jueves, 8 de agosto de 2013

LA SALIDA

“Pensar es deambular de calle en calle,
de calleja en calleja, hasta dar con un
callejón sin salida”.
Antonio Machado, Juan de Mairena.

En los callejones sin salida es cuando mejor me callo. Vivir es madurar el síndrome de Estocolmo. Ese estar satisfecho por el hecho de estar que olvida el asesinato preventivo. Donald Rumsfeld sabe tanto de antibióticos como de inyectar democracia. Al final todos somos Madame Inyección. Por eso me callo cuando llego a los callejones de la gente con sus palabras de domingo, con su biología negra de luz. Qué saben del silencio tan con su imagen y semejanza. Qué culpa tienen de que las calles sin salida vayan a dar a mis ojos que es la vista cansada. Las gafas son el silencio de los ojos. El mutis del cansancio que prefiere callarse el maquillaje antes que escupir el rimmel. El ojo debe hablar porque si no el labio calla. El ojo y el labio son rehenes de luz. Cosmética de placenta, consumo de carmín y Margaret Astor. Es difícil romper la economía del ocre, oír el latido de la pulga que vive en la metáfora. Qué es una pulga, me preguntan. En los callejones orinan los gatos y las preguntas, respondo. Allí se levantan los muros del silencio. Esos muros abisales, esas fosas de vértigo que crecen según te alejas. Alejarse es un camino hacia el adelante de uno mismo. Allí no hay ojo ni labio y a veces despiertas y ves que se ha caído un dedo, que debajo de la axila anda perdida la nariz. El labio y el ojo son un mismo cuello. A veces llega el viento de otro muro a recordarte tu baldosa. No hay que darle importancia. Es la falta de perdón la que obliga a no decir lo siento. Y con el andar abultado de la pulga camino hacia el callejón con la sonrisa de un gato.

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