miércoles, 15 de julio de 2009

EL DEDO Y LA LLAGA

Poner el dedo en la llaga es inyectarle al silencio un grito que corta. Que el moco de la silla sea tuyo no le gusta a nadie. Lo inmediato es la violencia, el y tú puta que dicen los niños. A otros les viene la cara de tonto que es otra forma de violentarse uno. El que lo asiente todo se libera más aunque la violencia es algo que se siente más que expresarse. El violento suele ser silencioso, lo otro es ser un bullanguero, un ruidoso o un chuloverbenas. La ciudad actualizó el mito en el matón de discoteca y otros animales de gimnasio. El gimnasio mola si vas de miranda, lo que pasa es que de mirar a tocar hay un paso y acabas tirando de pesa como se tira de caña ante un barril frío y lleno. Ejercitarse en exceso reduce masa encefálica y fálica. Lo malo es que no ejercitarse no favorece el efecto inverso porque yo no sé lo que es un triceps y soy un pichín de poco montar. Así las cosas, silenciar el grito genera afonías, odios africanos, y (por conjeturas anteriores) se te pone la minga chica. Aceptemos nuestra condición de gilipollas (caray con la palabrita) aunque sólo sea por una vida sexual digna. Que, además, todo ayuda. El dedo y la llaga es otra historia más agradable y (dependiendo) igual de corta.

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