jueves, 23 de abril de 2009

VERDOR

Si la elle suena a cariño la erre suena a madrigal susurrado al oído cuando el sol amanece. Albur, temblor, verdor. La mañana es un buen momento para el verdor porque la clorofila está recién oxigenada y eso se nota. Los tallos se flexionan como músculos jóvenes y con un viento ululante tratan de tú a los despistados grillos. Luego llegan peregrinos caminantes buscando la foto de domingo con la tortilla de patata. Farfullan un saludo bajito para que no se note que vienen de Holanda, pero se les ve la niebla en los ojos. Lo bueno del verdor es que huele a amarillo mojado. El amarillo es un olor hambriento y estropeado que solo agrada si se le riega un poco, es un otoño disecado que solo brilla si se le quita el fulgor del marco y se toca con los dedos. El verdor se mueve. Siempre tiene un poco de viento o un poco de sol porque el calor dilata y ensanchar es movimiento. Si no se dilata viene la cesárea y eso más que verdor es temblor y fluideces rojo y negro. El granito es un poco verde porque es un poco frío, por eso, en todo verdor hay roca. Escribir es redimirse. A la letra se llega por el el frío vertical las noches sin cuco pero en este clima de verdor, el ánimo escala como la euforia de un grito, y los algodones son escarcha y los grados fiebre y así. El verdor es una ficción que oculta el latido de la tierra en los invernaderos. El verdor es temblor, fulgor de lágrimas.

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