sábado, 1 de julio de 2023

LA MESA

Se comienza por pensar en azul. La tierra se mueve por dentro y escuchamos las tripas de la razón. Tocamos el polvo de una lámpara, pensamos en aquel local cerrado de León y donde estará aquella piedra que tiramos. Ya ves, eso piensas. Está en el Sintrón de la nostalgia y en las vigas en carcoma. Subimos otra vez. Entendemos la sensatez del cansancio como el reposo que mira a los ojos. Cuesta enjaular el empujón de la tristeza. Tiene un aire tan cotidiano que cuesta que se acerque al pan. Alguien me llama y vuelvo a la urgencia del vivir, al ser para los demás. Sin embargo, la arena sigue ahí. El micelio leuda las preguntas, como la rueda de un hámster recidivo. Ese roedor azul cloaquea las miradas, nos despierta por las noches y se esconde por los aveces. La tristeza es comenzar a detenerse. Está en la mirada de los mecánicos. Se esconde bajo las sábanas, dentro de los bolsos y los ojos de los pobres. Está en la potencia de un tallo y si miras diez segundos a una mesa. Ocurre mientras auscultas tus mejillas en el espejo y cuando no encuentras el quédate. La tristeza tiene historiales de alegría y se corta en el contraste de lo que no llegará. Es la urgencia que se le cae al tiempo como la mueca de un chiste que te sabes. Es limpiar las escamas a la lucidez como cuando aparto el pelo que acortina tus pestañas. La tristeza lo compara todo. Entonces, hace falta esconderse de uno mismo y cogerte la mano. Hace falta hacerse falta. La tristeza está en la repetición de los ancianos y en cada llanto que descubre un niño. Tiene la belleza del celo y la pasión del intento. La tristeza tiene molinos dentro y una brisa que nos cierra los ojos. Está en la pared que no sabes que mirabas y en la llamada que no llamé. La tristeza puede que tenga ecos de muerte, pero viene -que no se me olvide- de la angustia de estar vivo.

No hay comentarios: