sábado, 8 de enero de 2011

LOS PERROS

"Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros".
El llano en llamas, Juan Rulfo.

Cuando no existe nada, cuando la nada merodea olisqueando el aire y los pulmones de las narices, y entra en tus bolsillos, en tu cama y en tu cocina: aparecen los perros. Se oyen a lo lejos o te chupan los dedos o te lametean los ojos o te mordisquean los calcetines, las piernas y te arañan los brazos tan sin quererlo. La nada es un todo partido en mil naderías de cosas pequeñas. Son casi nada. Y esa nadita de nada que se escurre como un agua sin peligro viene con forma de perro y te ahoga y te muerde y se come a tus hijos. Pero a la gente le gustan los perros porque les gustan las hamburguesas, lo tangible. Al perro le gustan las correas y tener otros perros a los que olisquear el culo mientras otros les chupan el rabo como si nada. Porque la nada habita en los perros. El eco es cosa de perros que no saben plantar semillas, ni trepar a un árbol, ni sentarse en la sombra de un árbol porque son ecos de perros que ladran en su rehala de ecos. Ningún perro ladra sin el ladrido ecotante de otros perros. Los perros se mean en el árbol, ladran a los pájaros y enrollan sus correas dando vueltas a los troncos mientras persiguen su propia sombra. La sombra del árbol es una raíz profunda que busca su semilla, por eso camina, va caminando y no se encuentra nada porque la nada nadando gime al desierto de los ecos. Ecos acolmillados de perro que no quieren llamar ladridos.

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