martes, 7 de junio de 2011

LA SALIVA

El polvo íntimo que se cae de tus gestos habla un lenguaje de piel. Para el amor como para la vida hace falta tiempo. Por eso las sonrisas maceran en el surco de las pestañas sopladas, por eso el más acaba siendo diferente. Anticipar el acto como una duna de finales diferentes y sentir que la vida cabe en el agua del vaso que nunca beberemos. Cuando tus ojos parecen mis ojos, cuando ya no veo más que tú, llega el momento del tiempo. Cuándo cuándo. Y de entre las rajas del sofa aullan manos que piden su tiempo, que recuerdan pasados, que recuerdan futuros y vuelve la incertidumbre. Y entonces regresamos al abrazo polvoriento de la piel, el cuello, la lengua, al lenguaje del tiempo macerado. La mano, el ojo, la cintura. Todas las vocales que se desprenden del cuerpo hablan a viento vuelto, suenan a ecos de hojarasca. Todo es débil, tranquilo, seguro, en el ojo por ojo de las miradas, cuando el tiempo se desarrolla baja el volumen de la tragedia. El tiempo se necesita para perder la urgencia. El tiempo no se usa, no cabe en los relojes, el tiempo habita en los perfumes de las canciones, en los poemas de amor de los cornudos. El tiempo vive en otoño y sale en las madrugadas calientes de julio. Sabemos que existe por el frío que deja su saliva.

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