sábado, 11 de junio de 2022

EL PUEBLO

Vuelvo a casa desde Gervasia. La carretera serpentea lomas de canchos, robles/fresnos y alguna metálica nave de ángulos rectos. En el cambio de rasante de la curva del osito aparece una escuadra de V. De repente el coño de Courbet me pega una hostia en la idea. Pareciera que Baños fuera el clítoris urbano de aquel conejo. Compruebo que todas las montañas tienen su atávica referencia y por eso hay una polla dibujada en la puerta de cualquier cosa. La muela, La mujer tumbada, El perro... Imágenes genéricas para nombrar a bulto. Nos sale la sociología a golpe de bautizo y hasta la palabra bautizo tiene su historial a poco que raspamos. Somos un chozo con tarifa plana. Tenemos un cura que escupe culpa en cada gesto y un monaguillo al que le mete mano la memoria en cuanto se descuida. Nos gusta más una leyenda que una razón (que nos den una alegría y se lleven la realidad). Por eso en las cimas de mi pueblo están Los tres panetes y la Peña de los ladrones. El hambre corona el paisaje de la historia por donde, a veces, circunvuela un buitre con su cuello de vedette. Laureano tolosdías mira La mujer tumbada y piensa en la vecina con ansia pétrea. Tiene la violencia fresca y la campana reciente. En la mirada le centellan los placeres de su nunca. Y piensa que quién repartió la belleza, la riqueza y la zahúrda. Por un instante querría ser el señorito, el buitre lento y hasta la misma loma de El perro, esa peña con vistas. Hoy la España póstuma sigue ERE que ERTE. Los berruecos pierden sus nombres. Pedrizas y canchales como hormigas humanas que deshacen su fonética. Desprenden su víscera como camisa de serpiente. Mientras, un peregrino de arrugas holandesas y color turista, piensa que aquel cerro tiene forma de mujer tumbada. Saca la foto y la sube a Instagram para hacer viaje. El mundo con sus guerras de petróleo aquí no importan. Somos el clítoris mutilado de un paisaje sin memoria.

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