutarme. Gestualicé el agudo con una entonación cabreada mientras apuntaba con la cabeza hacia el charco. La camarera recibió mi gesto con parsimonia y sacó un cubofregona de olor incierto, desde inciertos lugares. Fue entonces cuando pedí “Mocatriz” de Ojete Calor. Tras el terciopelo de la entrada apareció un hombre vestido de plátano y detrás ocho borrachos. Un hombre de pelo cano y vientre búdico abrió un paso violento entre ellos. Llegó hasta la barra para pedir “una rancherita, ¡ah!”, mientras la joven que le acompañaba pintaba sus labios de un carmín acuoso. Yo estaba allí. La camarera de uñas lacadas tocó un timbre con disimulo y al poco, el hombre que vendía los cómics a Bart Simpson apareció tras la barra, con aires de autoridad.


 
* Gracias Eduardo.

LA UÑA

sábado, 15 de julio de 2023

LA BESANA

A veces pasa esto. A veces el caos se impone. El Sur, ese Big Sur underground (a mí me suena mejor “bajona”), se sacude la Argentina en quijotadas y se hace la belleza. Antonio López tiene nombre de pintor, de ordinaria nombradía que quiere sacudirse leyendo a Hölderlin y bebiendo whisky con cuarenta grados a la sombra. Moga, siempre tan Eduardo, siempre dispuesto a soplar la brasa pura, le arropa los contactos y las prudencias. Moga, lector que rumia y hombre solo, con su prosa cristalina como un chorrito de agua, nos enseña a beber editoriales. Dice Eduardo que Antonio es un editor que no se queja y Antonio dice que no recibe subvenciones. Al final todo dinero es dinero público y no hay que ponerse estrecho porque la Feria del Libro la paga la Junta que pacta con Vox, etcétera. (Perdón por la torpeza). Antonio viene del verbo to beat, de la trascendencia rociera, del saltarse la verja para encerrarse en la suya. Él sabe que no hay mejor cárcel que la poesía a la que ha llegado tarde con la fuerza de los conversos. Cuando me domestico el cazurro y soy capaz de videollamarle le digo que en el cómo hay más qué, que lo importante no es qué decir sino a quién y él me dice que me lo compra y que le mande textos que no publica. Ya van dos Surcos y amenaza con ciento veinte. Mucha huerta es esa Antonio. Los que vivimos en la España póstuma, sabemos que no hay mejor tomate que el de uno, pero hay que regarlo, pegarse con el que te quita el agua, herniarse las malas hierbas y el “ya se va otra vez” de la parienta. Al final nos vemos pesando plástico en el Mercadona, sin levantar mucho la vista para que no nos reconozcan. Su editorial se llama Hojas de hierba. No sé qué mierda fumas Antonio, pero yo quiero un poco deso. Ya lo dijiste: Que no sepan de nosotros, y te aplaudo el gesto. Por si te sirve.

miércoles, 12 de julio de 2023

EL CEMENTO

La mueca es la hostia que no se da. Es el lunar que deja el asco en la paciencia. Cuando se corta el alma y grilla la incoherencia se instala sin darte cuenta. Para la mueca sirve cualquiera. Tiene psicología de maltrato y se guarda en el cuarto de las cosas sin hacer. Es el cartel facial de las legislaturas y la cicatriz, que fue sonrisa, en un político. Es la zapatilla en la mano de una madre, el orín callejero de las mascotas y el ruido a la hora de la siesta. La humanidad viene de la mueca, del quiero y no tengo cojones con que se aguantan los buenos días. Tiene sonido de vacío, del hueco que deja el imposible y la realidad. Mueca, hueco, asco, esa ce que da el golpe en la espalda para pasar el mal trago, ese tabique pequeño con que se apuntala el labio de la depre. Mueca, músculo facial del cinismo, deporte funcionario. Transparencia fluida, amor enquistado, acto que vuelve. Las golondrinas construyen muecas de hogar para dar ejemplo. Es el barro, la ceniza y la mancha. La mueca es tu cara de culo. A la mueca le dicen: “eres mi mejor mueca”. Tiene la bragueta abierta y un moco de agua. La mueca recoge su cuarto y no se baña hasta hacer la digestión. Pisa el césped, cena con la familia y se salta los semáforos. Es intimidad que se derrama sin quererlo, la carne incorrecta que no entra en la copa. Es la incoherencia de la fidelidad, y la conciencia del algodón del culo, cuando no follas. Es la visita que no se va y hacer caso por amistad. La mueca no toma MDMA y ve venir a los tontos desde lejos. Es cambiar el telediario y decir ven cuando quieras. Es escribir con ganas de matar y matar con ganas de escribir. La mueca bebe cerveza caliente y se casa por papeles. Tiene muchos domingos al día y pocas vacaciones. La mueca siempre está acompañada y da rodeos por no saludar. La mueca es la presencia de lo ajeno. Cuesta fijar el cartel de la mueca en la mirada. Es la miga que se come otro en nuestra cara, por eso, hay que mirarse a los ojos y ver si queda alguien. Tiene forma de espejo y sube estados al Wasap. A veces tiembla y rompe a llorar. El llanto fragua su cemento. Es llamar con ganas de colgar, comer con ganas de vomitar y acostarse con ganas de fiesta. Es una puerta entornada. La mueca encuentra un recuerdo sin querer, vive el presente y afronta el futuro. Era la honestidad y mírala ahora. Está en todas las cosas que se piensan un poco. Es lo que queda de ti mismo cuando no pones de tu parte. Y cuando lo pones.

martes, 11 de julio de 2023

EL CABLE

Fresno. Del lat. fraxĭnus.

1. m. Árbol de la familia de las oleáceas, con tronco grueso, de 25 a 30 m de altura, corteza cenicienta y muy ramoso; hojas compuestas de hojuelas sentadas, elípticas, agudas en el ápice y con dientes marginales; flores pequeñas, blanquecinas, en panojas cortas, primero erguidas y al final colgantes, y fruto seco con ala membranosa y semilla elipsoidal. Que se joda Linneo. Yo miraba la caída de la piel del cosmos sobre el horizonte. Esa hora donde la confidencia bebe en los pliegues del color. El azul palidece como si la noche trajera una mala noticia, que luego resulta buena. Como si una lipotimia le sucediera a la luz, como si el muerto de la noche resucitara desde la brisa: Inversión Térmica, dicen los meteorólogos. Hay un instante absoluto. Esa pausa agazapada que se oculta detrás del grito, como si fuera el humo de un cañón invisible. Esa pátina que se instala en las retinas de la belleza, esa llave, abre la estrella que filtra el universo. Las montañas crujen, la química dilata las vigas, suenan los élitros, un burro lamenta un gol y las cigarras hacen café. “¿Quieres vino?”. El frío me fragua el brazo por sorpresa. Sirvo un río diminuto que sabe a su sonido. Ella asiente. Nos miramos. “¡Voy a cortar ese puto cable!”. El banco donde apoyo mis piernas sonríe con una enorme boca horizontal. Un lienzo me observa. El brillo del mar se ha condensado y duda en gotear la noche. Enfoca mis ojos que se dejan llevar hacia la brisa. Ella me sonríe con la mano. Respiro hondo, como si el aire de la peor noticia fuera buena, como si acabara la angustia. A veces, llueve luz. A veces, me asusta una hormiga que se ha perdido por mi pierna. Son sustos de mosquito, instintos de alegría, sangre y respiración. Poco a poco, sutil como la ternura, el calor se va. El sumidero se abre en azul. Micelios de tinta y sombra expanden lo nemoroso. Ella asiente. Somos dos manos que se hablan porque callan y se despiertan desde la uña del meñique. “¿Te he dicho ya que voy a cortar el puto cable?”. Y el fresno se mueve como un pellizco de voz. Tiene movimiento de chiste. Se agita como quien reclama. Me fijo a la espera del oso. Observo la cresta de su copa que alisa su dignidad y serena su movimiento. Algunas ramas se funden en el casco de un ánfora. Ahora es una cuadriga que se agita, animado como una linterna mágica, como fotogramas mudos de una infancia con volumen. Sé que sabe que le miro. Intuyo que me intuye como un niño cogido. ¿Quieres?” (leve susurro de uña) y una estrella atraviesa el instante. La estela cuaja un silencio que  hunde. 

viernes, 7 de julio de 2023

EL NIDO

Llevo muchos años observándote. Mirar es guardar el miedo, que la cobardía puede tejer una bufanda y dedicar una sonrisa a cualquier nuca. Te observo a menudo aunque no lo sepas, aunque lo sabes. Miro tu culo de pin-up, tus piernas de niña, tus brazos de soltera y tu guinda de celulitis. Me gusta mirarte y observar mi adolescencia. Conecto con el misterio del tiempo que todavía nos acompaña. Tu talón es un cuello de tortuga, tu cadera un cuello que se resbala, tu rostro una delicadeza que se esconde del mundo. Tu espalda tiene el mapa de un secreto que cierra el botoncito de una verruga. Todo en ti guarda la proporción de la ternura, esa distancia que intuye la armonía entre el silencio y la caricia. Las prendas se acoplan a tu cuerpo como los niños a tu abrazo; o la atención que procuras a cualquiera con una tímida pregunta amable. Me gusta escuchar cómo cierras los armarios y cómo pones un vaso en pie. Aleteos de café que vuelan desde tu axila hacia la alegría de “mi María preciosa”. Me gusta oler la locura con que te depilas, el sonido doméstico del cortacésped si toca piscina. Son muchos lustros. Somos muy diferentes. Y aquí me tienes, mirándote en apunte, con los ojos de aquel niño de once años.

sábado, 1 de julio de 2023

LA MESA

Se comienza por pensar en azul. La tierra se mueve por dentro y escuchamos las tripas de la razón. Tocamos el polvo de una lámpara, pensamos en aquel local cerrado de León y donde estará aquella piedra que tiramos. Ya ves, eso piensas. Está en el Sintrón de la nostalgia y en las vigas en carcoma. Subimos otra vez. Entendemos la sensatez del cansancio como el reposo que mira a los ojos. Cuesta enjaular el empujón de la tristeza. Tiene un aire tan cotidiano que cuesta que se acerque al pan. Alguien me llama y vuelvo a la urgencia del vivir, al ser para los demás. Sin embargo, la arena sigue ahí. El micelio leuda las preguntas, como la rueda de un hámster recidivo. Ese roedor azul cloaquea las miradas, nos despierta por las noches y se esconde por los aveces. La tristeza es comenzar a detenerse. Está en la mirada de los mecánicos. Se esconde bajo las sábanas, dentro de los bolsos y los ojos de los pobres. Está en la potencia de un tallo y si miras diez segundos a una mesa. Ocurre mientras auscultas tus mejillas en el espejo y cuando no encuentras el quédate. La tristeza tiene historiales de alegría y se corta en el contraste de lo que no llegará. Es la urgencia que se le cae al tiempo como la mueca de un chiste que te sabes. Es limpiar las escamas a la lucidez como cuando aparto el pelo que acortina tus pestañas. La tristeza lo compara todo. Entonces, hace falta esconderse de uno mismo y cogerte la mano. Hace falta hacerse falta. La tristeza está en la repetición de los ancianos y en cada llanto que descubre un niño. Tiene la belleza del celo y la pasión del intento. La tristeza tiene molinos dentro y una brisa que nos cierra los ojos. Está en la pared que no sabes que mirabas y en la llamada que no llamé. La tristeza puede que tenga ecos de muerte, pero viene -que no se me olvide- de la angustia de estar vivo.