Con la tranquilidad con que se mueve una planta, como el olvido que tira la fotografía tras el mueble, con esa enseñanza. Como la piel del mar y el párpado de la brisa. Como el latido de la culpa. Como el periódico y las cremas, como las caricias y el perfume. Como las des que se pierden en los participios usados, como las cicatrices y los regalos. Como las nubes cuando mueren de ternura. Como el hambre de los niños sin fuerzas, como la fiebre del naranja. Como las mariposas que tocan las cerezas y los cardos. Como el vuelo patoso de los coleópteros, como el vértigo de los tacones y el desliz de las chanclas. Como el silencio de las bibliotecas y el susurro de las plumas por su tinta. Como el pensamiento que mira El Intermedio y se relame. Como la nostalgia de ser el que éramos, como esa pesadumbre. Como el límite del posesivo. Como la pregunta de los fractales. Como el sonido abrisado de los coches en la noche. Como cerrar los ojos. Como la ligereza de la última vez y el primer encuentro. Como el tiempo y el espacio de la ketamina. Como un centímetro de estalactita o un pelo que no sale. Como la llama de plata de un pez en el agua, como el soplo que precede al manotazo. Como el movimiento de un gato entre objetos. Como el lugar donde se va la luz cuando se apaga. Como el resorte de la química, como la sinapsis del ojo enamorante y la electricidad que descarga su caricia. Como un aro de ceniza en el tronco de los árboles. Como la nervadura de las manos que baldosean las cocinas. Como el pasar de las páginas. Como el desgaste de la roca y el horno que la funde. Como el Torquemada de guante blanco de Netanyahu. Como el cosmos y el viaje que concreta las conciencias.
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