miércoles, 13 de octubre de 2021

LA DISCRECIÓN

La discreción tiene la elegancia del roce y la indiferencia del gato que pasea. Esa oportuna mirada que necesitan los solitarios y que se deja sobre los ojos sin mirarlos. Como si un domingo que llueve sonase el teléfono del abrazo y te invitase a cenar saliva. Es el misterio que se revela sin confidencia, como quien desenvuelve un caramelo por las orejas. La elegancia necesita timidez para que la discreción no sea exhibicionista. La tortuga canta mejor que el jilguero, con su asfixia de hombros tranquilos. En ese rincón vive el futuro que recuerda y una claridad que huele a sol. Si le preguntas se escapa, como el niño que se abalanza sobre una pompa, como la idea que no apuntamos. Habla un lenguaje sin alfabeto, se mueve como la química y crece como las cutículas. Íntimo como una carta, como una órbita de plantas atentas, como las cosas que no ocurren, pero se piensan. Elegancia y discreción son dos labios de un beso que no se da. Son los lados de una cama por la tarde. La elegancia, innecesaria, tiene la fuerza tranquila de las flores. Se anticipa, como la psicología de las madres. Vive en el tacto del jabón y tiene un pez dentro que se escapa si le nombras. Es humilde sin serlo. Sabe que la ce se impone a la ene, que el sonido significa mejor, que discreción no suena elegante y prefiere elegancia porque la ce facilita las cosas. Si le llamas desaparece, y es mejor callarse; es mejor adentrarse en el silencio que habita para comenzar a entender quien eres.

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