De vez en cuando sale un Goya para
apuntalar el arte. Para darle rango, foco y Ministerio. El Ministerio
es el foco del turismo, el rango necesario para pagar la entrada,
convertir en negocio lo que no se entiende pero tiene premio nacional, cuadrándose el círculo del ocio (ese fin de
semana de atasco y villorrio). Cuando nace un Goya se
cala el mundo. La gente se calla porque sabe que ha pasado algo
aunque no sepa qué, como un escape de Almaraz que desintoniza la
tele. Goya tenía cualidades de tapiz real, por las que va prendiendo
el tiempo y el opio hasta llegar a Saturno. Ramón es el Goya de las
letras. Ramón tenía en su despacho dos botes, uno de opio y otro de
ideas, pero yo creo que le sobraba uno. Ramón era un niño que supo
jugar cuando le creció el Peterpan y se juntó con Campanilla de
Burgos. Hacía greguerías por donde sacaba los flecos al misterio de
la vida para que todos comprendiéramos la magia que existe en los
objetos. La vida para Ramón era fácil porque tiene sangre y
palancas propias. A él le gustaba tocar el silencio, darle la vuelta
al mecanismo del gato y diseccionar la simpleza e impostarla de
fantasía para convertirla en verosímil. La "greguería" se le fue
quedando corta y se pasó a la "gollería", que no es más que la
prosificación de su invento primitivo, darle una capa de venta con
dibujitos y temas cotidianos para que las navidades le fuesen más
rentables. Luego estira cada tema hasta hacer una novela. De ahí “La
Nardo”, “El caballero del hongo gris” y así. Ramón hace
sinestesia antes de que vinieran los psiquiatras a poner la palabra
en su sitio. Umbral lo destila, le quita niño y le pone whisky
optalidón. Paco iba por Vallecas y le mete un poco de cura
chabolista, metro y chelismo. Se empapa de actualidad para vender
mejor el presente. Se descarna escribiéndole la vida al hijo muerto
para que viva mejor su tumba y nos entierra a todos en un lodo
poético, en un alquitrán de metáforas que bebieron soledad
pucelana y 27. Si la pintura tiene su genio en Goya, y la literatura
en Ramón, el cine tiene su Messi en Orson Welles. Welles era un
español que nació en América. Welles tenía la columna vertebral en Gredos,
costillas en adobo y Valdepeñas. Quería vivir en Ávila, tocar la
guitarra y torear a Dominguín. Se comía los puros, las imágenes y
las actrices. Era excesivo, demasiado genial para ser español y por
eso nació yanqui. Los genios saben que lo son aunque se vistan de
modestia o se desnuden por locos. Lo sabía Lorca y se lo decía a sus "residentes". Camarón decía que “mi forma de sentir todavía no
la han entendido” que era su forma gitana de llamarnos brutos. Lo
sabía Paco de Lucía con su duende guitarrero de quince horas
diarias. Lo sabía hasta el modesto Machado con su “debeísme
cuanto he escrito”. Pero me falta el Goya del ruido. Wagner vivía en el oído de Beethoven. Quizá sea mi
sordera para el acorde, mi agrafia sonora, pero no encuentro un Falla
sin sífilis. No encuentro un Satie que aguante los experimentos de
Zappa. Alguien que desentrañe las armonías del magma y los suname
en melodías. La música tiene pianos suficientes para sufrir mejor
que nadie. Tiene violines para llorar, plañideras que acompañen la
tecla del escozor que tiembla en las agujas del ojo. Dónde el
Induráin de la falseta. Habrá que entrar en el silencio. Sacar el
desatascador para entrar en la oreja del sueño. Sacar
al acúfeno para que Goya le dé un par de gollerías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario