Que alguien le diga a Darwin que se lo olvidó la ciática. Que lo de la evolución de las especies es un camelo. Que lo de estornudar y cerrar los ojos está bien, pero que desmayarse es lo mejor que ha inventado la biología. O te mueres o te coge la manita una enfermera con la sonda ya puesta. Mira que he leído mierdas, pero de esto nada. Bueno sí, recuerdo alguna queja de Chumy, pero que yo pasaba porque lo pensé exagerado como cuando el reúma, que también tengo. Dentro del dolor no hay nada. Un agujero que se alimenta de sí mismo sin más tiempo que el remanso como un Sálvame que espera a los anuncios. Cuando el silencio impone su pausa, cuando el intermedio agita su bandera blanca y recuperamos la capacidad de pensar entendemos que el sonido tiene su propia biología, su propio bosque, su sinestesia. Al igual que los objetos solo hay que sorprenderlos, esperar a que salgan de su escondite como cuando nos sentamos en el campo y vemos salir tras de una hoja una hormiga o acaba por volar un milano. Con el sonido también ocurre. Solo hay que esperar a que el dolor de la vida nos abandone un poco y seguir el cable del tiempo hasta el enchufe de la emoción. El reloj con su secundero en diapasón logra confundirse con mis latidos, un ritmo para bailar en la oscuridad como una Björk inmóvil, con su erotismo de carnaval a lo Saudek. El goteo tiene su erótica, su deslizar, su piel de agua si olvidamos que una cafetera ríe a lo lejos. En la oscuridad el ruido cobra volumen. La vibración del móvil enciende la imaginación. Es un sonido que solo existe para ti, porque la realidad depende de nuestros sentidos, de cómo alucinemos al percibir lo que no existe. Sabemos, sin embargo, que el garbanzo está duro por cómo canta la olla, que el agua está caliente por cómo suena el plato de ducha. Hay imagen en el ruido. Sé que llueve, sé que lloras. Sé que cagas por la cisterna. Cuando la madera cruje se encienden las madalenas. Proust sale de su llama para reconstruir la historia de mi casa. Ahora, cuando cruje la madera (qué buen título para unas memorias), me trae un pozo de silencio, un silencio con volumen, un contraste. Estaba en el silencio sin darme cuenta hasta que llega el crujido y lo percibo. Estaba en la salud sin saberlo hasta que llegó la ciática. Un silencio consciente me sube por la pierna como un crujido que desayuna memoria. Mi madre me traía un cuerno de chocolate si no lloraba con el pinchazo. Las madres se amadrantan con la piedad. El hombre quiere como héroe y la mujer como madre. La mujer quiere arropar el chocolate, sentir la crema de su pecho, callar al silencio con silencio. Nadie puede doler por ti, como si el orgasmo fuese una equivocación compartida (con un poco de suerte) con la que engañar al resto de los latidos. Porque se imagina, el amor es eterno. Por eso el anarquista se abraza a la bomba de la utopía, a ese crujido de madera que nos evoca el chocolate de mamá. El dolor gana siempre: tienes todo un cuerpo preparado. El placer hay que trabajárselo. El humor, la gracia, hay que predisponerla. Hay que orientar al chocolate. El ruido, decía, es un ojo de ciego, un olor con memoria que sabe pintar. El oído mira mejor porque le sobra realidad. La mirada se distrae con los pezones. Por eso Vivaldi comprime el calendario Pirelli y la primavera cabe en una vagina que eructa lubricada. La ciática tiene dolor esdrújulo. Cuando el dolor se estira, la soledad toca el timbre de la escucha donde aparece una palabra de puntillas. Llega con su fonética en ristre como un antídoto caducado. Vemos el mundo con la ceguera del alfabeto y abrimos la metáfora para ver un poco. Algo es seguro: moriré de biblioteca, se ensancha el horizonte y se estrecha la L5.
domingo, 7 de diciembre de 2025
LA CIÁTICA II
Que alguien le diga a Darwin que se lo olvidó la ciática. Que lo de la evolución de las especies es un camelo. Que lo de estornudar y cerrar los ojos está bien, pero que desmayarse es lo mejor que ha inventado la biología. O te mueres o te coge la manita una enfermera con la sonda ya puesta. Mira que he leído mierdas, pero de esto nada. Bueno sí, recuerdo alguna queja de Chumy, pero que yo pasaba porque lo pensé exagerado como cuando el reúma, que también tengo. Dentro del dolor no hay nada. Un agujero que se alimenta de sí mismo sin más tiempo que el remanso como un Sálvame que espera a los anuncios. Cuando el silencio impone su pausa, cuando el intermedio agita su bandera blanca y recuperamos la capacidad de pensar entendemos que el sonido tiene su propia biología, su propio bosque, su sinestesia. Al igual que los objetos solo hay que sorprenderlos, esperar a que salgan de su escondite como cuando nos sentamos en el campo y vemos salir tras de una hoja una hormiga o acaba por volar un milano. Con el sonido también ocurre. Solo hay que esperar a que el dolor de la vida nos abandone un poco y seguir el cable del tiempo hasta el enchufe de la emoción. El reloj con su secundero en diapasón logra confundirse con mis latidos, un ritmo para bailar en la oscuridad como una Björk inmóvil, con su erotismo de carnaval a lo Saudek. El goteo tiene su erótica, su deslizar, su piel de agua si olvidamos que una cafetera ríe a lo lejos. En la oscuridad el ruido cobra volumen. La vibración del móvil enciende la imaginación. Es un sonido que solo existe para ti, porque la realidad depende de nuestros sentidos, de cómo alucinemos al percibir lo que no existe. Sabemos, sin embargo, que el garbanzo está duro por cómo canta la olla, que el agua está caliente por cómo suena el plato de ducha. Hay imagen en el ruido. Sé que llueve, sé que lloras. Sé que cagas por la cisterna. Cuando la madera cruje se encienden las madalenas. Proust sale de su llama para reconstruir la historia de mi casa. Ahora, cuando cruje la madera (qué buen título para unas memorias), me trae un pozo de silencio, un silencio con volumen, un contraste. Estaba en el silencio sin darme cuenta hasta que llega el crujido y lo percibo. Estaba en la salud sin saberlo hasta que llegó la ciática. Un silencio consciente me sube por la pierna como un crujido que desayuna memoria. Mi madre me traía un cuerno de chocolate si no lloraba con el pinchazo. Las madres se amadrantan con la piedad. El hombre quiere como héroe y la mujer como madre. La mujer quiere arropar el chocolate, sentir la crema de su pecho, callar al silencio con silencio. Nadie puede doler por ti, como si el orgasmo fuese una equivocación compartida (con un poco de suerte) con la que engañar al resto de los latidos. Porque se imagina, el amor es eterno. Por eso el anarquista se abraza a la bomba de la utopía, a ese crujido de madera que nos evoca el chocolate de mamá. El dolor gana siempre: tienes todo un cuerpo preparado. El placer hay que trabajárselo. El humor, la gracia, hay que predisponerla. Hay que orientar al chocolate. El ruido, decía, es un ojo de ciego, un olor con memoria que sabe pintar. El oído mira mejor porque le sobra realidad. La mirada se distrae con los pezones. Por eso Vivaldi comprime el calendario Pirelli y la primavera cabe en una vagina que eructa lubricada. La ciática tiene dolor esdrújulo. Cuando el dolor se estira, la soledad toca el timbre de la escucha donde aparece una palabra de puntillas. Llega con su fonética en ristre como un antídoto caducado. Vemos el mundo con la ceguera del alfabeto y abrimos la metáfora para ver un poco. Algo es seguro: moriré de biblioteca, se ensancha el horizonte y se estrecha la L5.
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