A Mónica
Te das cuenta que has subido el tobogán de la constancia cuando te deslizas por tu bibliografía con el ojo sorprendido. El tiempo se ha quedado abajo, flotando en la nube de la memoria, como si fueras un extraño para tu hoy. Reconoces el ojo, claro; esa cara de estar hasta la polla que tenías desde pequeño y todavía escupes. Antes dejabas que ardiera la pólvora que ahora se moja en pellizcos de lengua. Ahora soy el otro. Esa persona que no imaginaba porque el tiempo no daba para tanto. Le hemos dado la vuelta al jamón de la conciencia como si fuera ánimo en un reloj de arena. Ahora todo es adiós disfrazado de hasta luego. Sí, claro, todavía queda una botella. Todavía queda un todavía si eres de Machado. Pero ya no puedes engañarte el ojo. Ya no se ríe como antes. Nunca fuiste mucho de Reyes Magos. Eras más de cumpleaños, de esa gloria absurda que es llamarte José Pilar Constitución en Nochevieja. El absurdo es el KH7 de la mirada. El frentejudaicopopular de las tardes, el cómplice que te enciende el porro y te calienta el pedo bajo las mantas. Debajo de la cama oyes el rumor de la niebla. El tamo de la existencia que inhalas cuando se vierte dopamina. Las neuronas vuelan como un soplo emocionado. Son las mariposas del alma que decía Cajal. Las mariposas vuelan porque dudan. Miran el tobogán como si fueran meandros, como si fueran veganas, como si el jamón tuviera bellotas en cada veta. Ahora se me encienden los ocres y los naranjas. Me fijo en los matices del fuego, atisbo la chispa, hozo en las brasas. Palpo los rescoldos de luz que huelen a tortilla y a piscina sin estudios porque aprobaste chupetón. Ahora veo más lejos porque estoy más cerca. Tengo el tobogán doble de un bigote en greguería. Tengo la otredad de algunos libros que me delatan. Tengo demasiada soledad. Tengo la virgulilla nasal de mis defectos en un zumbar que ya veremos. Tengo demasiada soledad. Tengo una caverna de miradas que han perdido estalactismo. Tengo una cavidad de cosmos, un hueco oscuro que trasforma el asombro. Ahora sé cómo crece el agua, cómo sabe el púrpura y dónde tocar el sumidero. Sigo. Sigo la senda que nunca se ha de volver a pisar. Cojo el cepillo de dientes con la desgana de la miga de pan. Ahora la sorpresa no sorprende -extraña que nada extrañe-, porque la sorpresa es sorprendente. Vuelvo con el cansancio que se encienden las pantallas. La realidad sigue ahí. Creo que he visto una mariposa, le digo, mientras aprieto su mano.
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