martes, 10 de julio de 2018

EL TRATO


“Ojos que se quieren bien
Aunque se miren de lejos
No son ojos sino espejos
Donde las almas se ven”

Diego de Silva y Mendoza

Uno se traba con la gente como se traba un jersey en la punta de un saliente. Se engancha de una risa, de un carmín, de un filón de sorpresa que a estas edades ya es. Pero cuando uno vuelve para ver, se da cuenta que el clavo sobresalía por un mal remate y que el enganchón nos ha hecho un siete y seguimos caminando como si nada. Así las personas. De repente alguien sin conocer, y depositamos nuestra necesidad de misterio en ese mito que dura media hora. El enganchón es como el deber de socorro del trato. Aquí Falote aquí Fulano (que se me note la paridad) y como uno está un poco harto de Mengano pues se ilusiona. Hasta la basura agrada cuando llega en forma de contrato, pero a la semana el mileurismo mental no da para más prueba que la emancipación del piso compartido. Decía que el mito dura media hora. Luego se repite peor, siempre se fracasa peor por mucho que diga Beckett. La repetición tiene un dolor cansado por limitante. Esa realidad de saber que tu hijo es tonto para siempre. La ilusión depende de nosotros, por eso existe la pesca y el Atlético de Madrid. Por eso las vacaciones, el fin de semana y el cumpleaños. Por eso el regalo, el hijo, el padre y las graduaciones. Por eso el luteranismo del selfie. A veces el enganchón se embarulla y ya tenemos matrimonio para toda la vida porque en ese tejer y destejer se encuentra el mecanismo de la madeja y ya, pues preferimos el detergente de toda la vida, por mucho que venga Luzil con sus milagros. Somos el ansia de un nido que se paga a plazos. Para entonces el viaje, el encuentro, el chiste y el cubata, van perdiendo el hielo y se aguan como una tarde de verano. Pero uno sigue con sus jerseys y hasta pone un ejército de puntas por los codos para perfeccionar el catálogo del socorro, convertirse en un experto de los primeros auxilios, de la chanza y el convite de embutido. La traba es el fractal del amigo. Cuando se repite hay que fijarse en los matices para desollarlo. Conocerle más que él mismo. Por eso el poeta se lee como un narciso versificado. La imagen se la suda pero el verso le desnuda frente al espejo de las sombras para verse mejor. Y entiende las sutilezas del ojo en pose. Y mira a Paco como si se mirara a sí mismo y encuentra el bisel de la conducta y todo le agria un poco. El enganche, desenreda esa acidia de la conducta. El escéptico no es más que un actor que odia el Happyend del nihilista ahorcado. El encuentro es compartir la noticia en Facebook, darle al megusta del contacto. Es una traición pequeña como ir al McDonalds. Algo que nos permite entender mejor a la abuela y su canario. El otro es una excusa para traicionarnos un poco. Ser un loqueodiamos justificado. Por eso nadie aguanta una pureza. Y vamos mendigando encuentros para contradecirnos, jugar al eco de los disfraces, completar la paradoja que nos convierte en humanos. Y odiar al prójimo como a nosotros mismos.

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