"Hay que volver sobre las cosas para meter inteligencia en lo que hizo el instinto".
JRJ
A mi madre.
El cansancio tiene una independencia de fracaso, un asco
aburrido y anemia de whisky. Fuma
Camel Lights y ve Sálvame con los libros sin
abrir. El cansancio tiene rota la pantalla del móvil y entra al coche por el copiloto. El
cansancio viene de la legaña para llegar tarde a la
ITV. Es el policía de la porra
y el vespino de las siestas. Es la fiebre de agosto y agosto mismo.
El cansancio es lo previsible, el otravez de los siempre, el vaso que se cae,
la repetición de la torpeza. El cansancio
no tiene rutinas porque es la médula del tiempo. La cama deshecha, el
plato sucio, lo por hacer. El abuelo con su mili, la vida de los domingos, las preguntas de la cama, el
funcionario de los besos, la hora de comer. La manzana del rito, el libro de
familia y otro disco de Sabina. El cansancio vuelve antes de irse, tiene sus
fotografías y sus muecas de tertulia. Quiere cambiar de saliva, de coche, de
vida. Quiere ser sorpresa, que gane el Atleti y se la chupen en el Zara. El cansancio quiere que alguien le cuente para qué. Que le canten la nana
y le conviertan en novato. El cansancio tiene un gato eterno sobre las piernas. Existe el cansancio como deporte y un cansancio como espejo que insiste en lo concreto y
aparenta apabullancia. Es la televisión sin sonido y un perro ladrando. La
abstracción, lo literario en la metáfora, lo coñazo. El cansancio no sale de casa, tiene su refrán, y toma pastillas para
cansar; es el Jack Stender de las madrugadas. El cansancio tiene perro y vacaciones donde hace por ver a los amigos. Para
el cansancio no hay respuestas, solo una extrañeza que disfruta la jaula de un ojo de
ciruela. El cansancio se cansa y tiene
los consuelos del siempre.
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