martes, 13 de octubre de 2009

LA TOSTADA

Cuando algo se tuerce y uno piensa en la inevitable desgracia de las cosas, el consuelo surge de entre lo más hondo de la tostada. Se saborea como si fuera la última tostada del mundo, como si fuera el fin del mundo mismo. Todas las mañanas te la comes pero ese día parece que salieras de una gastroenteritis agosteña y visualizas arroz blanco. Esto para algunos es algo excepcional. Para mi es tener fe porque se vive de milagro. Cuando uno comienza a conformarse con las pequeñas cosas es que va tocando fondo y la resignación tocando techo. Luego nos queda sexar grillos y hacernos del Albacete. No es que uno haya sido nunca muy ambicioso, tampoco estudié empresariales, pero es que sentirse pleno dando un paseo es de miserables. Llenarse los pulmones de aire es el paso previo a estar muerto. Entonces, cuando a uno le queda el libro, la charla, el sol, el aire, la estrella, la lluvia, el roce (no todo va a ser follar), piensa: ¡para qué coño trabajo yo! Hombre, no es que me mate pero quita tiempo. Hecho el diagnóstico, oliente el cadáver, iré langudeciendo mi muerte por mortecinas tardes de marzo. Y así, hasta que se queme la tostada.

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