miércoles, 12 de marzo de 2014

LA COSTUMBRE

Y me agarro a la cornisa que traje de la China para no sucumbir al huracán. Y reconozco a los firmantes del manifiesto, mientras la apuesta gira en el plato del microondas. Y sigo paseando por la conciencia del hastío, esa necesidad que justifique. Nada es lo mismo desde que cerraron el cuartel. Se olvida la historia para anestesiar la desdicha, se acicala el susurro para dignificar la mansedumbre. La respuesta es la renuncia, el analgésico es púrpura. El tiempo sosiega la sangre que una vez fue adolescente. La tierra es una memoria de fuego tratada con desdén. El aliento es un niño que cultiva su rencor. Una planicie empeñada en su amnesia -hay palabras que laten en los arcones- derrama las horas por las peluquerías. A veces estalla una puerta y muere un accidente. Y el polvo sigue rajando las fachadas por donde entrarán las lombrices del agua. Por las calles, cajones sin biología, confirman los horarios -no trabajas, ya has llegado, dónde vas-, así es la vida, al otro lado de la costumbre.

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