miércoles, 12 de mayo de 2021

EL VERDUGO

Mientras camino, abro la cama o friego los cacharros, viene la idea con su plumaje y me atraca la belleza. Esa ilusión deja un cabo suelto. Es la cuerda de una piñata que imagino cuando veo los versos por el suelo. Saco el niño, recojo los caramelos, y los chupo mientras fabrico la idea que antes no pude escribir: “la depre es perder mucha ilusión en poco tiempo”. No queda. Se le ha pegado tierrilla, algún pelo y no suena. Intento explicarme que cualquier vida pierde su alegría en el zarzal de los años. Dejamos jirones de entusiasmo en las despedidas, los antibióticos y los despertadores. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. El eclipse, la luz negra de la tristeza, se avalanza sobre nuestro ánimo cuando el verdugo nos tapa la mirada como cuando mi madre embutía agobio para no coger frío en la garganta. Como si ese segundo de lana, oscuro y asfixiante, se prolongara sin poder ver más allá de la incertidumbre y todo fuera un manotear en la angustia, un caer en el abismo infantil de un charco, como escarbar dentro de la nube con su disparo de palomita. De pronto, una madre que no es mamá, viene y nos ajusta la prenda de la vida y vemos con otros ojos que no es más que la mirada en su sitio.

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