La mujer trabajadora, como el
último perfume del corte inglés, viene a ser el eufemismo de su propia
condición. Puestos a celebrar –celebrar por qué- debería ser la contraria, la
mujer ociosa, libre, dispuesta para su capricho. Celebrar el trabajo no sólo me
resulta absurdo sino cruel. Y en esta trampa cayeron hasta los ideólogos
anarquistas más eminentes. No sé a qué Banco se le ocurrió liberar a la
mujer a través del contrato pero como estrategia es de lo más burda. Quién se
come eso sin más. Pues nos lo comemos con la fuerza de Telecinco. Porque lo
peor que le ha ocurrido a la mujer no es ser “miembra” ni “periodisto” de nada,
lo peor es (como decía Umbral) “que se ha creído la fotocopia”. Cuando la
ecuanimidad de los varones anda pidiendo el mandil para fregar los cacharros
como forma de olvidarse de su capataz, ellas están locas por firmar la
explotación que las iguale. Es la “gran catetada” que decía Romero Esteo, la
igualdad por abajo. Hay cosas que se analizan solas: “discriminación positiva”,
“violencia de género”, “igualdad femenina”. Los sustantivos se autoadjetivan
cuando tienen vocación de universales. El error, parece ser, viene del complejo
atávico de lo doméstico. El Banco Santander se dio cuenta que las patatas con
carne no iban a “Port Aventura”, y empezaron a trabajarse el lenguaje, la
repetición goebbelina, hasta que la cosa saliera de ellas mismas. La mujer en
estos días de celebración, se iguala al libro, a la diabetes y a la radio. Para
mi es mucho más, es todo, claro. Creo que la igualdad, como concepto, debe
replantearse, ampliarse, diferenciarse. Porque yo no quiero ser igual que un
perro, ni el perro creo que quiera ser bibliotecario, lo que sería un
desprestigio para el perro. Las diferencias están muy bien. La igualdad se
defiende sola y necesita de todos. Pero creo, que lo que se defiende, lo que se
señala en casi todo discurso de calendario, tiene que ver con el consumo
implícito del lenguaje. Nos venden (regalada) la idea de igualdad y trabajo,
para que miremos con envidia la nómina de Manolo en lugar de odiar la enésima
Reforma Laboral y el propio régimen servilista, ya digo. Trabaje usted hasta
los 67, compita con Rodrigáñez, que si llega a la jubilación que no le
garantizo, ya tendrá usted el sistema de salud desmantelado para tener una
vejez de perros. Ay, las patatas con carne.
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