martes, 17 de mayo de 2011

LA CINTURA

Algo le pasa a las tardes que parecen amaneceres tardíos de septiembres por llegar. Alguna pieza desencajada y líquida evita su lugar. Percibo silencios, emociones fuera de sitio. Dime quién eres y te diré quién eres. Olvídalo enseguida y dame la mano. Susúrrame el aliento, pellízcame las lágrimas. La alegría seguirá su camino de ojo en ojo, hasta dar con la hoja fúnebre del dinero con su canción de despedida. No hay tristeza más grande que el pasodoble de una verbena. Es la música derrotada de la infancia, la masacre del futuro cogida por la cintura. Un cinturaje prolongado de melodías, brisas nocturnas y un olor agrio mitad semen, mitad cerveza. Cuando el tiempo se situa fuera de sí, todo es una evocación confusa. Es cuando más se echa en falta el amigo, el padre, y otras palabras con que llamar al cariño. Cuando la vida se corta se necesita más que nunca la saliva. Hay que curar la herida. Gozar la piel, matar el miedo. Comenzar de nuevo el puzzle líquido de la emoción, volver de nuevo a escribir cartas para convocar al tiempo. Que el sol tiña de verde las pieles olorosas. Que vuelva la carcoma a la puerta de mi vigilia. Sí, es el tiempo de volver. Vuelve, pellízcame las lágrimas.

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