martes, 31 de mayo de 2011

LA OREJA

Hay una oreja enorme encima del campanario. De sus lóbulos penden ojos que sueñan. El viento y las cosas del granizo sirven de catarsis sonora para los gritos que emergen de las puertas. Las lágrimas se aplazan a través de la niebla y en cada casa un secreto de pelos. Una corrientía subterránea arrasta las viviendas hacia los vientres de las niñas. La turgencia apenas brilla, sus ojazos son sólo ojos. La impostura del paisaje anuncia rimmel en neones verdes. La oficina mece la oreja en dípticos que no duermen. Las babas se limpian con alcohol. Las uñas de la carne desdentadas en silencios. Los pezones perdidos por las blusas sin manera (ansia de dolor que no se atreve, cortada por el hipo de madrugadas ácidas). Hasta el oxígeno falta en el silencio. Tampoco la tragedia grita. La podredumbre se proyecta hacia las caricaturas del despojo con forma de escoba. La risa es grotesca, la soledad segura. Y un enorme pozo va surgiendo en los braseros invernales que nadie quita en verano, donde todo es por si acaso. El pozo ruge la corriente de las niñas. El pozo es una vagina desdentada. Antenas verdes, coches negros y tardes de marzo con charanga.

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